ANDALUCÍA Por Juan Alfredo Bellón para DESDE EL MIRADOR Nº44 del DOMINGO 22-03-2015

Hoy nos jugamos en Andalucía la partida más importante de nuestra historia. Quiero decir de nuestra historia contemporánea, porque nunca como hasta ahora ha sido preciso discernir lo que nos jugamos sin que apenas nos lo digan explícitamente. En efecto, el famoso 28 de febrero de 1980, sí que nos dijeron que teníamos que romper a nuestro favor la diferencia entre nacionalidades y regiones consagrada en la reciente Carta Magna obteniendo el acceso al autogobierno por la vía del artículo 151 de la Constitución porque Andalucía, sin ser nacionalidad histórica ni tener lengua propia diferente al castellano, sí era un territorio poblado desde antaño por españoles especiales llegados del resto de los territorios peninsulares que se habían ganado el derecho a la españolidad integradora en la nación de naciones que era como podría concebirse a la vieja piel de toro a partir del nuevo texto constitucional de 1978.

Ganamos aquel referendum y accedimos a la autonomía con más celeridad y contenidos que las regiones reguladas por el artículo 143 quedando siempre latente la posterior aclaración del texto en el sentido de incluir a esas nacionalidades y regiones como piezas integrantes de España en primera instancia, a pesar de las diferencias que las distinguían entre sí y a todas ellas con las llamadas nacionalidades propiamente dichas.

Quedamos así los andaluces entre Pinto y Valdemoro, siendo sin dudarlo españoles pero pertenecientes a un tipo nuevo de proto-nacionalidad: sin lengua diferente y propia pero con un uso innovador e integrador de la misma igual que el español moderno se innovó y acrisoló durante dos siglos y medio en Andalucía y, luego en América y otras zonas del antiguo Imperio Español sometidas a la castellanización lingüística.

Y ahora nos vemos en la tesitura de que otros (especialmente catalanes y vascos, con la adhesión a estos de los navarros, por lo que se demuestra que no es solo un asunto de carácter lingüístico) basan sus finanzas autónomas en los conciertos y pretenden consagrar esos privilegios económicos apoyados supuestamente en renovadas presiones secesionistas y/o en una nueva reforma constitucional que reabra la brecha cuantitativa y cualitativa entre nacionalidades y regiones (volviendo a considerar entre estas a Andalucía y rediseñe de nuevo al nuestro como un estado asimétrico por los siglos de los siglos.

Y aquí es donde reside el quid de la actual situación: mientras no se reforme el texto de 1978 en el sentido de considera a España una nación plural integrada por territorios autónomamente unidos en un estado (simétrico) unitario y cooperativo, basado en la igualdad de oportunidades individuales y colectivas para cuya consecución Andalucía tiene mucho que decir, no habrá forma de recomponer este rompecabezas nacional ni de salir de este nuevo laberinto español en que se ha convertido el Ruedo Ibérico en del siglo XXI.

Sea todo ello dicho sin detrimento del enorme componente afectivo que el caso implica en virtud del cual todos queremos emocionalmente a Andalucía por ser nuestra matria y patria y la tierra bendita que nos ha visto nacer y ayudado a crecer así, en contacto con uno de los entornos ambientales más bellos y generosos del mundo y en el seno de uno de los pueblos más pluralmente cultos y sabedores de que la libertad es el camino de la igualdad cooperativa, la paz y la justicia y, por tanto, el clima y fundamento de la felicidad.

Compárese ese diseño de nuestras metas como pueblo con los programas electorales de las diferentes fuerzas políticas que concurren a estas elecciones y actúese votando en consecuencia sabiendo que ese voto va a influir, no solo en las condiciones de vida de nuestra tierra, sino también (como decía directa y literalmente Blas Infante) en las del resto de las de los pueblos de la Humanidad.

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