Historias de amistad contadas a través de los objetos que nunca devolviste
Prendas de vestir o libros son muchas veces los protagonistas de estos pequeños expolios
En 2004, cuando era becario en la sección de Deportes de un medio de comunicación, uno de mis jefes me prestó un libro y jamás se lo devolví. No fue maldad, sencillamente dejadez. Años más tarde, este jefe volvió a cruzarse en mi camino en otro trabajo. Y otra vez, catorce años más tarde de nuestro primer encuentro, en 2018, coincidimos por tercera vez en este periódico. Por supuesto, me alegré mucho por este nuevo encuentro, pero al mismo tiempo sentí una punzada en el cogote: era su libro observándome desde la estantería con actitud reprobadora.
Esa deuda me ha acompañado durante mucho tiempo, como un expresidiario de telefilme persiguiendo al detective que lo detuvo. Pero yo guardaba silencio porque, situándolo en una balanza, me daba más vergüenza sacar esta deuda a colación que soportar la presencia del libro en casa. Pero qué demonios, ha llegado el momento de confesarlo: Borja Echevarría, tengo aquel libro sobre deportes que me prestaste hace dieciséis años. Hala, ya lo he dicho.
Acabo de quitarme un peso de encima. Y ya que estamos, aquí viene otra confesión. Miguel es un amigo que me abrió las puertas de su casa cuando estuve en México hace un montón de años. Cuando me devolvió la visita, se dejó una hermosa guayabera en mi casa, una de esas preciosas camisas que recuerdan al sonido de las jaranas y al sabor de frutas coloridas. «Se la devolveré en cuanto nos veamos de nuevo», me dije. Y llegó el momento de encontrarse otra vez, pero aquella prenda encerraba recuerdos tan bonitos que se me hizo insoportable deshacerme de ella, así que me la quedé deliberadamente y sin mencionarla siquiera. Miguel, la próxima vez que nos veamos, te la devuelvo seguro.
Pero no penséis que soy un aprovechado. Estoy convencido de que un karma cósmico equilibra la balanza entre expolios propios y ajenos. En mi caso, mi estantería luce ahora mismo dos huecos, como un niño mellado, correspondientes a dos libros que presté a dos amigos que ahora no recuerdo. Además, en esto del préstamo existen muchas lagunas legales. Si el libro que me prestó Borja se publicó en 1991, como se lee en los créditos, eso significa que pasó trece años en sus manos. Si ya lleva dieciséis en las mías, ¿acaso no significa que el libro es más mío que suyo? Vaaaaale, conforme lo escribo me doy cuenta de que, efectivamente, esta excusa es bastante pobretona.
¿Y por qué hago pública esta confesión precisamente ahora? La hago porque, debido al confinamiento, no hay ningún riesgo de que sus propietarios legítimos me agarren por las solapas. La hago porque nos hemos tropezado con un hermoso artículo de la revista estadounidense The Atlantic titulado «Le devolvió a su amigo un suéter que le había prestado veinte años antes«, que cuenta la historia de un amigo que, después de ver la serie de Marie Kondo, decidió devolver una prenda a un amigo a quien no veía desde hacía muchos años. El artículo no es una simple noticia, sino un repaso a toda una amistad a través de la historia de un simple suéter.
A merced de esta noticia hemos descubierto que en esta redacción, quien más quien menos, todos estamos involucrados en estos pequeños pillajes. Es, por ejemplo, el caso de nuestro compañero Pablo, que hace dos años prestó a un amigo un foam roll, uno de esos rollos de gomaespuma para ejercicios de pilates y estiramientos. En este caso, como sí que recordaba a quién se lo había dejado, se lo recordó el otro día. Y ojo a la magistral maniobra de escaqueo de su colega:
En algunos casos, el tiempo que pasas sin devolver un objeto se vuelve en tu contra. Mari Luz se marchó quince días de vacaciones a un lugar sin conexión a internet. Entonces, Gloria le prestó un reproductor de dvds para que viese un par de series que había sacado de la biblioteca. Después de las vacaciones, pasaron los días, las semanas, los meses y los años sin devolvérselo a su legítima dueña. Y ahora, en plena era del streaming, el reproductor de dvds sigue en su casa, obsoleto, abocado a la caja triste y polvorienta que habitan los walkmans, los discmans y otras tecnologías desfasadas.
También cabe la posibilidad de que estos objetos acaban convirtiéndose en fantasmas de relaciones pasadas. Es el caso de una compañera que prefiere mantener su anonimato, quien aún guarda un jersey y un libro que pertenecieron a dos de sus exparejas. «Lo del libro es un poco más grave, porque no era de mi ex, sino de su madre. Nunca llegué a conocerla, pero cada vez que veo el libro me acuerdo de aquella exsuegra», nos dice esta compañera.
¿También tienes algún objeto que perteneció a un amigo y que no has devuelto? ¿Has traspasado ese límite en el que devolverlo es más vergonzoso que quedártelo? ¿Te animas a contarnos la historia del objeto? Puede hacerlo escribiendo en los comentarios o enviándonos un correo a lamatrioska@verne.es. Y si eres uno de mis amigos que se llevó alguno de los dos libros que faltan en mi estantería, de verdad que no me enfado, pero, ¿no crees que es hora de devolverlos?
FOTO: Imagen: Anabel Bueno a partir de foto de Getty.