Antonina Rodrigo: La guerrillera de la memoria
El Ayuntamiento le ha puesto su nombre a la plazoleta albaicinera donde nació Tiene, además de treinta y tantos libros publicados, la Medalla de Andalucía, la de Oro de Granada y la Creu de San Jordi Su libro ‘Mariana de Pineda: heroína de la libertad’ lleva 15 ediciones
Por muchos años que Antonina Rodrigo pase en Barcelona, jamás se desprenderá de su voz granaína. En su habla mete palabras de nuestra tierra a espuertas («bonico» o «bonica» son sus preferidas) y el tono de su voz siempre está marcado por la nostalgia de la ciudad en la que nació. No la veo desde hace unos pocos años porque últimamente lo nuestro parece una historia de desencuentros. Cuando viene a Granada yo no estoy y alguna vez que he ido yo a Barcelona a verla ella no estaba. Antonina no se está quieta ni atada a una silla.
Cuando decidí hacer esta serie de personas que tienen un pasado que contar, una de las primeras personas que tenía anotada en mi lista de entrevistables era Antonina Rodrigo porque de alguna forma era esa escritora que antaño estaba en mi agenda de periodista y a la que acudía cuando me enteraba de que había escrito un nuevo libro o simplemente cuando en cualquiera de mis crónicas requerían la opinión de una intelectual granadina luchadora y comprometida con la sociedad en la que vivía.
Desencantada de muchas cosas, aún es capaz de sentarse frente al ordenador y escribir sobre cualquier injusticia que ella haya percibido a su alrededor. Es autora de más de una treintena de libros en los que ha puesto su pasión por lo que ha investigado, casi siempre personas que han sufrido algún tipo de injusticia, personas que vale la pena recobrar o recomponer, bien sea por su ideología, por su injusto olvido o por su excepcionalidad moral. Exiliadas, olvidadas, silenciadas, ilustres, perseguidas, anónimas…
Por sus manos y su memoria han pasado decenas de mujeres de diferentes épocas, desde figuras reconocidas como Mariana de Pineda, María Lejárraga, Margarita Xirgu, Dolores Ibárruri, María Teresa León, Federica Montseny o María Zambrano, hasta activistas como Magda Donato o Rosario Sánchez Mora, La Dinamitera, pasando por feministas e intelectuales exiliadas.
Se ha escrito sobre ella que es una pionera en una historiografía femenina prácticamente desierta: de no haber dado la voz a esas mujeres silenciadas, la historia más reciente hubiera quedado aún más mutilada. En su obra no faltan trabajos y monografías dedicadas a hombres singulares: García Lorca, Dalí, Manuel Ángeles Ortiz o Joseph Trueta.
Su primer libro importante se llamó Mariana de Pineda, la heroína de la libertad, que editó Alfaguara y que lleva 15 ediciones y acaba salir una nueva: Mariana de Pineda. La libertad herida por los hombres (F. G. Lorca). Antonina todo lo tritura bajo su óptica de mujer que no soporta las injusticias. Vivió su infancia en el Albaicín, de joven se iba al Café Suizo a oír los poemas de Elena Martín Vivaldi, se casó con un anarquista cuando cumplió 25 años y ahora se ve obligada a vivir en Barcelona porque allí da conferencias, escribe textos e imparte cursos para cumplimentar su pensión de 413 euros. Y si hay algo que no soporta es que alguien la cite en un sitio para hablar de un tema y ese alguien esté más pendiente del móvil que ha puesto encima de la mesa que de la conversación. Le gustaría regresar a su tierra natal porque aquí está su gente. Sin duda, Granada se lo agradecería
Sus maestros
Antonina nació en Granada, en el barrio del Albaicín, en 1935. Cuando comenzó la guerra civil ella tenía un año. Era la segunda de siete hermanos. De su madre aprendió que había que preocuparse por los desheredados, de su maestra Paquita la republicana que era bonito ser libre, de Antonio Domínguez Ortiz que hay que aprender historia para no sucumbir ante los mismos errores y de Marino Antequera que había que amar el arte y todo lo demás vendría por añadidura. Antonina era una niña flaca y tímida dispuesta siempre a aprender de aquellos a los que quería.
