22 noviembre 2024

Europa acumula más de 15 meses de retraso medio en las solicitudes de asilo

Quienes llegan de Ucrania lo hacen bajo el paraguas del sistema de protección especial ultrarrápido, pero los sistemas de acogida ordinarios acumulan cientos de miles de solicitudes pendientes y un porcentaje alto de rechazos.

“El colapso es brutal”: así define Virginia Álvarez, portavoz de Amnistía Internacional en España y experta en inmigración, la situación de los sistemas de acogida en Europa, ahora que se preparan para recibir a millones de refugiados ucranianos. Y ese colapso se puede traducir en cifras: a cierre de 2021, los países de la Unión Europea (UE) sumaban más de 761.000 solicitudes de asilo pendientes de resolución. ¿Y eso cuánto es? Pues teniendo en cuenta que el último mes, diciembre, recibieron poco más de 60.000 solicitudes en total, es bastante. O, lo que es lo mismo, esos 761.000 expedientes pendientes equivalen a las solicitudes recibidas en los últimos 15 meses. Y ese mismo sistema de asilo es el que tiene que recibir ahora a buena parte de los casi cuatro millones de refugiados que, según datos de Naciones Unidas, han salido de Ucrania desde que estalló la guerra con Rusia.

“Nunca ha habido la más mínima voluntad política por parte de ningún país europeo de cumplir con sus obligaciones internacionales con respecto a los refugiados”, añade Álvarez. Pero, incluso entre las malas prácticas, hay diferencias. Así, de las 761.060 solicitudes de asilo pendientes a 31 de diciembre de 2021, más de 500.000 estaban amontonadas en tres países: Alemania (más de 264.000), Francia (más de 145.000) y España (más de 100.000). Pero es que esos países son también los que reciben más peticiones. Aun así, su embotellamiento es considerable: más de 19 meses de solicitudes pendientes de resolución en el caso alemán, más de 17 en el español y casi 15 en el francés.

Irlanda (más de 29 meses), Chipre, Malta y Finlandia tienen peores ratios de embotellamiento que esos tres países. Y junto a Grecia, Luxemburgo, Bélgica y Suecia, todos ellos superan el año de solicitudes pendientes.

“Son tan pocos [funcionarios] y llegamos tantos”. Quien habla es Carmen Caraballo, una refugiada venezolana que llegó a España en junio de 2018 y que no consiguió asilo hasta año y medio después. Por su experiencia, la falta de personal suficiente explica la tardanza a la hora de conseguir una cita o de resolver peticiones como la suya. “Tienes que hacer largas colas, como las colas del hambre, pero de los papeles”, explica Carmen, que también estuvo en el sistema español de acogida. Y, mientras esperan la ansiada tarjeta roja, como llaman al permiso de trabajo, muchos se ven obligados a trabajar en negro para subsistir.

A Georgina Molina, esos colores, el rojo y el negro, le traen una mezcla agridulce de recuerdos, pues representan tanto el ansiado permiso de trabajo como el régimen sandinista del que ella precisamente huyó. Lo hizo tras sufrir torturas por parte de la policía. “Horrible, horrible, horrible. Es una de las cosas que no voy a olvidar nunca jamás”, dice por videollamada. A ella aún le cuesta estar delante de agentes por el trato que padeció en su país junto a otros dos compañeros. Y, cuando recibió la documentación en España por parte de un policía vestido de paisano, se echó a llorar. “El proceso de asilo ha sido una odisea, siento que ya venía de perder mi condición de persona. Te sentís cucaracha, te sentís basura, te sentís una rata”, cuenta emocionada. Después de pelear durante tres largos y duros años, Georgina consiguió el asilo el pasado mes de febrero.

Hoy piensa que existen numerosos aspectos mejorables, como la falta de “formación en derechos humanos” y un “tacto humanitario mínimo” por parte de quienes ayudan a personas que se encuentran en una situación muy vulnerable. Carmen Caraballo opina de forma similar: “Los de las colas no son respetuosos porque gritan. El funcionariado, el que está dentro, sí está más concienciado. Me imagino que habrán escuchado tantas historias…” Aunque quien la entrevistó por segunda vez arrancó la conversación mascullando un “otra más” que, a ella, según explica con la voz entrecortada, “le rompió”: “Yo no quisiera estar sentada aquí, yo quisiera estar en mi casa, al otro lado del océano, trabajando, con mi familia”. La odisea lleva a muchas personas a tratar de conseguir citas como sea, incluso comprando turnos por unos 80 euros, una situación muy diferente a la organizada ahora para acoger a quienes vienen de Ucrania.

