El turismo (sostenible) en la era digital
.El mundo ha pasado de gestionar 25 millones de turistas en 1950 a intentar dar respuesta a más de 1.138 millones. ¿Cómo puede la tecnología impulsar el turismo sostenible?
El 5 de julio de 1841, más de 500 personas se congregaban en la estación de trenes de Leicester, en Inglaterra. Un tren los llevaría hacia el pueblo de Loughborough por el precio de un chelín. El billete incluía varias comidas, baile y cricket, entre otras actividades. El artífice de este novedoso tour fue Thomas Cook, un carpintero de 33 años que se convertiría, sin saberlo, en el precursor de una de las industrias más pujantes: la del turismo.
En aquella atmósfera de progreso y bienestar que dibujaba la Revolución Industrial, el verbo «viajar» cobraba un nuevo significado. Cook pronto abandonaría su taller para crear la primera agencia de viajes de la historia. Con una peculiaridad que hoy resultaría poco atractiva para los jóvenes que aterrizan, en masa, en la mallorquina Magaluf: Cook profesaba fervientemente la fe baptista, que condena el consumo de alcohol, y los integrantes de sus primeros viajes pertenecían a sociedades pro-abstinencia. Ironías de la historia.
Más tarde, el emergente empresario traspasó fronteras y organizó tours por Bélgica, Alemania y Francia. En 1866, realizó la primera excursión de Europa a Estados Unidos. Y, en 1872, la primera vuelta al mundo. Todo un exotismo en pleno siglo XIX. Su legado se traduce hoy en la gigantesca compañía Thomas Cook Group, que posee distintos operadores turísticos, aerolíneas y plataformas digitales, y cotiza en la Bolsa de Valores de Londres.
La democratización de la cultura del ocio se produciría en el siglo XX. En 1936, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) aprobó el Convenio sobre las vacaciones pagadas. Mientras, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada en 1948, establecía que «toda persona tiene derecho al descanso y al tiempo libre, a una limitación razonable de las horas de trabajo y las vacaciones periódicas pagadas». Se abría paso a una revolución sin precedentes que sería catapultada por la tecnología de forma exponencial.
Un viajero promedio tiene más de 400 interacciones digitales a la hora de planear su viaje
De pronto, a galope, un siglo XXI que viene a poner en tela de juicio todo lo aprendido. La globalización nos muestra una realidad tan poliédrica que se nos escurre entre los dedos, y la digitalización destapa esperanzas y miedos por igual. El mundo ha pasado de gestionar 25 millones de turistas en 1950 a intentar dar respuesta a los gustos de 1.138 millones durante 2014. Nuestro smartphone ha reemplazado a los Thomas Cook de siglos pasados.
A golpe de clic, el ciudadano contemporáneo tiene el mundo en sus manos. También bajo su yugo. «La tecnología nos ha dado posibilidades infinitas, pero ha provocado efectos sociales y medioambientales que no podemos desatender. ¿Cómo puede ayudarnos la propia tecnología a enfrentar esos retos?». Pablo Blázquez, editor de Ethic, introducía así la jornada «La tecnología al servicio del turismo sostenible», celebrada en el Impact Hub Madrid y organizada por Vinces y Airbnb en colaboración con Ethic. «Si el mismísimo Platón recelaba de la escritura porque consideraba que esa innovación técnica podría perjudicar la transmisión de la filosofía, ¿cómo no vamos el resto de los mortales a sentir cierto vértigo ante la eclosión digital de la que estamos siendo testigos?». El debate está servido.
El poder de la tecnología
Un 11,5% de la riqueza de España procede del turismo y esta actividad emplea de forma directa al 13% de los trabajadores. En 2017 llegaron más de 82 millones de visitantes extranjeros, que gastaron un total de 87.000 millones de euros. Nuestro país es el segundo destino del mundo que más visitantes recibe, por detrás de Francia. Son algunos datos que adivinan un futuro palpitante para esta industria. Sin embargo, es sabido que el crecimiento no solo responde a los qués, sino a los cómos. Y corremos el riesgo de matar a la gallina de los huevos de oro. O el turismo se moderniza, o muere. La sostenibilidad y la eficiencia son las guías de esa modernización bien entendida, que insta a revertir la tensión entre el crecimiento y los límites del planeta, y a comprender las necesidades de un nuevo consumidor, con nuevas inquietudes y nuevos valores.
