«El pasado y el presente de Madinat Ilbira» por Antonio Malpica Cuello
El pasado sigue teniendo un gran atractivo para las gentes de nuestro tiempo, pese a los golpes que vienen sufriendo los restos que han llegado hasta nosotros. Pero hay lugares y espacios que gozan especialmente de la curiosidad de los hombres. Es el caso de Madinat Ilbira,en Atarfe (Granada).
Si misterioso es su final, con un abandono masivo de su población en el siglo XI, cuando se funda Granada, no menos lo son sus inicios. Ciudad ya en el siglo IX según las referencias de las fuentes escritas, nadie ha podido dilucidar hasta el presente con claridad qué asentamiento había en época precedente.
Las disputas que comenzaron con los primeros descubrimientos de restos de importancia en el siglo XIX se han prolongado en el siglo XX y aún perduran sus ecos. El debate, y eso es lo más curioso, se ha hecho sin realizar una investigación sólida que permita edificar toda una teoría demostrable con los vestigios arqueológicos que ya se conocían desde hace más de un siglo y con los que se sabía que quedaban por debajo de tierra.
La diatriba si la antigua Elvira, sede de un importante concilio de la Cristiandad peninsular, estaba a los pies de la sierra de tal nombre o en la colina del Albaicín granadino, no ha aportado luz a problemas históricos de primera magnitud. Hay que determinar sobre todo cómo se produjo el paso de la Antigüedad Tardía a los primeros tiempos medievales. Y Elvira/Ilbira es un magnífico ejemplo que aún se desconoce.
Queda por precisar el tipo de núcleo o núcleos que allí había. Si ciudad, si villa, si otro asentamiento o varios de ellos, no es un tema a desdeñar. En el primer caso, independientemente de si tuvo lugar en su solar el citado concilio, estaríamos ante un modelo de evolución desde la ciudad romana, o mejor dicho tardoantigua, a unas instalaciones árabes. En los otros supuestos se advertiría un proceso conocido en diferentes partes del Mediterráneo, el de la creciente ruralización de la vida y el paso a unidades de corte muy distinto con la definitiva implantación de los árabes.
En todos los casos, sin embargo, parece que se puede hablar de una fuerte crisis de las formas de vida romanas, aunque se perciba una pervivencia de la población, que, además, parece prolongarse a lo largo de la historia de Ilbira. Sólo un trabajo arqueológico concienzudo y minucioso, por supuesto intenso y extenso, ha de permitir resolver cuestiones como las planteadas y otras muchas que se podrían enunciar.
En primer lugar, hay que determinar la intensidad y la cualidad de la ocupación romana y su evolución hasta la llegada de los árabes al territorio granadino. Los restos que aparecieron a lo largo del siglo XIX y que han sido verificados en la prospección que realizamos el Grupo de Investigación “Toponimia, Historia y Arqueologíadel Reino de Granada” (THARG) en 2003, nos hablan de asentamientos de entidad en la zona llana, que se prolongan con otros en las cumbres de las colinas.
Acerca de su extensión y determinación sólo cabe hacer conjeturas que han de comprobarse arqueológicamente. La densidad de tumbas aparecidas en su momento en la necrópolis de Marugán nos hace pensar que hubo una población abundante y que parece que perduró varios siglos, desde luego también con los árabes. Pero de ahí a decir que estamos ante una verdadera ciudad romana, hay un largo paso que no podemos dar. Cuando el proyecto que dirigimos y que se inició el pasado año se concentre en la excavación de espacios como el Cortijo de las Monjas, Marugán o los Cigarrones, tendremos datos que permitirán explicar ese tema y otros.
Ataifor del caballo (Museo Arqueológico de Granada)
La siguiente cuestión no es de menor importancia. La prospección arqueológica de 2003 y la primera campaña de excavaciones llevada a cabo en 2005 parecen confirmar que hubo un importante poblamiento rural en los primeros tiempos islámicos (siglo VIII y parte
del siglo IX), con una dedicación agrícola basada en la explotación de los recursos hídricos que contiene la masa caliza de la sierra por medio de galerías drenantes subterráneas (qanat/s).