-Mi madre fue mi soporte vital. Una vez me contó que había visto como un moro de los de la guardia de Franco había arrebatado a un bebé a una mujer del Albaicín y lo estrelló contra la pared. Aquel suceso marcó a mi madre porque no podía con las injusticias. Me hablaba de Federica Montseny y me dijo que era una mujer que llenaba las plazas. Yo me creí que era torera. Luego, cuando fui un poco mayor, oí a unas amigas decir que La Pasionaria y Federica Montseny eran dos demonios con rabo y cuernos. Yo estaba hecha un lío hasta que mi madre, una tarde se fue a la cómoda y sacó de un cajón un periódico en el que se veía una mujer hablando en una plaza de toros. Me dijo que era Federica Montseny y que llenaba las plazas, pero con la palabra. Daba mítines a los que iban miles de obreros a oírla. Así que nada de torera ni nada de demonio. Después me advirtió que no le dijera nada de lo que me había contado a esas compañeras que creían que Federica era un demonio. Aquel era un tiempo en el que el silencio estaba instalado en las casas como un huésped más.
Hasta que se mudó al Camino de Ronda, Antonina vivió en la Cuesta de la Albahaca, más debajo de la plazoleta en donde convergen el Callejón del Gallo y el del Ladrón del Agua. La plazoleta a la que recientemente el Ayuntamiento le ha puesto su nombre y en donde ella practicaría las correrías propias de las niñas. El Albaicín por aquellos años olía a vino de bota y a sardina arenque y en los pequeños descampados los perros roían los huesos de sepa Dios qué animal. En el Albaicín vivían las mejores castañeras y los mejores aguaores de toda Granada, en muchas familias había miedo porque el barrio fue el más reprimidos después de la guerra. Antonina guarda un recuerdo especial de su primera maestra, de doña Francisca Casares, más conocida como doña Paquita, que en una calle próxima a la plaza de Mariana de Pineda fundó una academia laica, el único centro que había en Granada con estas características. Serían, pues, doña Paquita y su madre las primeras mujeres que le hablaron de Mariana Pineda, esa mujer cuya estatua dedicada a ella veía todos los días cuando iba hacia la Academia.
Luego entró en el Instituto Ángel Ganivet, donde tuvo de profesor a Antonio Domínguez Ortiz. De él guarda un recuerdo a prueba de cualquier indicio de alzheimer.
-Era un profesor maravilloso que explicaba muy bien. A pesar de que era una muchacha muy tímida, una vez me atreví a hablar con él y desde entonces fuimos amigos. Me acuerdo de que cuando le nombraron doctor honoris causa por la Universidad de Granada a primeros de los noventa, fui al acto y cuando me vio le dio mucha alegría. Les dijo a las personas que tenía a su lado: Mirad aquí está mi alumna, que se ha convertido en una gran escritora. Luego estuvimos a punto de escribir un libro a medias sobre la historia de la mujer, pero al poco tiempo murió.
También pasó algún tiempo en la Escuela de Arte y Oficios, donde tuvo como maestro a Marino Antequera. De él dice que era un hombre con una cultura inmensa y que le enseñó a mirar el arte.
-Recuerdo las diapositivas que nos ponía sobre los cuadros y de sus explicaciones. Era un verdadero sabio al que Granada no ha sabido aún valorarlo. Él tampoco había ido a la Universidad, como yo, pero eso no le impidió ser un verdadero experto en Arte. A él le debo mucho. Yo no tengo ningún título académico, pero eso nunca me ha impedido ser una obrera de la pluma, que es lo que me considero.
Dice Antonina que en los años sesenta había en Granada una interesante oferta cultural. Recuerda cuando muy jovencita iba al Café Suizo a escuchar a los poetas como Elena Martín Vivaldi –que allí tenía su cátedra–, Rafael Guillén, Pepe Ladrón de Guevara, José Carlos Gallardo, Miguelón, Trina Mercader… Esa prehistoria suya en los intramuros de la poesía supuso sin duda un positivo engranaje con sus posteriores tareas biográficas e investigadoras. También iba mucho a las exposiciones de la Casa América y a las actividades del Centro Artístico, donde se representó una obrita de teatro suya. Por entonces era aún una jovencita a la que sus padres regañaban, como a sus hermanas, si llegaban más tarde de las ocho o las nueve.
Antonina trabajó en el estudio Torres Molina y, después, como responsable de prensa en la Jefatura de Tráfico. Me cuenta que ella era la encargada de enviar a los periódicos Patria e Ideal los sucesos sobre accidentes de tráfico y que lo hacía con un lenguaje tan literario que todos se los publicaban.
