Miguel Ríos, de rockero a icono cultural
El mercado de la música popular en este país hubiera sido otro muy diferente, y también más pacato, si no hubiera existido un Miguel Ríos. Acaba de cumplir 77 años. Ese día, el cantante convocó a unos cuantos amigos para celebrarlo y cantar las canciones de su nuevo disco, Un largo tiempo
Si en este país la cultura en general tuviera otra condición, si este país no fuera tan cainita ni envidioso, se aceptaría sin cortapisas la premisa de la que parto. Cimentar una carrera profesional con éxito, saber mantenerse durante tanto tiempo y no cagarla, consolidar cada paso, con aciertos y errores, avances y retrocesos, éxitos y descalabros, es algo muy difícil, y requiere no solo una gran inteligencia artística, también una inteligencia social, algo de lo que los artistas muchas veces carecen o tienen mermada. No es el caso que nos ocupa.
Me reconozco admiradora de Miguel Ríos. Que nadie se llame a engaño con lo que aquí voy a decir. Le conocí hace mucho, mucho tiempo, cuando yo era muy joven y rondaba por el mundo de la música. Todos y todas, de una generación determinada, crecimos con sus canciones y sentimos con él, sobre todo cuando pasó su etapa de Mike Ríos, una bocanada de aire fresco, una conexión eléctrica que te rizaba el pelo: aquello era rock and roll, energía y sublevación. Podíamos escuchar cantautores, baladas pop y otras modas que surgieron después, pero lo primero en la música popular fue el rock. Y aquí tuvimos un buque insignia, que abrió camino a los demás.
Hay muchas cosas que este país y en concreto el mundo de la música le debe a Miguel Ríos:
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A él se debe iniciar una carrera de rock en castellano de la que se aprovecharon los que vinieron después. Hasta entonces solo nos llegaba con cuentagotas el rock anglosajón.
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Por él conocimos a los rockeros latinoamericanos, que cantaban también en español y que, gracias al Rock de una noche de verano, pudimos ver en directo. Aquella gira fue un embrión de los actuales festivales multitudinarios que recorren la geografía española en verano, al menos antes de la pandemia.
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Pero también se le debe el abrir camino arrancando espacios para la música popular. El Circo Price en su primer emplazamiento; el uso de campos de fútbol y las plazas de toros para conciertos, incluso la utilización de escenarios redondos, como años después haría otro insigne del rock, esta vez sinfónico, Peter Gabriel. También fue el primero, en un país poco acostumbrado a conciertos y casi todos subvencionados, en realizar giras como empresa, asumiendo riesgos él mismo. Y, por supuesto, fue Miguel Ríos quien inició la costumbre de los patrocinadores para apoyar la financiación de las giras. Ahora todo eso parece normal, pero saltar de los patios de colegios a espacios multitudinarios costó mucho. Conseguir que firmas comerciales entendieran los beneficios de financiar giras fue un triunfo y abrir camino no siempre es algo reconocido.
Cuando una serie de cuestiones en la música popular se dan por hecho, o parece que han existido siempre como lo más natural del mundo, hay que saber mirar atrás y ver cómo era este país bajo la dictadura y el poco entusiasmo que la cultura siempre despertó, salvo la que era afín al régimen. En definitiva, el mercado del rock y de la música popular en este país hubiera sido otro muy diferente, y también más pacato, si no hubiera existido un Miguel Ríos. Y tampoco los aficionados a la música, los que íbamos a conciertos, hubiéramos tenido la oportunidad que nos brindó al ver conciertos con una dignidad y calidad a la que no estábamos acostumbrados. Siempre he mantenido que la buena producción es la que no se nota. Lo sé por experiencia. Y también que nuestra memoria es frágil y no siempre se reconoce el mérito cuando alguien ha abierto camino a otros que han venido después.
Un chaval que emprendió un viaje de Granada a la capital, con una maleta y unos pocos duros, el menor y el único chico de una familia, que creció rodeado de hermanas y que, como él mismo dice, pudo dedicarse a cantar porque su padre murió antes de tiempo, ha conseguido no solo llenar estadios, sino ser investido doctor honoris causa por la Universidad de Granada y la Universidad de Elche, ser hijo predilecto de Andalucía y tener un reconocimiento nacional e internacional. Hace unos años decidió retirarse y abandonar las grandes giras, porque le asustaba envejecer subido a un escenario. Pero los escenarios y los aplausos tienen tal magnetismo que, cuando te enganchas a ellos, difícil es desprenderte.
Miguel Ríos acaba de cumplir 77 años. Un bonito capicúa al que se le añade la fecha de su cumpleaños, el 7 de junio. Ese día, el cantante convocó a unos cuantos amigos para celebrarlo y cantar las canciones de su nuevo disco, Un largo tiempo. Un disco madurado y compuesto antes y durante la pandemia, que recoge en distintas canciones un largo tiempo de su vida artística. Canciones muy pensadas, que ha ido dando a conocer poco a poco. Un trabajo lento que confirma la teoría de que, cuando no hay prisas, se va lejos. Es uno de los discos más autobiográficos del cantante. Ese día desbrozó el disco entero acompañado del Black Betty Trío (en realidad un cuarteto de músicos excelentes, con arreglos acordes a un Miguel Ríos adaptado a su edad, con canciones de medio tiempo y predominio de baladas, con sonido acústico basado en piano de cola, violín y guitarras). Y sigue teniendo una voz privilegiada. Solo introdujo tres de sus canciones más conocidas: Bienvenidos, Santa Lucía y El río, acopladas por la batuta musical de José Nortes.
El concierto, anunciado como show case (ay, el inglés), se retransmitía en streaming (de nuevo, ay) a nivel internacional. El dinero recaudado ha ido para Mensajeros por la paz, la organización del Padre Ángel, y para el fondo social de la A.I.E., la sociedad de gestión de los músicos, uno de los sectores más castigados con esto de la pandemia, aunque no den tanto la tabarra como la hostelería y las terrazas.
Cuántas veces he dicho sobre un artista que, si hubiera nacido en otro país, en Francia o en Inglaterra, estaría considerado un semidios, un mito nacional o un icono cultural. Pues bien, lo vuelvo a decir, una vez más, sobre Miguel Ríos. Gracias, por tanto.