Éramos felices y no lo sabíamos
Teníamos salud, podíamos entrar, salir, disfrutar de nuestra gente y de nuestras pasiones
Éramos felices y no lo sabíamos. Es la frase que más leo o escucho al hablar con mis familiares y amigos por teléfono o videollamada en estos días tan tristes. Y no les falta razón. Teníamos salud, podíamos entrar, salir, disfrutar de nuestra gente y de nuestras pasiones. Como dice el dicho popular, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Volveremos seguramente a infravalorar todo eso con el tiempo pero el maldito coronavirus nos está haciendo valorar la importancia de las rutinas de la vida.
Con el Granada sucede igual. Ayer cumplió 89 años de vida. Y lo hace en la cresta de la ola. Ubicado en la élite del fútbol español y firmando un temporadón para la posteridad –si no la anulan, claro–. Algo que debemos valorar y defender ahora que lo tenemos. Principalmente, por saber de dónde venimos.
El club estuvo alejado de la élite más de tres décadas. Algo insufrible para cualquier aficionado. Deambuló por las catacumbas del fútbol español durante cuatro terribles años en los que rozó la desaparición. Pero se levantó. Costó sangre, sudor y lágrimas llegar a la cima. Pero se hizo y ahora toca disfrutar de dicho privilegio.
Recuerdo perfectamente que, a principios del nuevo siglo XXI, para un granadino medio futbolero, el simple hecho de poder ver al Granada en Primera división o a España ganando un Mundial era una quimera. Pero los sueños se cumplen y el de muchos de nosotros se hizo realidad en aquel momento.
89 años son muchos años. Pero constatan algo esencial. El granadinismo es para vivirlo. Para sufrirlo. Para disfrutarlo. Tardes como las de Alcorcón, Elche, Vallecas, Valladolid, Sevilla e incluso la del Athletic en las semifinales de la Copa del Rey pertenecen ya a la memoria colectiva de todos sus aficionados. Y volveremos a ellas. No lo duden. Tarde o temprano.
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