Cambio de vida
Sería la edición de su libro sobre Mariana de Pineda, en el que trabajó casi cinco años, lo que cambiaría un vuelco total a su vida, tanto laboral como personalmente porque gracias a ese libro conoció al hombre con el que se casaría: Eduardo Pons Prades, un escritor catalán militante de la CNT.
-La edición del libro sobre Mariana Pineda tiene su historia y fue gracias a Antonio Gallego Morell. Él sabía que yo estaba escribiendo la historia sobre la heroína granadina porque fue quien me facilitó el sumario del proceso contra ella. Yo estuve buscando ese sumario en El Archivo Histórico Nacional y cuando lo pedí me lo dieron, pero solo estaban las tapas. No sé cómo ese documento llegó a las manos de Antonio Gallego Burín, el padre de Gallego Morell. Lo cierto es que él proyectaba hacer un estudio de Mariana, por eso Lorca le pidió datos a la hora de escribir su drama dedicado a la mujer de sus sueños infantiles. Pero, claro, para Burín era un personaje comprometido que había luchado contra la tiranía absoluta y, al final, atendiendo a su ideología, lo dejó. Camilo José Cela, que acababa de funda la editorial Alfaguara, buscaba autores para una colección sobre los españoles que no murieron en la cama. Gallego Morell le hablo de mí y de mi investigación sobre la heroína granadina y Cela aceptó. Tras su lectura hizo un informe estupendo. Con Cela trabajaba en la editorial Eduardo Pons, con el que hablaba a menudo por teléfono sobre la edición del libro. Él era libertario, salió del exilio en 1939 y estaba perseguido por el régimen franquista. Tenía quince años más que yo, era viudo de su primera mujer, con la que había tenido cuatro hijos. La verdad es que quedé fascinada por su lucha y su labor en la resistencia francesa. Nos casamos en Granada el día 1 de septiembre de 1965, el aniversario del nacimiento de Mariana de Pineda. En mi casa el casamiento no cayó bien. Nos fuimos a vivir a Madrid y luego a Francia, hasta que regresamos a Barcelona. Eduardo me hablaba constantemente de la lucha de los republicanos españoles, dentro y fuera del país, hasta que un día le dije: No me hables más, escríbelo. Y lo hizo. Su primer libro fue Lo que sí hicimos la guerra. Poco después nos fuimos a Francia. Mi convivencia con las realidades de las nobles gentes del exilio fue enriquecedora. Empecé a recoger sus testimonios y a escribir sobre La República, la guerra y el exilio
Antonina comenzó así a dedicar su vida a reconstruir el aliento de los derrotados y el suspiro de esas personas que fueron perseguidas. Se le conoce entonces como una pionera de la memoria histórica. En 1970 el matrimonio se instala en Barcelona y en 2007 muere Eduardo Pons. Con Cataluña Antonina tiene sentimientos encontrados.
-Allí hay ahora un gran desasosiego y mucho malestar por lo que está pasando. Yo estoy muy agradecida a aquella tierra, allí he podido trabajar y allí recibí la Creu de San Jordi, la condecoración más alta que da la Generalitat. Recuerdo que cuando me llamaron para comunicármelo yo creía que era la broma de una radio. Pero sí, la recibí como mucho gusto de manos de Maragall. Pero de un tiempo a esta parte, con el ‘procés’, la convivencia tiene otro ritmo. Está todo politizado y en cosas tan esenciales como la Cultura y la Sanidad, existe un preocupante abandono. Yo no quiero cárcel para nadie, pero tampoco fronteras, como pretenden los políticos huidos y a los que llaman exiliados. ¡Qué barbaridad! ¡Para exiliados los de 1939!
Antes de dar por concluida la conversación, le digo:
-Recuerdo que algunos periodistas de Granada te llamábamos Antonina de Pineda, por tu dedicación a la heroína granadina.
-¡Qué honor! Cuando empecé a investigar sobre ella me encontré con una historia muy diferente a la real. Se le consideraba una mujer romántica, que había muerto por bordar una bandera revolucionara, lejos de lo que yo intuía: la mujer comprometida que luchó en la sombra frente al poder por un ideal y asumió el patíbulo en defensa de sus compañeros de causa. Y fue García Lorca, el amante más fiel de Mariana, quien la elevó a los escenarios del mundo para que todos conocieran su inmarchitable historia de amor y compromiso por la liberta. Mariana y Federico serían víctimas de la España cainita.
-¿Puedo sacar ya el móvil, Antonina?
-Ya puedes.