Que no te engañen: el fin de la política del hijo único en China no es una victoria de los derechos
La decisión de China de prohibir que la mayoría de parejas tengan más de un hijo, impuesta hace más de 35 años, siempre ha permanecido como un símbolo de cuán lejos el Estado estaba preparado para inmiscuirse en las vidas de sus ciudadanos. Era una política clásica en la que el fin justifica los medios. No es sorprendente que la política del hijo único siempre ocupara un lugar destacado en las implacablemente duras críticas de China por organizaciones de derechos humanos.
Así que, ahora que China ha anunciado que la política de un solo hijo oficialmente llegará a su fin, algunos pueden referirse a este momento como un triunfo de los derechos humanos. Eso, sin embargo, sería una equivocación.
Cuando la agencia de noticias estatal Xinhua anunció que el Partido Comunista de China se moverá rápidamente para «poner en práctica la política de ‘una pareja, dos hijos'», esta no era una señal de que el partido de pronto comenzara a respetar la libertad personal más que en el pasado. No, este es un caso en el cual el partido ajusta la política a las condiciones.
Y esas condiciones demandan urgentemente aumentar la tasa de fecundidad del país –entre las más bajas del mundo– para preservar el crecimiento económico y la estabilidad social, las cuales son indispensables para prolongar el control del Partido Comunista sobre el país.
Es difícil imaginar un papel más intrusivo para el gobierno que el de decirle a las parejas el número de hijos que pueden tener. Pero no es imposible. La aplicación de la política draconiana es, de hecho, la estatura de la intrusión. A lo largo de los años, los grupos de derechos humanos han documentado miles de casos de abortos y esterilizaciones forzadas –las cuales Amnistía Internacional etiqueta como tortura– además de fuertes multas y otras prácticas.
La nueva política que eleva el límite a dos hijos por pareja, preserva el papel del estado. Amnistía dice que el cambio no hace mucha diferencia.
Irónicamente, la controvertida política no solo fue perjudicial sino que también puede haber sido innecesaria. Cuando el partido la anunció en 1978, explicó que su propósito era «aliviar los problemas sociales, económicos y ambientales». En ese entonces, la pobreza endémica y el estancamiento económico plagaban China. El miedo era que una población en rápido crecimiento empeoraría las cosas, estirando demasiado los recursos limitados, empeorando la pobreza y amenazando la estabilidad política.
Las autoridades afirman que la política impidió aproximadamente 400 millones de nacimientos.
Algunos demógrafos cuestionan ese número, poniendo la cifra, quizás, a la mitad de ese nivel. Otros expertos sostienen que la forma de frenar el crecimiento de la población no es prohibiendo los nacimientos, sino a través de la educación y el control de la natalidad.
Pero el camino más efectivo para prevenir una explosión demográfica es la prosperidad. Funciona con mucho más éxito que enviar a la policía para arrestar y multar a los ciudadanos, algo que incluso los funcionarios chinos, para su creciente consternación, están descubriendo.
De manera natural, las parejas deciden tener menos hijos a medida que avanzan desde los campos hacia las ciudades, a medida que estudian más y en el momento en que las mujeres forjan carreras fuera del hogar.
De hecho, China ha estado intentando alejarse de la política del hijo único durante un tiempo con resultados que los dejan aturdidos.
Las autoridades comenzaron a relajar las reglas hace un par de años, sin ningún resultado. Cuando el gobierno anunció reglas relajadas que le permitían a unos 11 millones de parejas que tuvieran dos hijos, solo alrededor de 1 millón de ellas solicitaron permiso para tener un segundo bebé.
Muy pronto, podríamos empezar a ver señales de pánico entre los demógrafos que forman parte del Partido Comunista. China, al igual que su vecino y rival Japón, tiene un serio problema con las bajas tasas de natalidad. Como Japón ha demostrado, las consecuencias pueden ser desastrosas para la economía.
Sin embargo, a diferencia de China, Japón no posee la necesidad de mantener un fuerte crecimiento económico. A pesar del fuerte crecimiento económico durante muchos años, cientos de millones de chinos todavía viven en la pobreza. El partido necesita mantener el zumbido del motor económico, y eso será cada vez más difícil si las personas se niegan a tener más hijos.
Increíblemente, China ha logrado preservar restricciones ofensivas sobre los nacimientos, mientras que simultáneamente lucha por elevar la tasa de fertilidad.
Después de más de una generación en la que las cifras de los nacimientos colapsan y la expectativa de vida mejora, China se está convirtiendo en un país de ancianos. El número de trabajadores disponibles para sostener el crecimiento económico y el cuidado de sus mayores se está reduciendo. Cada uno de los niños puede esperar que con el tiempo tendrá que cuidar de sus dos padres y de sus cuatro abuelos. Cuando se case, él y su esposa duplicarán esa cantidad: una pareja será responsable hasta de cuatro padres y ocho abuelos. Esa es tan solo una de las razones por las que tienen miedo de añadir más hijos a sus responsabilidades.
La misma aritmética se aplica a la economía. Mientras la población crece y llega a ser anciana, existe una proporción menor de trabajadores comparada con los jubilados y los hijos. En un país de 1.400 millones de habitantes, el número de personas entre 20 y 24 años es cada vez más pequeño, y se estima que caerá hasta 94 millones en 2020, según una estimación, muchos de quienes estarán asistiendo a la escuela en lugar de trabajar. Se espera que el número de personas de más de 60 años llegue a 360.000 millones para entonces.
Es difícil sobreestimar qué tan serio es este desafío para el régimen.
El gobierno de China ha hecho un trabajo espectacular al impulsar el crecimiento económico y al sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y convertir a China en la segunda mayor economía del mundo, con vastas reservas financieras y un papel global cada vez más tajante.
Y, sin embargo, China tiene un talón de Aquiles gigante. El país está gobernado por un gobierno no elegido, cuya principal preocupación es preservar el crecimiento y la estabilidad y prevenir los desafíos a su autoridad. Hacer eso ha significado la supresión sistemática de una serie de libertades individuales, «entre ellas la libertad de expresión, asociación, reunión y religión, cuando se percibe que su ejercicio amenaza al gobierno del partido único», según Human Rights Watch.
A pesar de sus impresionantes logros, China es «No Libre» según la organización no partidista Freedom House, la cual dice que el actual presidente, Xi Jinping, ha dirigido un agravamiento de la represión, causando una «crisis de derechos humanos».
Así que no, a pesar de lo que puede parecer como progreso, el levantamiento de la política del hijo único no es una victoria para los derechos individuales. Ni siquiera es un paso en la dirección correcta. Es más de lo mismo de un régimen decidido a continuar moviéndose en la misma dirección mientras mantiene sus manos con fuerza en el timón.