Group of tired school kids feeling bored while sitting in the classroom during the lecture.

Como docente dedicado durante muchos años a la formación de los jóvenes, he tenido la oportunidad de comprobar que los valores que se maman, transmiten y cultivan en la familia, son claves para su educación.

La elegancia y pulcritud, los buenos modales y el saber estar, tradicionalmente transmitidos en la familia, han perdido su significado y, como consecuencia, hemos construido una sociedad chabacana y vulgarizada, con una pérdida absoluta de sensibilidad. Indudablemente también han contribuido a ello unos torpes modelos educativos basados en el proteccionismo, el amiguismo y el coleguismo, con una pérdida de la autoridad paterna y docente. La pedagogía del “Laissez faire” o dejar hacer ha ocasionado graves daños en la educación. Esta se caracteriza por todo lo contrario, por la intervención en todos sus procesos y por dar una respuesta contundente e inmediata a cualquier conflicto educativo. Las dos instituciones claves en el aprendizaje, la familia y la escuela, han de aplicar los procedimientos adecuados al fin de conseguir una sociedad culta, educada y sensible, aunque actualmente estamos muy alejados de tal objetivo.

Olvidamos con frecuencia que cualquier acción educativa debe cumplir dos principios esenciales. El primero es “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”; y el segundo, ”Tus derechos acaban donde empiezan los de los otros”. ¿Educamos a nuestros hijos en el respeto a estos dos principios? Los hechos demuestran lo contrario. Podemos observarlo en sus conductas. Como para muestra, basta un botón, permítanme que les narre un suceso que presencié un día del mes de Agosto en una playa salobreñera. Un señor, a mi lado, bajo su sombrilla y sentado en su silla, a la orilla del mar, leía tranquilamente las noticias del diario Ideal, desplegado entre sus manos. De pronto, un balón impactó en su cara, con tal fuerza, que la lente izquierda de sus gafas se rompió, las hojas del periódico volaron, esparciéndose por la arena, y su ojo izquierdo quedó amoratado y dolorido. Ostensiblemente malhumorado, gritó al grupo de mozalbetes que jugaban con el balón en la playa: -Os lo voy a rajar-. Al momento, se le acercó un fornido señor que dijo ser el padre del certero futbolista, diciéndole: -Pues no ha sido para tanto-. En ningún momento este botarate reprendió a su hijo, y tampoco le conminó a pedir perdón. Tan solo expresó, con soberbia, que él corría con los gastos del desaguisado. La respuesta del agredido si fue, en verdad, soberbia, -Sr, lo de menos es que me pague usted las gafas. Lo de más es la fea lección que acaba de dar a su hijo, porque más vale un pobre, educado, que un rico, patán- Con esta frase dejó tan desarmado al botarate que no supo responder.

Lamentable, pero real, y hechos similares suceden todos los días. No podemos, pues, quejarnos de los detestables actos que protagonizan algunos de nuestros jóvenes, grabados, vistos y relatados fielmente, tanto en Internet como en los restantes medios de comunicación. Acosos, peleas, palizas y agresiones de todo tipo son fruto de una educación inadecuada. La educación transforma a la persona, pero si las familias e instituciones renuncian a educar o lo que es peor, maleducan, el joven puede convertirse en un inadaptado, un insociable o un salvaje.GOGÍA DEL DEJAR HACER

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