«LA VIDA FAMILIAR EN ATARFE» por F. L. Rajoy Varela
Mis recuerdos son aquella vieja casa donde nací, una planta baja donde hacíamos la vida familiar con unos muebles sencillos adecuados a una vida sencilla, humilde. Fiel reflejo de lo que eran aquellos años.
Había un corral donde deambulaban las gallinas, una cuadra donde en otro tiempo mis tíos Pepe y Juan Varela guardaban los bueyes, aunque de esto guardo un vago recuerdo y como en aquella época en la mayoría de las casas, disponíamos de un pozo que nos suministraba agua para consumo y aseo. No había red de agua potable, aparte de pozos individuales existían los dos pilares, el de la plaza del Ayuntamiento y el otro próximo a la plaza de la Iglesia. Símbolos de una época, lugar de reuniones para tertulias y chismorreos. La mayoría de las casas disponían de una planta alta que se usaba como desván multiusos. En cuanto a cuartos de baños, era un lujo al alcance de pocos. En verano te apañabas con la regadera y en invierno, calentabas una buena olla de agua y al barreño. Es obvio decir que las cocinas funcionaban a base de carbón y leña.
Toda la vida familiar se centraba en la figura de la madre, predominaba el matriarcado absoluto y los roles familiares estaban perfectamente definidos. En muchas familias, la figura de la abuela complementaba a la de la madre. Por entonces, los abuelos formaban parte del núcleo familiar. Cierro los ojos y veo a aquellas abuelas vestidas de negro, tristeza y silencio que a la salida de la escuela nos preparaban la merienda de pan con chocolate o la tetilla de pan desmigado con azúcar y aceite. Y cómo olvidar a los abuelos en los días soleados, sentados a la puerta de las casas en sus sillas de aneas, con sus cigarrillos eternos que les quemaban los labios y los dedos, siempre cubiertos con sus pellizas de silencio, mientras vigilaban nuestros juegos.
Por la mañana, mi padre se iba a la barbería. Hubo una época que la tuvo al lado del Chicote, después se trasladó a un local que había junto al Peña. Mientras tanto, mi madre se encargaba de arreglar la casa, la compra y hacer la comida. Por las tardes, se dedicaba a hacer trabajos de modista en casa. Y yo, iba a la escuela de Don Octavio que estaba al lado de casa. Recuerdo esa etapa de mi vida con mucho cariño. Aquellos pupitres, aquellos largos bancos de madera y sus largas e inclinadas mesas con sus tinteros. Aquellas plumillas con las que escribíamos en los cuadernos de escritura y los secantes, los lápices y las gomas de borrar. Todo muy básico pero muy entrañable y como música de fondo la Enciclopedia Álvarez. A la salida de la escuela, cogíamos la merienda y nos íbamos a jugar con los amigos o bien en la calle o en las eras hasta el anochecer. En otros artículos contaré mas detenidamente escuela y juegos.
Al llegar a casa después de jugar hacía los deberes y al acabarlos, me gustaba leer los tebeos de entonces, el Jabato, el Capitán Trueno, el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín y un largo etcétera. Cuando llegaba mi padre de la barbería, cenábamos y oíamos la radio que era la única distracción nocturna. La televisión apareció en nuestras vidas a mitad de los 60, pero era un lujo al alcance de muy pocos. Los que no disponíamos de televisión abusábamos de la confianza de los vecinos e íbamos a sus casas a verla. Lo que si recuerdo es que a nivel familiar las conversaciones se limitaban a lo esencial y según qué temas ni se planteaban y mucho menos se cuestionaban.
En resumen, una vida monótona, rutinaria. Pero era la vida que teníamos, así fuimos y así vivimos. Aceptamos lo que tuvimos sin más.
OLIVARES
Olivos centenarios,
en vuestras hojas oro verde,
sabor a almazara y aceite.
Olivos centenarios,
al pie de la Sierra,
barcos varados en el mar de la tierra.
Olivos centenarios,
que allá en lo alto de la ladera,
contempláis extasiados
la hermosura de la Vega.
Olivos centenarios,
vuestras raíces ancladas
eternamente en la tierra.
Olivos centenarios,
como viejos lobos de mar,
arrugas de océanos
y de inclemencias en
vuestra vieja corteza.
Olivos centenarios,
que en noches de tormenta,
a la luz de los relámpagos,
parecéis fantasmas en la ladera.
Olivos, Sierra y Vega,
eterno recuerdo,
infinita quimera.
F.L Rajoy Varela
Palma Abril 2020