La crisis energética da una peligrosa segunda vida al carbón
La escalada de precios del gas natural provoca un auge del combustible más contaminante, cuya erradicación es vital para evitar el peor escenario del calentamiento global. Es un fenómeno coyuntural, pero preocupante
La crisis energética ha abierto veredas tan inhóspitas como difíciles de digerir. El carbón, llamado desde hace años a desaparecer del mapa para evitar el peor escenario del cambio climático, va camino de cerrar un 2021 récord. El encarecimiento generalizado de todas las fuentes de energía fósil —especialmente del gas, su heredero natural como respaldo de suministro en el sistema eléctrico— ha provocado un brutal aumento en su precio y un interés revivido en varios rincones del planeta. En poco tiempo ha pasado del ostracismo retórico a la primera línea.
La tendencia, a la que también está contribuyendo un inicio de la temporada de frío especialmente gélido en el hemisferio norte, con temperaturas más bajas de lo habitual, tiene alas cortas: el avance de las renovables es imparable, y la obsolescencia del carbón mantiene su vigencia a medio plazo. Pero el auge temporal no podría ser más peligroso e inoportuno, más aún cuando el éxito de la transición energética se medirá, en gran medida, por su capacidad de pasar la página del carbón lo antes posible.
Tanto las mineras como los lobbies del carbón se sienten henchidos por los últimos acontecimientos. “Los mercados han hablado: el carbón ruge de nuevo”, decía semanas atrás el presidente de la patronal extractiva estadounidense, Rich Nolan. Sus razones tiene: en cuestión de meses han pasado de estar varios metros en fuera de juego, tratando de buscar soluciones de captura de las ingentes cantidades de dióxido de carbono que emiten, a sacar pecho por este revival.
Por coyuntural que acabe siendo, que lo será, el contraste entre el auge actual y la tendencia que debería seguir para enderezar el rumbo del calentamiento global no podría ser mayor. En el terreno de los hechos, la Agencia Internacional de la Energía proyecta que, tras tocar un máximo histórico de electricidad generada con carbón este año, la demanda del mineral marcará un nuevo pico en 2022. En el de los deseos, el consumo global de carbón debería caer en un 55% de aquí a 2030 y en un 90% de aquí a 2050 para evitar un escenario climático extremo.
“Es la mayor fuente de emisiones de dióxido de carbono, y el nivel históricamente alto de electricidad generada con carbón es una señal preocupante de lo lejos que está el mundo de las cero emisiones”, critica el director del organismo dependiente de la OCDE, Fatih Birol. “Sin una acción contundente e inmediata de los Gobiernos para atajar las emisiones del carbón, las opciones de limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados serán pequeñas, si es que aún las hay”.
A pesar del aumento exponencial de voces en su contra, el peso de esta energía en la matriz eléctrica mundial permanece en el entorno del 40%, prácticamente en los mismos niveles de, atención, 1973, en plena crisis del petróleo. En buena medida, ese porcentaje responde a su creciente importancia en el Asia emergente, que aglutina a los países más poblados del planeta. China fue la única gran economía mundial en la que el consumo de carbón aumentó incluso en 2020, el año más crudo de la pandemia, y sigue creciendo a un ritmo del 9% este año. Y el caso de India es, si cabe, más preocupante: la Agencia Internacional de la Energía prevé un aumento de la demanda del 12% en 2021.
“Hoy el carbón es el rey, porque es más barato que cualquier otra fuente de energía”, dejó caer a mediados de octubre el primer ejecutivo de la petrolera francesa Total, Patrick Pouyanné, obviando, sin embargo, que la electricidad más barata proviene de la eólica y la solar. “Es cierto que el coste de generación de energía renovable es cero una vez que las placas solares o los molinos eólicos están instaladas, pero sigue siendo mucho más barato construir centrales de carbón. Sobre todo en Asia, que es donde más continúa creciendo la demanda de electricidad”, apunta por correo electrónico Sareena Patel, analista principal para temas de carbón de la consultora IHS Markit. De ahí, dice, que el esquinazo definitivo a este combustible esté siendo mucho más complejo de lo que muchos preveían.
Su pervivencia, sin embargo, es igualmente llamativa en dos de los mayores países europeos. En Alemania, a pesar de que la nueva coalición de Gobierno se ha comprometido a erradicarlo de la matriz energética en 2030, la quema de este mineral ha pasado de suponer el 21% de la electricidad generada en la primera mitad de 2020 al 27% hasta junio pasado, superando a la eólica como la primera fuente. Y en Polonia, por mucho el caso más problemático del Viejo Continente, sigue suponiendo casi las tres cuartas partes del total de electricidad producida. Son los dos grandes lunares en una Europa embarcada en un proceso de descarbonización acelerada.
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
FOTO: Vista aérea de una mina de carbón en Kémerovo (sur de Rusia), el pasado noviembre.MAXIM SHEMETOV (REUTERS)
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