Así demostró el premio Nobel de Economía que el salario mínimo no destruye empleo
David Card estudió en 1992 el efecto del alza del SMI en los restaurantes de comida rápida de Nueva Jersey. El estado creó empleo y los salarios subieron, pero también el precio del menú
Junto al ya fallecido Alan Krueger —exasesor de los presidentes estadounidenses Bill Clinton y Barack Obama—, Card estudió las consecuencias de la subida del salario mínimo en Nueva Jersey sobre los trabajadores de cadenas de comida rápida en ese estado y en las zonas limítrofes de la vecina Pensilvania. En aquel momento, 1992, se trataba de dos prósperos territorios industriales del norte del país en manos de administraciones demócratas, pero solo el primero decidió aumentar la paga, desde los 4,25 hasta los 5,05 dólares la hora. La experiencia de estudios previos, especialmente en los años setenta, hacía pensar que el empleo se reduciría en Nueva Jersey debido a la nueva regulación, en contraste con lo que sucedería al otro lado del río Delaware. Pero no fue así.
Los investigadores analizaron 410 puntos de venta en ambos estados a través de un trabajo empírico, similar al que había llevado a cabo el propio Card en California o al que desarrollarían en 1994 Stephen Machin y Alaman Manning en el Reino Unido. El documento, titulado ‘Minimum Wages and Employment: A Case Study of the Fast-Food Industry in New Jersey and Pennsylvania‘ (‘Salario mínimo y empleo: un caso de estudio de la industria de la comida rápida en Nueva Jersey y Pensilvania’), puede consultarse en la página web del premio Nobel. El jurado lo ha puesto como ejemplo de la aportación del galardonado al conocimiento científico, en que también destacan sus estudios sobre la relación entre la inmigración y el mercado laboral.
El experimento fue muy intuitivo. Por un lado, se estudió el efecto de la medida en los restaurantes de Nueva Jersey. Por otro, se emplearon como grupo de control los restaurantes de Pensilvania, ya que, según apuntan los autores, «los patrones estacionales de empleo son similares» en ambos estados. Esta herramienta, muy habitual en las ciencias sociales, permite eliminar el efecto que tienen en el resultado final otras variables diferentes a la que se pretende comprobar. Las cadenas de comida rápida, como Burger King o KFC, fueron el sector elegido, ya que, en aquel entonces, era el que empleaba a más trabajadores de salario bajo.
La primera oleada de entrevistas se realizó entre febrero y marzo de 1992 y la segunda, entre noviembre y diciembre del mismo año. Entre ambos momentos, los investigadores apuntaron todos los cambios que se producían (como el cierre de puntos de venta, por ejemplo) para evitar distorsiones en el estudio. En la segunda fase, lograron repetir el trabajo de campo en el 99,8% de los restaurantes.
Las conclusiones fueron las siguientes: el salario medio de entrada había subido un 10% en Nueva Jersey, mientras que el salario medio se había incrementado un 3,1%. En ese estado, no solo no se había destruido empleo a tiempo completo, sino que se había creado, al contrario que en Pensilvania. Incluso se produjo una «pequeña y estadísticamente insignificante» migración de trabajadores desde el territorio que no había aumentado el salario mínimo hacia el que sí lo había hecho. La única consecuencia negativa fue para los consumidores: el precio del menú aumentó más al este que al oeste del río Delaware, aunque los investigadores matizan que los establecimientos más sensibles a la medida no encarecieron más sus productos que los menos afectados.
Por supuesto, la realidad no resultó tan idílica en todos los casos: algunos restaurantes redujeron los beneficios complementarios para compensar el aumento de los costes laborales del salario mínimo. Pero esto, según el estudio, reafirma la tesis de que un aumento del SMI no supone una merma del empleo: los empresarios siempre pueden recortar por otro lado. Tras estudiar el caso de McDonald’s en diferentes estados entre 1986 y 1990, Card y Krueger también descartaron que el alza salarial desincentivase la apertura de nuevos establecimientos.
Pero las conclusiones no se quedaron ahí. Aunque la decisión de subir el SMI se produjo en 1990, cuando Estados Unidos aún disfrutaba de uno de los mayores ciclos de crecimiento de su historia tras las reformas del presidente Ronald Reagan, se aplicó dos años después, en plena recesión. Entonces, señala el trabajo, algunos sectores pidieron dar marcha atrás a la medida con el argumento de que no era una buena idea en un momento de crecimiento del desempleo. El mismo razonamiento que ha esgrimido en España la patronal CEOE para oponerse al incremento de 15 euros mensuales aprobado por el Gobierno en un contexto en que la economía española aún no ha recuperado los niveles previos a la pandemia del coronavirus.
En sus conclusiones, Krueger y Card descartan que los resultados del estudio estén viciados por el devenir de la economía: «Es poco probable que los efectos del alza del salario mínimo fueran ocultados por la mejora de la situación económica general». Y se muestran taxativos: «El alza del salario creó empleo». Otros estudios, como los del Banco de España, no dicen lo mismo: el organismo regulador calculó que en 2019 se perdieron entre 90.000 y 170.000 empleos en nuestro país por culpa de la subida del SMI.
La controversia seguirá, pero este lunes el premio se lo ha llevado la obra de David Card, que demostró que se puede subir el SMI sin necesidad de destruir empleo y, en ocasiones, ese incremento incluso puede incentivar su creación. Tres décadas después de la investigación, no faltarán las interpretaciones políticas sobre un asunto que sigue generando discusión. Con o sin evidencia empírica que la respalde.
La inmigrantes no ‘roban’ los empleos
La aportación de Card a los estudios sobre inmigración y mercado laboral también son notorias. En su investigación ‘Is the new inmigration really so bad?’ (‘¿Realmente es tan mala la nueva inmigración?’), de 2005, el premio Nobel derriba muchos de los lugares comunes sobre el tema que presiden el debate público. Su principal conclusión: la llegada de extranjeros no provoca una merma en el empleo de los trabajadores autóctonos menos cualificados. Y tampoco en los salarios.
Pese a la inmigración masiva de las últimas décadas del siglo XX en Estados Unidos, Card demuestra que la brecha salarial entre los trabajadores nativos cualificados y no cualificados se ha mantenido intacta y, en sus conclusiones, califica de «escasas» las evidencias de que los extranjeros mengüen las oportunidades de los nacionales con escasa formación. Al contrario: la inmigración acude, precisamente, a suplir la mano de obra cualificada en aquellos lugares en que escasea.
Otra famosa investigación del premio Nobel es la que estudió la llegada multitudinaria de inmigrantes cubanos en el conocido como el ‘éxodo del Mariel’. En 1980, Miami se llenó con 125.000 expatriados, lo que incrementó un 7% la fuerza laboral de la ciudad. Sin embargo, Card demostró que el episodio no tuvo ningún impacto negativo en las oportunidades de los trabajadores poco cualificados que ya vivían en Florida antes de la avalancha migratoria.