Fue esa búsqueda la que llevó a tres colegas emprendedores, en su apartamento de San Francisco, a idear la plataforma de alquiler de viviendas vacacionales Airbnb. Diez años después de su creación, más de 8 millones de huéspedes (el 69% extranjeros) que se alojaron en España en 2017 lo hicieron a través de la plataforma. Cerca de 4,4 millones de españoles la usan, y en España hay más de 125.000 anfitriones. Airbnb, junto a otras iniciativas dentro del mercado del homesharing como HomeAway o Couchsurfing, han dinamizado, sin lugar a duda, el turismo internacional.
Las empresas turísticas convencionales siguen mirando con escepticismo la eclosión de estas plataformas, a las que acusan de competencia desleal, falta de calidad en el servicio, deterioro de las ciudades y empobrecimiento de la economía. «Son mitos, falsas percepciones que las cifras desmienten», responde contundente Arnaldo Muñoz, director general de Airbnb Marketing Services, y aporta los últimos datos recogidos por la compañía: «Los huéspedes de Airbnb hacen, de media, un 25% más de gasto en nuestro país que el resto de turistas, lo que activa la economía local. Además, las estadísticas revelan que el sector hotelero está teniendo unos promedios de ocupación, y a unos niveles de precio, que no tienen parangón en Europa».
Para la compañía, el desarrollo, mejora y sofisticación de las mediciones es clave para poder reportar su impacto positivo en las ciudades mientras se gana el favor de la política. «Hemos establecido más de 400 alianzas con Gobiernos en el mundo. El siglo XXI plantea nuevos retos que requieren de colaboraciones público-privadas. No podemos abordar los temas de la misma manera que lo hacíamos en el pasado. Las plataformas como Airbnb tienen que jugar un papel en la solución de esos problemas sociales y medioambientales», se postula Muñoz, que se muestra convencido de que «no hay falta de voluntad para llegar a acuerdos, sino de un diagnóstico claro que permita detectar las fricciones que surgen en el mercado y trabajar conjuntamente».
Las secuelas de la turistificación
El turismo está considerado en tres de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. En concreto, el objetivo número 8 habla de «promover un crecimiento económico sostenido, sostenible e integrador, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos». Por su parte, el objetivo 12 es lograr un «consumo y producción sostenibles», mientras que el 14 consiste en la «conservación y utilización sostenible de los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible».
La llamada triple línea de resultados teoriza sobre ese aspirado «desarrollo sostenible». «El resultado económico debe venir acompañado de un impacto social y medioambiental positivo. Las organizaciones que tienen más éxito son aquellas capaces de perseguir a la vez esos objetivos, que parecen contradictorios, pero que ambos son deseables», ha expresado Concepción Galdón, directora de Innovación Social en el Instituto de Empresa y encargada de moderar la mesa de debate. En ella, Vinces y Airbnb han reunido a representantes de los cuatro principales partidos políticos –PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos– con el fin de analizar las grietas de un modelo de desarrollo turístico que se desvanece y de aportar soluciones innovadoras que ayuden a curar esas heridas.
«Las nuevas tecnologías van a ser fundamentales para cumplir los ODS. Sin ellas es imposible conseguirlos, aunque hay que tener en cuenta que a su vez puede provocar disrupciones e inadaptaciones. Los problemas derivados del turismo son globales y las soluciones van a ser globales», ha comentado Víctor Calvo-Sotelo, secretario de Nuevas Tecnologías del Partido Popular. «Estamos en un momento de innovación acelerada, y vienen más curvas». Para el político, lo fundamental es crear el marco adecuado para que se desenvuelva la actividad económica y contribuir a que haya un modelo europeo, «que luego se convierta en ordenanzas municipales». «Dentro de la incertidumbre general, es importante que colaboremos y compartamos experiencias a través de fotos como este para generar más datos sobre este mundo que nos viene. Se tiene mucha más información cuando tienes una plataforma centralizada. No puedes traerte políticas de otros países con mercados de vivienda distintos», ha remarcado Calvo-Sotelo.
