«LA GLORIA» por JUAN ALFREDO BELLÓN
LA GLORIA por JUAN ALFREDO BELLÓN para EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 26-01-2020
Cualquiera pensaría, al oír estas dos palabras, que se está hablando de religión, de una atracción de feria o acaso del nombre de una finca de recreo; y no obstante se trata de un accidente meteorológico del tipo de los que antes se llamaban gotas frías y ahora se han dado en llamar ciclogénesis explosivas y vienen a significar depresión meteorológica extrema que produce diferentes fenómenos tormentosos (lluvias, nieve o granizo, acompañados de intensos vientos, juntos o por separado, que provocan inundaciones por desbordamientos fluviales, tormentas costeras y diversos elementos de devastación agrícolas o/y marítima, costeras o de interior, que inundan y destruyen las infraestructuras y comunicaciones ciudadanas y a veces producen también daños cuantiosos y pérdidas humanas que resultan irreparables.
Los científicos que los estudian los distinguen también por su clase e intensidad y los nombran por nombres propios femeninos (si son tormentas de origen tropical, verbi gracia, Adelaida, Gloria) y si masculinos son ciclones (Héctor, Diógenes).
Como hay varias clases de glorias, también las hay de ciclones y siempre dejan a su paso un reguero de signos de destrucción que jalonan luego la memoria de los pueblos que las sufrieron (las Inundaciones de 80, los Corrimientos del 18, el Pedrisco del 92, etc.) y, así los vecinos dejan pintada en sus fachadas la marca del nivel que alcanzaron las aguas y los cienos en la Rambla del año 25 y dichas señales forman parte de la memoria histórica y meteorológica de la localidad y, como se habla de esos eventos catastróficos, así se recuerdan los de los acontecimientos políticos (la campaña Electoral -Constitucional- de diciembre de 1978).
Y en todos esos juegos de palabras y acontecimientos se entrevera la semántica de los nombres propios que sirven para designarlos y así, La Gloriosa es la Revolución que derroca y expulsa a Isabel II en 1868 y La Gloria deja su mención dulce y almibarada, unida a la agresión geo-pluvio-térmica de 2020, de neto carácter negativo y fastidioso y hasta casi si me representan en la memoria los cortejos fúnebres o las manifestaciones populares de dolor y pesadumbre que están acompañando a los entierros de las numerosas víctimas ocurridas en España de donde no es exclusiva las ¿torpeza? de denominar con apelativos de semántica ¿positiva? acontecimientos de implicaciones muy negativas.
Así es como yo recuerdo los acontecimientos sevillanos de las graves Inundaciones del arroyo Tamarguillo, que anegaron el centro y buena parte de los arrabales de la ciudad donde penetraban las aguas de ese vecino acuífero del Guadalquivir, en vez de aliviarlas. Eso ocurrió, creo, hacia 1957 o 58 y dio lugar a chistes populares como los que comparaban al Tamarguillo con el bandolero mexicano Pancho López, que era como el riachuelo, dañino para el pueblo pobre y menesteroso, pero chistoso, y así lo decía su corrido (Tamarguillo, uy, uy, / chiquito pero matón).
De modo que los sevillanos se mofaban de su tragedia vital, que hacía salir agua sucia por los husillos y tragonas; de los desagües, retretes, fregaderos lavabos y bañeras de la ciudad y de las viviendas, inundándolas internamente con el agua sucia y el humor y la alegría, cuando la situación real era de emergencia y tragedia colectiva.
En fin, resulta que estos días en España se vive una situación de emergencia climática en que la destrucción de infraestructuras, viviendas, comercios, fábricas y -sobre todo- personas, la lleva a cabo un accidente hídrico desatado al que se le designa con el nombre propio de Gloria, mediante una figura retorica conocida por la Retórica Tradicional como “personificación” o “prosopopeya”.
Ahí queda eso: la desgracia y el capricho torpe con el que se la designa, caso que no es único ni intencional en otros muchos destacados episodios nacionales que comento, curiosamente, en el año conmemorativo del Centenario del bueno de don Benito Pérez Galdós para quien los nombres de muchas de sus narraciones patrias y patrióticas también coinciden casualmente con una falta de intención negativa que hace coincidir La Gloria con el nombre de una pastelería; con el de algunos de sus pasteles; con los de unos topónimos menores, mayores o medios y con los un desgraciado accidente meteorológico, aquí glorioso en función de los avatares de la historia.
Valgan estas reflexiones para entender hasta qué punto se implican lo simple y lo complicado en las cosas del lenguaje, la ideología, la historia y las ciencias sociales y en los juegos constantes entre el lenguaje y la vida.
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