Los árabes se esparcieron por lo que hoy conocemos como Vega. Ocuparon territorios rurales que preexistentemente estuvieron explotados
y otros nuevos, y crearon así alquerías: Yéjar, Tígnar, Armilla, Caparacena, entre otras.
En todos los casos parece que es posible hablar de unos asentamientos de corte distinto a los previamente existentes, en los que los grupos familiares extensos generaron una agricultura de regadío, nueva y muy productiva.
Este proceso de instalación de los recién llegados está por determinar a niveles arqueológicos, al menos en la misma medida en que se ha hecho en otras partes de Europa para conocer el establecimiento de algunos segmentos poblaciones de origen germánico. Nada
sabemos de su llamada “cultura material”. Conocemos bastante bien la metalistería de tradición tardorromana y goda que apareció en el cortijo de Marugán, pero poco se ha hecho por ahora sobre la cerámica.
La verdad que los esfuerzos se han concentrado en la hecha con la decoración denominada “verde y manganeso”, que irrumpió con fuerza en al-Andalus ya en fechas posteriores a la invasión árabe. Si vinieron a instalarse en la Península gentes de Oriente y del norte de África, debieron de traer consigo instrumentos propios y objetos que los significasen como poblaciones distintas a las que encontraron. Tampoco se ha investigado mucho en lo referente a las formas de sus viviendas. Se ha dicho que eran grupos familiares extensos, amparados
por una estructura social de base clánica y tribal, lo que significaría que sus casas reflejarían necesariamente esta realidad. Habría que pensar en grandes salas engarzadas entre sí, más que en casas monocelulares articuladas por un patio.
En la parte de “El Sombrerete”, como ha mostrado la intervención realizada en 2005, existían módulos rectangulares separados unos de otros, con diferentes funciones, según se ha podido apreciar en algunos de ellos. Así, mientras que en unos apenas se ha hallado
cerámica ni siquiera objetos, en otro se han identificado ajuares de cierta entidad e incluso un hogar. Tal diversidad parece hablarnos de una relación complementaria entre ellos, creando grandes áreas de ocupación.
Esta determinación está por confirmar en la parte propiamente urbana, ya que la que hemos señalado se adscribe a la “alcazaba”, creada en la cumbre y faldas del cerro según todos los indicios en el siglo IX, ya en época del emir Abd al-Rahman II.
Y he aquí que llegamos al tercer problema que debe de ocupar a la investigación, el de la creación de la ciudad o madina. Por lo que sabemos hasta ahora, diversos núcleos rurales, organizados con microsistemas de irrigación (de ahí la presencia de tantos y tantos
pozos alineados), separados unos de otros, estuvieron interesados en consolidar áreas comunes de intercambio, no pertenecientes a ninguno de ellos. En esas áreas se podría desarrollar la creciente actividad comercial surgida de la rica agricultura irrigada, que trascendería el propio marco territorial. Para consolidar esta opción se accedió o se buscó la ayuda del Estado cordobés.
El mismo emir necesitaba controlar los territorios con puntos de referencia conocidos. Fue a partir de estos planteamientos como surgió la ciudad. Se edificó la alcazaba, situada en el conocido Cerro de El Sombrerete, que se amuralló, como se ha podido confirmar en la
excavación de 2005, en la que incluso se ha llegado a identificar la puerta de acceso. A sus pies se estableció la mezquita mayor, custodiada por el Estado, punto neutral para todos los grupos instalados en el territorio de Ilbira.
En su entorno se consolidaron los flujos comerciales. Los sondeos que se han llevado a cabo en 2005 han puesto de manifiesto la existencia en sus proximidades de un área artesanal.De esta manera quedó fijada la ciudad, Madinat Ilbira.
El trabajo realizado por el momento ha permitido rescatar parte, pero sólo parte, de su historia. La necesaria investigación no ha hecho sino empezar. Poca utilidad social tendría a no ser que se condujese para mostrar la riqueza del pasado de este espacio singular de Atarfe,
que es un ejemplo único de las posibilidades de conocer y mostrar los vestigios de nuestro rico y variado pasado, del que somos sólo custodios.
VESTIGIOD DE MURALLA DESCUBIERTA EN MEDINA ELVIRA
publicado en ATARFE EN EL PAPEL de IDEAL 2007 pag. 167-168