El de España tiene sus particularidades. «Tenemos una estructura de vivienda diferente a la que hay en Francia o en Portugal. Aquí forma parte del patrimonio social. Es el país donde más propiedad tenemos, porque tenemos la idea de que el uso tiene que ver con la propiedad. No hay alquiler social y hay una falta de control precios», ha apuntado José Manuel López, diputado por Podemos en la Asamblea de Madrid. «Entramos en una nueva burbuja del alquiler y de la compra, en parte porque, en España, la vivienda funciona como un stock y no como flujo. Hay que crear un marco regulatorio, y dinamizar el turismo a la vez que se facilitan los alquileres. No olvidemos que tenemos muchas casas vacías», ha recordado. «Si separamos turismo y necesidad de vivienda tendremos un problema aún más grave. Las innovaciones en sistemas desiguales generan desigualdades».
Beatriz Corredor, responsable del Área de ordenación territorial y políticas públicas de vivienda del PSOE, ha abierto el melón de ese concepto que aún hoy nos suena poco familiar: la gentrificación. Lo explica: «Si uno tira piedra a estanque, provoca ondas expansivas a su alrededor. Lo mismo ocurre con la vivienda. La invasión turística y la oferta cada vez mayor de viviendas vacacionales ha inducido un aumento de los precios de los alquileres, lo que ha obligado a muchas familias a irse al barrio que hay a continuación. Es entonces cuando, también, empiezan a subir los precios de esa zona periférica. Y nos encontramos con que estamos creando una sociedad con dos niveles de ciudadanos: los que pueden pagar servicios básicos, entre ellos la vivienda, y los que no tienen garantías para ello. Por otro lado, cuando se gentrifica una zona, el comercio tradicional se va y vienen las franquicias». Corredor defiende, a corto plazo, aumentar la oferta alquileres estables residenciales. Desde el punto de vista regulatorio, propone algunas medidas como la reducción fiscal de las rentas de alquiler para propietarios o limitar la petición de fianzas. «Es necesario actuar antes de que se produzca una emergencia social. Turismo sostenible y vivienda sostenible deben hacerse compatibles», ha reclamado.
Por su parte, Susana Solís, responsable del Área de Industria e I+D+i de Ciudadanos, ha puesto sobre la mesa la brecha digital entre las ciudades y algunas zonas rurales de nuestro país, y entre generaciones, «que impide el acceso a la conectividad a muchas personas». «Tenemos que tener banda ancha para que ese pequeño restaurador o ese pequeño hotelero también pueda llegar al turista de Japón, París o Albacete. De esa manera deslocalizamos el turismo y atraemos a otro tipo de viajero que no busque solo sol y playa. También debemos promover que el comercio minorista se digitalice y sepa que se puede modernizar. Y para eso lo que nos piden formación», exige. «La precariedad del trabajo o las dificultades de acceso a una vivienda no están solamente vinculada a la economía colaborativa. La transformación digital debería estar en la agenda política de este Gobierno y no es así. No podemos perder el tren de la digitalización respecto a Europa», ha señalado Solís.
El turismo está considerado en tres de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible
En definitiva, el avance de la tecnología ha generado cambios en todas las industrias y la del turismo no es una excepción. Estudios confirman que un viajero promedio tiene más de 400 interacciones con decenas de empresas, agencias de viajes, amigos y conocidos a la hora de planear su viaje. Las posibilidades del sector de ofrecer soluciones tecnológicas marcarán el futuro de ese smart tourism y su relación con el entorno. «Si el siglo XX fue el siglo de la democratización, el XXI tiene que ser el de la ética y conciencia», ha reivindicado Pablo Blázquez, de Ethic. Porque, como diría el poeta francés Paul Eluard, «hay otros mundos, pero están en este».
Laura Zamarriego
Benidorm. Fuente: Nicolas Vigier (Flickr)