El futuro del euro
Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, no lo tiene fácil. No solo tiene poca compañía en una cúpula de gobierno con más testosterona que el vestuario del Real Madrid—no en vano le ha encargado a Isabel Schnabel, la otra mujer de la foto, que investigue el porqué de esta disparidad apabullante—sino que además no son tiempos propicios para su afán de liderar convenciendo en lugar de imponiendo.
Entre el coronavirus, la falta de consenso en la Unión Europea y una economía que no sabe muy bien para dónde tirar, el papel del BCE es cada vez más importante y, a la vez, está menos claro que nunca. Verán, además de todas las labores de supervisión para meter a los bancos en cintura, el BCE tiene dos cometidos fundamentales.
¿Está el dinero físico condenado a desaparecer?
Por un lado, es el dueño y señor de nuestra moneda, el Euro, en un momento en que el dinero físico parece condenado a desaparecer a manos de la contactless economy—todas esas nuevas formas de pago tan cómodas, tan molonas y tan asépticas que amenazan con convertir los billetes arrugados y las monedas mugrientas en una reliquia de pasado. Tanto es así que, para que los bitcoines y las otras criptomonedas no le coman el terreno, el BCE se está planteando emitir un Euro electrónico. No está claro todavía qué forma tendría pero Lagarde y sus acólitos se han propuesto tomar una decisión a mitad del año que viene. Permanezcan atentos a sus pantallas.
A vueltas con la inflación
Y por otro lado, el BCE fue creado con una misión muy concreta: mantener la inflación de la zona euro por debajo pero cerca—ojo, que esto es importante—del 2%. La inflación es eso cuando tu abuela te cuenta que en su época por 100 pesetas, menos de un euro, podías pasarte una semana con pensión completa en Mallorca. Es decir, la inflación refleja lo que suben los precios o, lo que es lo mismo, el valor que pierden tus ahorros a medida que pasa el tiempo y cada vez puedes comprar menos cosas con el mismo dinero.