Sin la más mínima nostalgia le hemos dicho adiós a esta primavera tan extraña que hemos vivido, una primavera en la que las circunstancias nos han obligado a tener que aparcar nuestras vidas, a modificar nuestras costumbres, a cuestionarnos, por primera vez en muchos casos, el mundo en el que vivímos y a plantearnos con una incertidumbre enorme como podía llegar a ser nuestro futuro.

En estos tres meses hemos tenido tiempo para hacer muchas cosas aunque a veces no nos apeteciera hacer nada.
Hemos pensado mucho y hemos creído encontrar soluciones para todo.

Nuestras vidas se llenaron de buenos deseos , pero casi todos ellos se fueron rápidamente esfumando. Dijimos que nuestras prioridades iban a cambiar, pero nuestras prioridades, pasada la convulsión inicial, han seguido siendo las mismas de siempre. Han vuelto las prisas, el estrés, la competitividad, el dinero, la soberbia, la deshumanización, los mercados, la economía, la ansiedad… eso si, con mascarilla puesta y con las manos desinfectadas.

Dijimos que no volveríamos a ensalzarnos en discusiones absurdas y sin motivo, que valorariamos todo lo que teníamos a nuestro alrededor y que seriamos más solidarios, más generosos y mejores personas, pero se ve que la vida debe ser otra cosa, porque seguimos discutiendo (creo que hasta mucho más que antes), seguimos sin valorar nada, las buenas personas siguen siendo buenas y las que no lo eran antes siguen sin serlo ahora.

Nos entretuvimos haciendo deporte, leyendo, cocinando, limpiando… y en mayor o menor medida también nos entretuvimos con las redes sociales. En ellas hemos leído auténticas barbaridades: insultos, amenazas, exabruptos… por parte de unos y de otros, de quienes creemos que no entienden de nada y de quienes creen entender de todo. No nos hacia ningún bien leerlas (al menos a mi) pero seguíamos leyéndolas una y otra vez hasta enfurecernos con el mundo y con nosotros mismos, por eso creo que para evitar disgustos innecesarios y no caer en la tentación de seguir leyéndolas e incluso de llegar a contestar, lo mejor que yo personalmente puedo hacer es olvidarme, al menos temporalmente, de ellas.

Todos nos hemos enfadado, nos hemos esperanzado, nos hemos preocupado, hemos llorado y hemos tenido miedo. Hemos sentido vergüenza al ver como nuestro parlamento se llenaba de insultos, de ofensas, de odio y de palabras vacías, hemos superado algunas de nuestras limitaciones, hemos sido, en la mayoría de los casos, muy responsables y, aunque tenemos fama de ser indisciplinados, hemos llegado a ser extremadamente obedientes.

Hoy día 21 de junio dicen que empieza la normalidad, una normalidad que nunca será igual para quienes han perdido a un familiar o a un amigo ni para quienes se han dado cuenta de lo efímera que es la vida y lo vulnerable que es el ser humano incluso viviendo en el primer mundo.

Cuando todo esto haya pasado completamente y solo en los países pobres siga la gente muriéndose por falta de vacunas, olvidaremos los miedos pasados y quizás alguna vez, solo alguna vez, pensaremos en lo poco que hemos aprendido.
Por cierto, como digo al principio de este texto, hoy es el día de San Luís -San Luís Gonzaga, como le gustaba decir – Un buen día!!! Un entrañable recuerdo!!!.

 
 
 
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