Sin agricultores no hay alimentos, no hay vega

Ejercito la memoria, si no, no entiendo el presente ni me oriento hacia el futuro… Allá por mediados de los noventa, en un bar de Ambroz en el que solía tomar café antes de ir a la escuela, un empleado de una empresa de construcción exclamaba ufano y en voz alta para que lo escucháramos todos; “¡somos la gallina de los huevos de oro!”, la mayoría de los oyentes eran agricultores que sólo producían alimentos. Ni qué decir tiene que este empleado no hablaba de los albañiles clásicos tan necesarios y valorados en nuestra sociedad. No. Éste era vocero y vociferante de la especulación urbanística.
Lo más alto en Ambroz era una grúa; le sacaba metros a la iglesia.
 
Y cómo símbolo de lo que decía teníamos allí en esas fechas una grúa junto a la iglesia, que era más alta que ésta. Yo la veía como símbolo de poder. El ladrillo tenía más poder que Dios. Pero volvamos a la gallina, ahora la de “los huevos insignificantes”, la de los acomplejados agricultores. Todo empezó por los años sesenta, cuando al campo y a sus gentes se les asoció con lo atrasado, con lo cateto. Nos metieron en las neuronas que el campo era una mierda. Y los complejos de inferioridad crecieron más que los cultivos.
 
Ángel Baena, director de la Oficina Comarcal Agraria (OCA) de Las Gabias,me lo explicó a finales de los noventa con dos claros ejemplos. “Paco, los agricultores están acomplejados. Fíjate, decían unos mirando un cielo cubierto de grúas; *esos árboles sí que dan frutos, no los nuestros*, y mirando calles con farolas y sin casas aún, decían; *esos surcos sí que dan riqueza, no los nuestros*. ¿Y quién no ha escuchado *La vega no sirve para nada, lo que da de comer es el ladrillo, no el campo* Y con esa filosofía, en esos años, los planes generales de ordenación urbanística arrasaban decenas de millones de metros de vega para convirtiendo cultivos en ladrillo, hormigón y rotondas.
Y de aquellos polvos estos lodos. El campo acomplejadoHasta el punto de que la mayoría de los agricultores no querían que sus hijos siguieran sus pasos. Con la pandemia se reconoció la agricultura, pero, como con los sanitarios, fue un abrir y cerrar de ojos. Hoy, el campo, sigue sufriendo el desprecio de los poderes económicos, gobernantes y políticos en general. El campo es la prehistoria.
 
Es decir, sigue la misma filosofía; ladrillos, no cultivos
 
Bueno, bueno… ¿Entendéis lo poco que les cuesta a los gobernantes decir que van a colocar la estación de tren en la vega o que van a hacer una carretera que se comerá la huerta del Tamarit? ¿O que quieren hacer otra carretera que destruiría la Vega Sur…? ¡No cambiaron de filosofía!
 
Para eso me sirve la memoria, y las reflexiones y saber por qué luchamos; para recordar que si no combatimos esa filosofía, cada poco tiempo seguirán diciendo eso; que el pelotazo urbanístico alimenta más que los alimentos.
 
PACO CACERES
 
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