Un sistema especial e “inédito”

Los refugiados ucranianos que huyen de la guerra pueden acogerse en Europa al sistema de protección especial, activado por una directiva europea aprobada el pasado 4 de marzo. Este sistema, regulado en otra directiva de 2001 pero que nunca se había puesto en marcha hasta ahora, establece para ucranianos y residentes que estuvieran allí antes del 24 de febrero el asilo casi automático (aunque permite y anima a los estados miembros a ampliar esta protección a otras personas afectadas). Eso significa permisos de residencia, de trabajo, alojamiento y educación para los menores de edad con trámites mínimos y ágiles.

En España, por ejemplo, la norma promete dar papeles en 24 horas a todos ellos, un plazo que, eso sí, empieza a contar desde que consiguen acudir a su cita y enseñar los papeles. El problema es que según el sistema, ya colapsado antes de esta guerra, empieza a saturarse, algunos centros se empiezan a colapsar y las colas presenciales se van transformando en colas virtuales a la espera de cita. La misma norma que lo regula asegura que esta medida no supondrá presupuesto extra, aunque es evidente que no es cierto.

En todo caso, esta vía rápida especial permite esquivar dos problemas tradicionales de las solicitudes de asilo: los plazos, que en el sistema ordinario se demoran meses, y el bajo porcentaje de solicitudes aprobadas del resto de solicitudes de asilo. “Es la primera vez que estamos viendo algo que las organizaciones de derechos humanos llevamos reclamando durante años” porque, afirma la portavoz de Amnistía Internacional, “Europa siempre se ha comportado como una fortaleza”. Y no puede evitar comparar esta protección especial con el desamparo de otros refugiados, como los sirios; o, más recientemente, el maltrato a afganos en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. “Hay personas que llegaron de Mali a Canarias y han tenido que esperar ocho meses solo para presentar la solicitud de asilo”, ejemplifica.

“Es estupendo ver que, cuando se quiere, se puede”, concluye la portavoz de Amnistía. ¿Cree esta experta que la puesta en marcha de este sistema especial, con los medios actuales, va a tener un impacto en todas esas solicitudes pendientes? “Claro que va a afectar”.

Georgina Molina también celebra este trato especial: “Lo que están haciendo con Ucrania, y más que deberían de hacer, es lo que creo que deberían hacer con todos y todas”. Pero no puede evitar pensar en las diferencias y culpar, además de a la cercanía territorial, al color de piel: “Es más fácil ser empático con otro blanco que con una persona del cono sur”, opina, “yo sí creo que hay racismo institucional y social”. Para Carmen Caraballo, “es necesario” que se haya actuado con tanta agilidad en el caso de Ucrania porque “están matando a la gente”. A su juicio, la rapidez al acoger a los desplazados por la invasión rusa “puede ayudar porque, como saben cómo agilizar con el tema ucraniano, pueden agilizarlo todo. Eso sería lo ideal”.

De hecho, sin necesidad ni siquiera de comparar entre nacionalidades ya encontramos diferencias significativas: de 2008 a 2020, incluidos, 67.110 ucranianos pidieron asilo en toda la Unión Europea, pero solo un 18.7% lo obtuvieron. Los países más estrictos fueron Croacia, Bulgaria, Luxemburgo, Letonia y Eslovenia, que no aprobaron ninguna de las peticiones recibidas. Pero Alemania (6%) y España (8%), dos de los países que más solicitudes recibieron junto a Italia, tampoco fueron excesivamente generosos con los nacionales de ese país. Al otro lado de la balanza: los italianos llegan casi a un 45%, superados por Malta (58%), Estonia (más del 68% de asilos concedidos) y Portugal, con un 78% de respuestas positivas.

Escapar de las bombas en Ucrania, pero en 2014

Tetiana Tuzhykova | Fotografía: Fernando Sánchez

En 2018, 2.630 personas de nacionalidad ucraniana pidieron asilo en España. Solo 175 lo consiguieron. Tetiana Tuzhykova es una de ellas. “A todos los que conocía les dijeron que no y yo estaba muerta de miedo de que me lo negaran”, recuerda. Tras salir del Donetsk en 2014 y recorrer varias ciudades del país, y ahorrar durante años para el viaje, llegó a Murcia en mayo de ese año. Fue a la policía y le dieron cita para la entrevista de asilo un mes después, en junio. El problema es que, hasta esa fecha, ni el gobierno ni las organizaciones humanitarias le ofrecían ayuda. “Me dejaron en la calle”, recuerda. Ella, viuda, viajaba sola con sus hijos Denís y Anastasia, de seis y siete años. Y no sabía el idioma: “Apenas podía decir algunas cosas en inglés, que no sé ni cómo recordaba de la escuela”. Al final, una entidad la acogió en una casa. Seis meses después de la entrevista, siete desde que llegó a España, le concedieron el asilo y el permiso de trabajo. Ahora trabaja en un bar de Madrid.

