«EN RECUERDO Y HOMENAJE A LOS EMIGRANTES ATARFEÑOS» por Francisco L. Rajoy
En este artículo, dedico mi homenaje más entrañable, a los miles de atarfeños que al igual que yo, un día nos vimos obligados por las circunstancias de la vida a abandonar nuestro hogar, nuestras calles, nuestros olivos, nuestra sierra, nuestra vega y nuestras eras.
En resumen, nuestro entorno natural y más querido. Con el paso de los años, unos volvieron con la frente marchita como cantaba Carlos Gardel, otros hemos ido y viniendo, no soy de aquí ni soy de allá como cantaba Alberto Cortez y los menos afortunados murieron lejos con la nostalgia de su Atarfe querida envuelta como sudario.
Cuando decidimos marchar, no llegamos a pensar que en esta vida no existen paraísos perdidos y que, absolutamente por todo, siempre hay que pagar un peaje bastante caro.
Tal vez, si lo hubiéramos pensado, o siendo generosos, lo hubiéramos sabido, nuestra decisión hubiera sido otra. Pero esta vida no concede segundas oportunidades y una vez iniciado el camino, ya no hay vuelta atrás.
Aquellos cantos de sirenas.
En algún artículo anterior, describí cual era la situación económica y social de aquella década de los 60 y principios de los 70. Había gente que trabajaba en las fábricas, otra que lo hacía en el campo y otros que lo hacían en el sector servicios. Independientemente de la situación política, y al igual que ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, los ciclos económicos han marcado la pauta de épocas de bonanza y los de crisis. Y esos ciclos se han reflejado en el bienestar y malestar social. Es cierto que aquellos años fueron complicados, pero la gente iba saliendo a flote. Pero hubo gente que quiso cambiar su suerte y la alternativa que se lo ocurrió, en vez de agotar otras posibilidades, fue emigrar al extranjero o bien al interior de España en aquellas regiones más potentes económicamente en industrias y servicios (Madrid, País Vasco, Cataluña, Baleares y Canarias). Siempre he considerado que Andalucía y el resto de las comunidades económicamente más desfavorecidas, han sido el granero o el almacén de mano de obra que han servido para ayudar y engrandecer a las más favorecidas y mencionadas anteriormente. Lo mismo se puede decir de los países extranjeros (Francia, Alemania, Inglaterra, Suiza).
No obstante, analizar el fenómeno migratorio, sus causas y sus efectos es un proceso muy complejo y amplio que no ha lugar el tratarlo en este artículo.
Me interesa centrarme en esa otra realidad más cruda y dura, de la que nadie quiere hablar por no reconocer el error, el fracaso y la frustración que engendran los sueños rotos. Esos cantos de sirenas que te arrastran un día a abandonar tu hogar y tu tierra, creyendo que en otros lugares vas a encontrar la Arcadia, cuando los paraísos, en el supuesto que existan, no están en esta tierra.
La cara oculta de la luna de la migración, no es la que se ve desde la perspectiva personal del que no la ha experimentado y sufrido. Si le preguntas a alguien que haya sido o sea emigrante y tenga la dignidad de serte leal, en resumen, te dirá: “Para este viaje no necesitábamos estas alforjas”. En esta vida, nada es lo que parece y nadie es quien dice ser.
Posiblemente, nadie te habrá dicho, que cuando te vas a trabajar a otro sitio, y hablo con conocimiento de causa, aunque por fortuna no ha sido mi caso, vas a realizar los trabajos más duros y menos gratificantes. Vas a vivir en guetos, maquillados con el nombre de barrios obreros o extrarradio, que no suena tan desagradable. Si vives en otra ciudad, española o extranjera, donde se hable otro idioma o dialecto, la discriminación se acentúa. Aunque intentes integrarte, vas a sufrir el rechazo por el mero hecho de no ser nativo. Si a eso le añades, como consecuencia de lo antes expuesto, la sensación de sentirte sólo y la nostalgia permanente, ya tienes el retrato robot del emigrante.
Y al final del camino, ¿qué?
Cuando uno llega al final de su vida y se da cuenta que todo es nada y miras hacia atrás, sin rencor y serenidad, te das cuenta de que, tu vida, como la vida de la mayoría de la gente, no es más que la enésima autobiografía de un fracaso. Ahora, no sirve de nada plantearse lo que pudo haber sido y no fue. Lo único cierto y evidente es que el peaje o el tributo pagado por dejar tu hogar y tu tierra, ha sido excesivamente caro.
EL VUELO DE LA GOLONDRINA
Fue en un amanecer de primavera,
cuando de su sueño despertaba la Vega.
Batir de alas en las hojas de la alameda.
La golondrina alzó el vuelo,
en sus ojos lágrimas de pena.
Envuelto de azul tristeza el cielo,
fue mudo testigo de su adiós
a los Olivares, las Eras y la Sierra.
Una fina daga, atravesó
el corazón de la primavera.
Atrás, la golondrina dejó
su vida y su nido,
su ayer, su mañana y su hoy,
donde no mora el olvido
y que allá donde voy,
me recuerda lo que soy y he sido.
Fue en un amanecer de primavera,
cuando de su sueño la mar despierta.
Una metamorfosis extraña,
en gaviota a la golondrina cambia.
En silencio, llora de pena la luz del alba
y su soledad la corriente del mar arrastra.
Gaviota sin alma, gaviota blanca
que, atravesando el mar azul,
mi corazón dejó, en la Bahía de Palma.
FOTO: MONUMENTO A LOS EMIGRANTES DE OTRO ATARFEÑO : BALBINO MONTIANO