MIS DOS FALANGES Por Juan Alfredo Bellón
MIS DOS FALANGES Por Juan Alfredo Bellón DESDE EL MIRADOR Nº73 para el domingo 01/XI/2015
La infancia de quienes nacimos en los Cuarenta no fue moco de pavo; la vivimos como época gozosa porque no entendíamos lo rematadamente perra que era aquella vida: el vigor de la niñez y la ilusión con la que procurábamos ingenuamente disfrutarla paliaban aquel cúmulo de sordideces que se amontonaban en nuestras vivencias empezando por las materiales y acabando, sobre todo, por las espirituales. Así, nos parecía lo más natural del mundo desmotar las lentejas limpiándolas de cocos y chinillas antes de echarlas en agua para ablandarlas y luego guisarlas; nos fascinaban las películas españolas y extranjeras aunque en los besos solo viéramos el sombrero de curas y censores; nos bañábamos en ríos, playas y piscinas tan contentos de vestir bañadores pesadísimos y la mar de feos por lo puritano de sus patrones y lo basto y pesado de sus materiales, que más parecían de arpillera y loneta que de punto de nylón elástico y pegado con suavidad a las formas de nuestros cuerpos. Y qué decir del calzado y la ropa interior, hechos para vestir con espíritu cuaresmal que no incitara a la molicie pecaminosa. Sin embargo, nada de esto impedía la inocente malicia con que escrutábamos las satisfacciones de la vida y los reclamos del mundo, del demonio y de la carne, para no hablar de los placeres de la gula, la codicia, la envidia y del gustirrinín que sentíamos al ver tropezar y caer a nuestros competidores o hincar la cerviz a nuestros enemigos.
Es verdad, nos distraíamos y disfrutábámos con cualquier cosa y éramos felices en medio de las escaseces y del cutrerío en que nadaba aquella España de la postguerra tan sobrada de faltas y menguada de satisfacciones objetivas donde ojos que no veían, corazón que casi no echaba de menos lo que no tenía por costumbre disfrutar.
Así, en el terreno asociativo al que siempre me sentí especialmente inclinado, los chiquillos de entonces teníamos, en mi pueblo, dos opciones, Acción Católica y el Frente de Juventudes, cuyos himnos respectivos ya anticipaban cuán poco amplia era la panoplia de nuestra lúdica libertad: Juventudes católicas de España, / galardón del ibérico solar… o Cara al sol con la camisa nueva / que tú bordaste en rojo ayer… En ambos casos se trataba de un ocio inducido, ora por el nacional catolicismo, ora por el fascimo español, etonces representado por la Falange y que, al coincidir homonímicamente con el nombre de uno de los huesos componentes de las manos y los pies, hacía que la gente empleara muchas etimologías populares por paronomasia y dijera haber contraído una «falangitis» muy aguda. Siendo como eran las falanges los grupos de soldados con lanza y escudo cuya disposición, ideada por Alejandro Magno, los hacía especialmente aptos para combatir y vencer en las contiendas de la infantería y muy especialmente contra la caballería.
Pues bien, en aquellos cochambrosos locales donde se asentaban las sedes de sendas organizaciones pasabamos las horas en torno a una mesa de pin-pon desvencijada y a tres o cuatro de Juegos Reunidos en las que predominaban el Parchis, la Oca y unos tableros roñosos donde faltaban muchas de las fichas reglamentarias del Dominó y del Ajedrez. Las mínimas diferencias entre una u otra organización eran los contenidos de sus escuálidas bibliotecas, mayormente compuestas de folletos propagadísticos y tebeos, siendo el leve acento religoso de Acción Católica y el casi imperceptible acento, no laico sino secular, de Falange Española y de las JONS. En Navidad se componía algún año un nacimiento y altarcicos ad hoc en Semana Santa y el Mes de María y paren ustedes de contar, si no era la organización de alguna visita o excursión por los alrededores (Cazorla, Sierra Mágina, Jaén Capital, atc.) y la participación en algún trofeo local de fútbol indefectiblemente acabada en derrota estruendosa.
Cuando. entre tanto avatar lúdico, alguien se rompía un hueso, sacábamos punta humorística y decíamos ser hueso de santo si pertenecía a un miembro de Acción Católica y una falange de un dedo de la mano o del pie, si era de un asociado falangista que, en todo caso podía ser Roberto Alcázar o Pedrín, el Guerrero del Antifaz o el Jabato. Y ahora que han transcurrido sesenta años, con ocasión de sendos accidentes domésticos, me he roto dos falanges con cuatro semanas de diferencia, una la del dedo anular de la mano diestra y otra la del pulgar del pie siniestro, teniendo que sufrir las molestias de sendos entablillamientos y las bromas de amigos y conocidos arguyendo que, a mí, eso de la falange no me pega. Lo peor es que, durante estos días, he necesitado usar bastón y que aún no me han dado el alta, pues todavía no ando muy católico, ni firme y no me manejo ni manipulo las cosas con soltura.
Espero que nada tengan que ver ambos percances con ningún anuncio del inevitable declinar físico que a todos nos acecha con la edad ni con la reciente convocatoria de Elecciones Generales por parte del Presidente del Gobierno, ahora que tras mis ejercicios veraniegos en el Balneario de Lanjarón, me sentía tan estupendo de salud y cuando las espectativas electorales de la derechona parafascista tampoco tienen razón para prometérselas medianamente felices. Mañana será otro día, verá el tuerto los espárragos y yo mejoraré de mis huesos, ahora ya sí de laico, que falta me hace.
En cualquier caso, mejor estoy que mi compañero y sin embargo amigo Emilio de Santiago desgraciada y fulminantemente fallecido en la soledad de su vivienda hace unos días por quien guardo aquí un párrafo de silencio y recuerdo aquel ángel suyo tan granaíno cuando, en mitad de una visita a la Alhambra en honor del catedrático asturiano doctor Martínez Cachero, interrumpió su verbo arrebatado referido al simbolismo universal de la bóbeda del Salón del Trono, junto al Patio de la Alberca, y preguntó al profesor Cachero si sabía por qué estaban tan amarillos y tenían los ojos tan pequeños y entrecerrados aquellos inoportunos japoneses que cruzaban por entre nosotros, cámara en ristre, y le molestaban e interrumpían su discurso explicativo del monumento nazarí.
-Pues son así (añadió con marcado acento granaino) porque comen mucho arroz y siempre están extreñíos.
Nuestros amigos asturianos, acostumbrados al humor del oso de Favila, enmudecieron sin saber qué añadir ante semejante cambio de ritmo comunicativo digno del mejor Cruyff, y eso que a Emilio no le gustaba el fútbol. Descanse en paz en su paraíso nazarí mientras nostros tomamos media docena de piononos de Santa Fe, de la pastelería Isla, y un Apperley, de la de López Mezquita, en su memoria.