Su acogida inicial en España en 2018 fue muy distinta de la que reciben quienes llegan ahora de su país. Primero, porque al principio se sintió totalmente desamparada. Segundo, por los tiempos: de siete meses para conseguir el ansiado permiso de trabajo a las 24 horas de ahora. Pero su historia personal no difiere mucho de las que escuchamos estos días en las noticias: una noche se despertó de madrugada en su casa de Yenákiyev, en el Donetsk, tras intensos días de bombardeos en los alrededores, y la zona estaba rodeada de militares. “Yo no me quería ir”, recuerda, “tenía mi tienda de ropa y acababa de reformar mi casa”. Pero se asustó y salió casi con lo puesto, con sus dos hijos, en el coche de un sobrino, con un cartel delante en el que ponía “niños”. Aun así, los controles y los tanques le pusieron muy nerviosa. Llegó a la última estación abierta y, como pudo, se subió con los dos niños a un tren en marcha. Primero fueron a Odesa y, de ahí, fueron probando en varios pueblos ucranianos. En ninguno cuajaron: “Como yo era del Donetsk, a la gente no les gustábamos. A Anastasia le partieron los dientes. A Denís le decían en el colegio que hablaba como un mafioso porque somos de la misma ciudad que el expresidente Víktor Yanukóvich…”. Tampoco difieren las consecuencias de haber vivido el horror: “Durante un tiempo, Anastasia se escondía si escuchaba ruidos fuertes. Y Denís no come ni carne ni pescado, nada que tenga carne, porque recorrimos muchos caminos y ciudades muertas con animales abandonados en la calle, perros mordiendo a gatos”.

A los 20 días de dejar su ciudad le llamó su hermano: habían bombardeado su edificio, de madrugada, también la escuela, la oficina de empleo y una gasolinera. Ella recordaba entonces lo bonita que había quedado su casa tras una reforma que le costó tres años. Pero también que la bomba destrozó el dormitorio. “Estaríamos muertos los tres”, concluye.

David Moya, experto en migraciones de la Universitat de Barcelona, habla de este sistema especial, aprobado en solo un par de días, como algo “inédito”, y recuerda que se planteó en 2014 y se descartó. Además, no duda en recordar que tanto Polonia como Hungría, que ahora lideran la acogida de ucranianos, en parte por su cercanía territorial, se negaron a aceptar las cuotas para el reparto de refugiados de otros orígenes en Europa hace no tanto. “El argumento es que esta vez hay una guerra en Europa, y que esto es suficiente para justificar un trato diferenciado entre uno y otro”, critica Virginie Guiraudon, investigadora del Centro de Estudios Europeos y Comparativos de Sciences Po Paris.

La falta de recursos para acoger a los millones de personas desplazadas desde Ucrania también plantea graves riesgos. “Nos hemos dado cuenta de que la trata de personas es un problema, los traficantes de personas han aparecido”, explica Viktória Hováth, portavoz de Migration Aid, una ONG que ha abierto un refugio en Budapest para 300 personas, según informa Kata Moravecz desde Hungría.

En estas circunstancias, contar con lazos familiares o redes de apoyo es esencial para quienes huyen del conflicto bélico. “Unos amigos nos trajeron desde la estación de tren. Estábamos en manos de lugareños, pero aquí mucha gente no conoce a nadie. Por eso están perdidos, por eso estamos aquí”, explica una joven procedente de la capital ucraniana de Kyiv que ayuda a quienes llegan más tarde y no entienden el idioma ni saben a dónde ir. “Hay gente que dispone de redes, que son fundamentales, ¿pero qué pasa con quienes no las tienen?”, se pregunta Álvarez. En uno de los centros habilitados en España para atender a los refugiados ucranianos encontramos también a familiares que reciben y ayudan a los suyos.

Además, tanto Virginia Álvarez como David Moya pronostican que la acogida de personas refugiadas de Ucrania se alargará en el tiempo. “Como mínimo tenemos que calcular que esto durará seis meses o un año”, opina el profesor de la Universitat de Barcelona. Pero quienes acaban de huir, como la joven de Kyiv, sueñan con regresar lo antes posible: “En la actualidad, no estamos planificando, nos quedamos como turistas aquí. Estoy segura de que no necesitaremos trabajar porque nos iremos en dos, tres semanas, tal vez un mes”. Es la misma sensación que tuvo Carmen Caraballo recién llegada de Caracas, hasta que un conocido venezolano le espetó: “Compañera, abre los ojos, no vas a poder volver ahora”. Atender a quienes buscan auxilio en Europa será complejo teniendo en cuenta el colapso del sistema, que necesita múltiples recursos, y no únicamente en el corto plazo. “No es solamente darles una bolsita de bienvenida y hacerte la foto con ellos”, zanja Álvarez.

 
 
 
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