La atarfeña María Lucena: la genómica al servicio del lince ibérico
El 8 de marzo, hablo con María Lucena, doctora en biología, que ha estudiado la historia evolutiva del lince y está, además, muy comprometida con la lucha por la igualdad.
Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Día para conmemorar la lucha de las mujeres y reivindicar su posición social y una igualdad efectiva de derechos respecto a los hombres. Para ello, hoy hemos entrevistado a María Lucena Pérez. Doctora en biología por la Universidad Pablo de Olavide, ha realizado la mayor parte de su actividad académica en la Estación Biológica de Doñana estudiando la historia evolutiva del lince ibérico y boreal mediante herramientas genómicas.
¿Por qué el lince ibérico?
Hablé con María para preguntarle, antes que nada, qué había despertado su interés en la temática. ¿Por qué escogiste el lince ibérico? ¿Lo tuviste claro desde el principio o barajaste otras opciones?
R – La elección de la especie fue circunstancial. Yo estaba interesada en una serie de preguntas relacionadas con el estudio de la evolución en poblaciones silvestres usando herramientas genéticas. En ese momento escuché hablar del grupo de José Antonio Godoy y su trabajo con distintas especies, y me puse en contacto con él. En el grupo acababan de recibir una subvención para trabajar con el lince y eso permitía comenzar un proyecto a largo plazo en el que finalmente me incorporé. Ha sido una suerte que estas hayan sido las circunstancias y haya podido trabajar con una especie tan emblemática.
Entre tus investigaciones destacan trabajos que aplican la genómica a la conservación de este animal en peligro. ¿Cómo se relacionan estos dos campos? ¿Cómo podemos mejorar la protección del lince utilizando la genética?
R – La genética puede contribuir a la conservación en tres etapas. Por un lado, ayuda a hacer un diagnóstico de la situación. Por otro, este conocimiento permite diseñar planes de actuación adecuados. Por último, se usa para evaluar a lo largo de todo el proceso la evolución de estos planes de conservación. La genómica, es decir el estudio de datos genéticos masivos, permite ir un paso más allá tanto cuantitativamente, mejorando estimas tradicionales, como cualitativamente, posibilitando la reconstrucción de la historia evolutiva de la especie, lo que en última instancia contribuye a comprender mejor las amenazas a las que se enfrenta. Por suerte, el lince ibérico cuenta con toda esta información en sus planes de conservación y creo que esto explica, al menos en parte, el éxito de los mismos.
Recientemente, la situación del lince ibérico ha cambiado de “en peligro crítico” a solo “en peligro”. ¿Qué pronóstico consideras, como profesional, que le espera?
R – A medio plazo puedo decir que, aunque la situación es radicalmente mejor que hace veinte años gracias a la puesta en marcha de planes de conservación que han resultado muy exitosos, a día de hoy aún es fundamental que se siga apostando por la especie para lograr que las poblaciones tengan un número de individuos y una conectividad entre ellas que les permita ser resilientes ante posibles eventualidades.
En biología se suele dividir a los profesionales entre biólogos “de bata” y “de bota”. Tu trabajo combina la imagen de la bata blanca asociada a la genética con otra que nos evoca a un Félix Rodríguez de la Fuente calzando un buen par de botas. ¿Te consideras de bata o de bota?
R –Podríamos decir que nunca me he encontrado del todo cómoda en ninguna de las dos descripciones. Siempre me he sentido demasiado “de bota” para ser “de bata” y demasiado “de bata” para ser “de bota”. Cualquier persona que trabaje en el laboratorio y su sujeto de estudio sean poblaciones silvestres se sentirá identificada.
Una mujer que trabaja haciendo ciencia
Cuando alguien piensa en eminencias científicas, a su mente suelen llegar hombres. La cantidad de mujeres ampliamente conocidas que estudian la fauna silvestre puede contarse con los dedos. ¿Quiénes fueron los principales referentes de María Lucena? ¿Tuvo algún referente femenino con quien sentirse identificada?
R – Mis referentes siempre los he buscado en personas muy cercanas a mí, investigadoras de las que he aprendido y que han sido un espejo en el que mirarme. Desde la Dra. Josefa Cabrero que me dio mi primera oportunidad, pasando por la Dra. Elena Casacuberta que me enseñó nuevas formas de trabajar o la Dra. Aida Andrés con la que he trabajado recientemente han sido figuras muy relevantes para mí.
Un tema que me preocupa, y al que suelo hacer alusión, es la famosa gráfica en tijera de la investigación española. En ella se observa cómo desde la carrera universitaria hasta el postdoctoral, la proporción de mujeres y hombres es bastante paritaria, pero en puestos de mayor responsabilidad cae a niveles preocupantes; algunos informes indican un 27 % de mujeres entre los investigadores principales. ¿A qué crees que se debe este desequilibrio tan exagerado? ¿Percibes un techo de cristal en la ciencia?
R – Creo que hay varios factores que pueden estar interactuando. Socialmente, no está del todo bien visto que una mujer anteponga su trabajo a la familia y esta visión tiene una repercusión en nuestra educación y, por tanto, en la escala de prioridades que acabamos desarrollando. Las condiciones actuales de alta competitividad y escasa financiación hacen del trabajo en ciencia un trabajo bastante precario, que requiere gran dedicación, inestable y que obliga a tener alto grado de movilidad incluso internacional. Estas características son muy difíciles de compatibilizar con los cuidados del hogar, que siguen recayendo de forma mayoritaria en las mujeres, y una vida familiar, especialmente en el caso de aquellas mujeres que deciden ser madres. El hecho de que la estabilización se esté retrasando cada vez más obliga a que las mujeres que acaban el doctorado tengan que decidir dónde depositan sus energías, justo en los años que coinciden con el periodo fértil. Por todo esto muchas acaban dejando la ciencia, a pesar de tener vocación, con la famosa frase: “no me compensa”.
Cómo me suena esa frase de “no me compensa”. Es tristemente habitual esa voluntad de salir del sistema científico, efectivamente bastante precarizado, y buscar mejores opciones donde haya menos actitudes tan competitivas, y que les dé más estabilidad familiar. Aunque es algo que sucede tanto a hombres como a mujeres, los datos indican que en ellas es mucho más común.
¿Crees que en el ámbito académico está instaurada esa forma de masculinidad tóxica de ambición desmesurada y lucha de egos? ¿Puede radicar ahí parte del problema?
R – Es un tema que afecta especialmente a las mujeres por nuestra socialización, pero también a hombres con menos ambición o que antepongan su familia. A la larga es un problema en el sistema científico, que se empobrece al seleccionar perfiles homogéneos. De todos modos, sí, pienso que la ciencia sigue siendo un entorno muy masculinizado, en ocasiones, consciente o inconscientemente, incómodo para las mujeres y que no les brinda siempre igualdad de oportunidades. Un ejemplo de esto son las colaboraciones que surgen después del trabajo tomándose unas cañas o jugando al fútbol, que son actividades que no suelen realizar ellas.
Piensa en las niñas y mujeres que estén leyendo esto y quieran trabajar en el estudio y la conservación de una especie protegida. ¿Qué mensaje les dedica María Lucena a todas ellas?
R – Les diría que trabajar con poblaciones naturales, especialmente si están en peligro de conservación, es una tarea muy gratificante y muy bonita. La crisis de biodiversidad en la que nos encontramos necesita que todas unamos esfuerzos, así que ¡bienvenidas!