Falla, Lorca, Granada y el concurso que rescató el cante jondo
Se cumplen cien años de una cita histórica en el mundo del flamenco que buscaba frenar la decadencia de lo que el poeta definió como «el tesoro artístico de toda una raza»
Poco antes de morir en París, la ciudad en la que vive desde hace años, el maestro recibe a su discípulo. Su salud empieza a ser frágil, pero Isaac Albéniz tiene todavía fuerzas para hacerle una confesión a su mejor seguidor, a Manuel de Falla: «Si pudiera volver a España, ¿sabe usted dónde viviría? Sólo en Granada sería mi sueño». Falla no lo dudó y en cuanto pudo se trasladó a la ciudad de la Alhambra, algo que pasaría en 1920, un año después del fallecimiento de Albéniz.
Granada, en el momento en el que Falla se convierte en uno de sus más ilustres vecinos, está viviendo un renacer cultural. Un grupo de jóvenes creadores, siguiendo de alguna manera la estela dejada a finales del XIX por Ángel Ganivet, estaba tratando de reivindicar la modernidad en una ciudad que pecaba de provinciana, de vivir encerrada en sí misma. Eso se hacía sin renunciar a su pasado. Entre ellos destacan Hermenegildo Lanz, Miguel Cerón, Manuel Ángeles Ortiz, Francisco Soriano Lapresa, Constantino Ruiz Carnero, José Mora Guarnido, pero será Federico García Lorca quien pase justamente a ser el nombre de referencia, además de uno de los grandes aliados del Falla que llega en ese tiempo a Granada. Es en este ambiente cuando surge, entre otros muchos proyectos, la intención de recuperar el primitivo cante andaluz, el cante jondo, el que se sigue cantando en los pueblos y ha quedado en algunos casos casi perdido. De todo eso hace ahora cien años.
Ante todo, deberíamos saber de qué estamos hablando. Dejemos que sea el propio Manuel de Falla quien nos haga la definición más precisa de lo que estamos buscando: «Se da el nombre de cante jondo a un grupo de canciones andaluzas cuyo tipo genuino creemos reconocer en la llamada siguiriya gitana, de la que proceden otras, aún conservadas por el pueblo y que, como los polos, martinetes y soleares, guardan altísimas cualidades que las hacen distinguir dentro del gran grupo formado por los cantos que el vulgo llama flamenco». La intención del autor de «El amor brujo» era, como escribió Edgar Neville, «detener la decadencia del cante que, en aquel momento llegaba a zonas abisales». Pero ¿todo esto era idea de Falla? Parece ser que todo partió de uno de los amigos del músico, Miguel Cerón, que formaba parte de la tertulia del compositor. Habría sido este, según apunta Eduardo Molina Fajardo en su libro «Manuel de Falla y el Cante Jondo», quien habría sugerido que era el momento de recuperar la esencia de esa música mediante un concurso con «cantaores» no profesionales, aquellos que no hubieran bebido de las modas del momento. Cerón le hizo la pregunta:
–¿Se atreve usted a que hagamos ese concurso?
–¡Hombre, sí!
Esa sencilla respuesta lo puso en marcha todo, pero para que se materializara era necesario apoyos importantes sobre todo del Centro Artístico y Literario, para darle el necesario barniz cultural al asunto, y del Ayuntamiento de Granada, a quien se solicitó la necesaria subvención para el concurso. Cerón fue el encargado de solicitar la petición por escrito el 31 de diciembre de 1921. Con suma inteligencia, en su carta exponía que se debía reivindicar el cante jondo dejándolo de ver como «algo pecaminoso y emponzoñado». Por eso se hacía una advertencia porque «por esta actitud de perversión estética por lo que se prefiere a la “cupletista” al “cantaor”; y por esto, que de seguir así, al cabo de pocos años no habrá quien cante y el cante jondo morirá sin que humanamente sea posible resucitarle».
Antes de llegar a la celebración del concurso, el terreno fue preparado por una serie de artistas e intelectuales que públicamente dieron el apoyo que necesitaba el evento. Probablemente uno de los actos previos más importantes sea la conferencia pronunciada por Federico García Lorca en el Centro Artístico de Granada el 19 de febrero de 1922 bajo el título «El Cante Jondo (Primitivo Canto Andaluz)». Allí el poeta advertía: «¡Señores, el alma musical del pueblo está en gravísimo peligro. El tesoro artístico de toda una raza, va camino del olvido! Puede decirse, que cada día que pasa, cae una hoja del admirable árbol lírico andaluz, los viejos se llevan al sepulcro tesoros inapreciables de las pasadas generaciones, y la avalancha grosera y estúpida de los couplés, enturbia el delicioso ambiente popular de toda España. Es una obra patriótica y digna la que se pretende realizar; es una obra de salvamento, una obra de cordialidad y amor».
Toque, cante y baile
Es muy interesante constatar en el epistolario de Manuel de Falla en ese tiempo cómo se van transmitiendo las noticias sobre la celebración del concurso. En este sentido, resulta especialmente interesante las cartas que se cruzó con el pintor Ignacio Zuloaga que se convirtió en uno de los mecenas de aquella celebración. Cuando el artista decidió sufragar uno de los principales premios del evento, Falla, junto con otros amigos como Cerón o Lorca, le escribió que «todos sabíamos que siempre había sido usted uno de los cabales, porque su pintura nos lo decía; pero ahora, después de los términos de su adhesión, tenemos la satisfacción de haber hallado nuestro Papa; y desde hoy, si nosotros nos sentimos atados a usted por la admiración de siempre y la gratitud de ahora, también estamos seguros de que no nos ha de abandonar y ha de ser un guía de nuestros amores. Cuanto hagamos lo conocerá usted antes que nadie». Por su parte, Zuloaga hizo algunas recomendaciones a los organizadores: «Yo creo que debiera de haber de todo, toque, cante y baile; pues hay cada guitarrista por estas tierras que dan emociones grandes de arte (sin saber música). Lo cual me hace creer que cuando uno es artista y conoce los medios de expresión basta. Todo lo demás es decadencia».
La Alhambra, concretamente la Plaza de los Aljibes, fue el escenario de las noches de cante jondo los días 13 y 14 de junio de 1922, con decorado de Zuloaga. Con un cartel moderno y hermoso realizado por Manuel Ángeles Ortiz y Hermenegildo Lanz, el certamen contó con 8.500 pesetas en premios. Lorca y Ortiz se encargaron de buscar a los posibles participantes, como fue el caso de dos cantaores puros, como Juan Crespo y Rafael Gálvez. Entre el público hubo algunos hispanistas, como Kurt Schindler, director de la Schola Cantorum de Nueva York, o el inglés John Trend, además de intelectuales como Santiago Rusiñol o Ramón Gómez de la Serna. Todos ellos pudieron disfrutar de la voz de un viejo cantaor llamado Diego Bermúdez Calas, llamado el Tenazas, y que ganó el primer premio de mil pesetas. También fue muy aplaudido y logró uno de los galardones un jovencito de trece años, Manuel Ortega Juárez, y que sería conocido como Manolo Caracol.
El concurso, pese al impacto en la ciudad y en los medios, no conoció una segunda edición. Sin embargo, el estar en contacto con ese mundo musical y gitano, hizo que Federico García Lorca viera en todo esto el punto de arranque de una serie de poemas en los que empezó a trabajar tras aquella fiesta. Se llamarían romances gitanos, pero eso es otra historia.