En el anterior relato de estas crónicas atarfeñas, daba una descripción física o geográfica de cómo era el Atarfe de entonces. Había tres vías principales de acceso tanto de entrada como de salida, una por la carretera de Albolote y otras dos por la carretera de Córdoba. Una entrada antes de llegar al Colegio de las monjas y otra entre casa Marino y la fábrica de San Fernando, la vieja alcoholera.

Había un elemento básico ligado a esta actividad, el viejo tranvía, unido a tantos recuerdos y el medio de transporte más utilizado por los atarfeños, en unos años en que poca gente disponía de coche, para desplazarse a Granada. La llegada y la salida era en la parada que había frente al inicio de la Gran Vía. El trayecto era Atarfe-Albolote-Maracena (aquí se cruzaba el que iba y venía)-el Cerrillo y Granada centro.

El otro trayecto era desde Atarfe-Sierra Elvira (el Baño) y Pinos Puente.

Decía que era un elemento básico de desplazamiento porque también era utilizado por los trabajadores para desplazarse hasta las fábricas que entonces estaban activas como la alcoholera de San Fernando, la de abonos Carrillo, la azucarera de la Vega, la de cementos Centauro y luego Alba (conocida familiarmente como la Porla) y la marmolería de Sierra Elvira. Todas estaban en la carretera de Córdoba y alrededores.

Recuerdo a los trabajadores con sus capachas de viandas cuando se dirigían a Lacalle Real a coger el tranvía para ir a las fábricas. También recuerdo, sobre todo en invierno, cuando el frío y la escarchan mojaban el sueño, que frente a mi casa estaba la taberna de Antonio el Coco y era parada obligatoria antes de continuar tomarse un copazo de coñac, anís o aguardiente para entonarse.

Aparte de esta actividad industrial, estaban la agrícola y la ganadera. Las actividades agrícolas eran el arado y la trilla (ayudados por bueyes o mulos), abono, siembra, riego, cultivo, cosecha, rotación de cultivos, cuido del sembradío, así como distribución y venta. En cuanto a la actividad ganadera se centraba en la crianza de ganado bovino, porcino, ovino, caprino y avicultura. También recuerdo el corralón de Bullejos el abuelo que estaba en la calle Real esquina con calle Jardines donde criaba toros. Enfrente del corralón, Germán el herrador, tenía un local dedicado al herraje de las bestias. Me producía una gran curiosidad ver como hacía su trabajo de quitar las viejas herraduras y poner las nuevas.

Otra actividad derivada de la ganadería eran las vaquerías que existían en diversos barrios del pueblo. Era costumbre habitual ir por las tardes con la lechera a comprar la leche, por proximidad iba a la vaquería de Vicente Rodríguez que estaba al lado de mi casa, también recuerdo en la calle Cedazos la vaquería de Natalio y en la plaza de Abastos la de Encarnación León. Otra estampa costumbrista era la de Pepe el Lechero con su rebaño de cabras. Por las mañanas iba recorriendo las calles del pueblo, ordeñando las cabras a pie de casa y vendiendo la leche.

Y por último estaba la actividad comercial que tenía su epicentro en la calle Real y de la que más adelante ya detallaré (tiendas de comestibles, zapaterías, mercerías, tejidos y ropa, carnicerías, charcuterías, etc.) y servicios varios (panaderías, barberías, estancos, tabernas y bares, etc.).

De lo antes expuesto se deduce que había una actividad económica muy viva e interesante.

Pero no es menos cierto y en honor a la verdad, que hubo mucha gente que tuvo que emigrar por unas circunstancias u otras.

Por último, quiero dedicar un poema en recuerdo a Antonio el Coco el Tabernero.

La Vieja Taberna

Frente a mi casa la vieja taberna.

En sus toneles vino añejo de recuerdos

Botellas con licor de tristeza.

En los amaneceres,

Hombres que van a la faena,

Al hombro llevan colgadas,

De sueños imposibles, sus capachas.

En la vieja taberna,

Beben el aguardiente del amanecer,

Aguardiente de soledad y tristeza,

Serios y melancólicos, de un trago

Beben su copa, sabor amargo

De la eterna derrota,

De lo que pudo haber sido,

su hoy y su ayer.

En la vieja taberna,

A la vuelta de la faena,

Unos mulos atados a la reja.

Vino para apagar el cansancio

De una jornada dura y eterna.

Tertulia, cartas, risas y canto.

De alegría disfraza el vino la tristeza.

Borrachos pacíficos de locura cuerda,

Su maldad es apagar el fuego de la pena,

La soledad de un día gris

Y una noche sin luna y estrellas.

En su casa la cena espera,

La mujer y los niños,

La alegría de la pena.

Acaba el día y un viejo

Amanecer espera.

Una vida de rutina, sin expectativa.

Es el reloj que marca su eterna rueda.

F.L Rajoy Varela

Palma Abril 2020

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