No, no hay que pactar siempre
Si esa práctica se lleva al extremo, acabaría con la ideología, porque de acordar todas las leyes acabaríamos por creer que no hay partidos progresistas y reaccionarios
Saben ustedes que no es precisamente la corrección política el santo y seña de este Ojo. No comparte, por ejemplo, ese amor desmedido hacia los pactos. Considera que si esa práctica se lleva al extremo, acabaría con la ideología, porque de acordar todas las leyes acabaríamos por creer que no hay partidos progresistas y reaccionarios.
Y es mentira: los hay. Dicen las buenas gentes que las grandes leyes convendría pactarlas, y los gobiernos, en consecuencia, hacer todos los esfuerzos para contar con el apoyo de la oposición. Qué bonito este idílico deseo. Avanzamos: la oposición dice que nanay y se niega a pactar.
¿Qué debe hacer entonces el Gobierno? ¿Aceptar la paralización, seguir negociando hasta que la oposición gane unas elecciones que entonces impondrá, sin pactar con nadie, su propia ley?
Esa es, exactamente, la táctica tramposa del PP con la Ley de Educación, entre otras. Fue el único partido que se negó a firmar el pacto educativo que promovió Ángel Gabilondo en 2010. Después, en 2013, impuso su ley Wert, ave maría purísima, a martillazos. ¿Pactar, dicen?