Los cuerpos y la sexualidad que el fascismo no quiso que vieras
Una exposición en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) indaga en las obsesiones eróticas y las sexualidades heterodoxas que sublimó el arte de entreguerras
Ocurrió en Múnich, en julio del 37. Dos muestras de arte concurrían en la capital bávara aquel verano-preludio de la barbarie. Las dos eran, para más señas, antagónicas. Una tenía por objetivo mostrar al mundo el arte que el nacionalsocialismo consideraba admirable, la otra pretendía exhibir el arte que le repugnaba; a la primera le adjudicaban con honores la etiqueta de Arte Alemán, y a la otra, en cambio, la de Arte Degenerado.
Sobra decir que la que pasó a la historia fue la segunda. Ese supuesto outlet de la infamia plástica contenía puntales del cubismo, expresionismo, arte abstracto o surrealismo y algunos de los más importantes autores del siglo XX. Mientras que la primera, con sus vigorosas teutonas, sus diligentes soldados y sus afectadas representaciones del pueblo germano, apenas tuvo repercusión una vez finiquitado el fascismo.
El mismísimo Führer, que como saben coqueteó con el pincel (con más pena que gloria) en sus años de muchachito confuso, tuvo a bien determinar en una de sus exaltadas peroratas qué cabía (y qué no) bajo el contundente epígrafe de Arte Alemán: «Solo al arte sano, a este arte que llevamos en la sangre, a un arte comprensible por el pueblo porque solo el arte que el hombre de la calle puede entender es verdadero arte».
Y en esa divisoria está un poco la clave. El «arte sano» implicaba, perdonen la perogrullada, un arte no sano, o lo que es lo mismo, un arte depravado y enfermo. Una exposición en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) indaga, precisamente, en esa otra forma de representar, ver y sentir la moral de la época. La muestra reúne 219 piezas que, a ojos del incipiente fascismo de la época de entreguerras, sería obra de tarados o de amorales, cuando no de las dos cosas a la vez.
Otto Dix, George Grosz, Rudolf Schlichter, Francis Picabia, Man Ray, Claude Cahun, Tamara de Lempicka, Jeanne Mammen, Hannah Höch, Salvador Dalí o Federico García Lorca son sólo algunos de los más de cincuenta artistas que integran la muestra. Bajo el título Des/orden moral, la exposición recoge todo tipo de piezas pertenecientes, como decíamos, a esa franja que va del 18 al 39, periodo especialmente fructífero para el arte, capaz de sublimar los grandes traumas del momento (que no eran pocos).
Confluyeron, en cuestión de pocos años, una crisis social que carcomía a las principales capitales europeas, con un irrefrenable ansia libertino tras un periodo infausto y belicoso como pocos. El libre albedrío pasó a formar parte de los anhelos de una buena parte de la población, lo que implicaba una confrontación con el orden dominante. Y qué mejor que el arte para dar rienda suelta a toda ese acumulado de vida que pedía paso de forma urgente.
El uso de la fotografía facilitó la exposición del cuerpo y la desnudez. Pero otras técnicas (dibujo, grabado, pintura, escultura) fueron utilizadas también para trasladar una inconformidad ante el orden moralizador. En esencia, que otros afectos y otros cuerpos eran posibles, y que la camisa de fuerza en la que se habían convertido las normas sociales heredadas, parecía incapaz de contener los espasmos de un bicho herido de vida.
París y Berlín, como principales focos de esa revuelta libertina, se convierten en la sala de máquinas de ese órdago a las buenas costumbres. Las pinturas y los grabados de la época muestran un inusitado interés por plasmar la actividad erótica del momento, también por mostrar sexualidades heterodoxas, no adeptas al régimen de lo normativo y, por tanto, relegadas a espacios y escenas en los márgenes.
En el ámbito germánico, por ejemplo, emergen propuestas en las que despunta la subcultura homosexual y lésbica presente en las acuarelas de Jeanne Mammen y en los collages de Hannah Höch. Algo parecido sucede en París de la mano de Brassaï, atento a esas vidas que gozaban ajenas al orden heteropatriarcal. En nuestro país, los aires de libertad que trajo la II República se medían con el peso de la religión católica y el analfabetismo reinante. Con todo, hubo mujeres que plantaron cara a las convenciones machistas.