La extravagancia de la asignatura de religión. Por Mario Bereda
Una de las consecuencias de la Reforma Gregoriana (s. XI) fue convertir al papa en legislador supremo de toda la cristiandad. Producto de este enfoque, el nuevo derecho canónico que surgió entonces no se basó tanto en los cánones conciliares como en las decisiones pontificias (decretales) que se multiplicaron desde finales del s. XII y acabaron por ser recopiladas para su conocimiento. Su continua proliferación hizo que muchas de ellas quedaran fuera de las primitivas colecciones y por ello recibieran el nombre de Extravagantes.
Lejos queda la época en que el papa y el emperador se disputaban el dominio del mundo (dominium mundi). La consolidación del Estado Moderno primero y el advenimiento de la sociedad liberal-burguesa más tarde, desembocaron en un nuevo orden jurídico que tuvo en la Constitución la norma suprema de un Estado de Derecho que se considere soberano.
Por ello resulta especialmente anacrónico que en un país constitucionalmente aconfesional pueda publicarse en el BOE una resolución que da publicidad al currículo de la asignatura de religión católica con la fórmula: «En su virtud, a propuesta de la Conferencia Episcopal Española…».
Chirría que en pleno 2015 el boletín oficial de un Estado democrático se convierta en vocero de la decisión unipersonal de una corporación privada de carácter confesional que da vigor normativo a unos estudios que se impartirán en centros sostenidos con fondos públicos.
Algo no se está haciendo bien cuando además no existe un mínimo control sobre los contenidos de dicha asignatura de modo que a los alumnos de primero de primaria (6 años) se les exigirá aprender a rezar para aprobar («memorizar y reproducir fórmulas sencillas de petición y agradecimiento»). Esto choca frontalmente con la exposición de motivos de la citada resolución que niega «una finalidad catequética o de adoctrinamiento», y deja en evidencia al titular de Educación, el Ministro Wert, que eliminaba en la LOMCE la asignatura de Educación para la ciudadanía y los derechos humanos por resultar adoctrinadora y convertía a nuestro país en el único de toda la OCDE en que dicha materia quedaba fuera de los planes de estudios.
Algo está fallando cuando, 60 años después de la muerte de Teilhard de Chardin, los alumnos de primero de bachillerato tienen como estándares de aprendizaje evaluables, «reconocer y esforzarse por comprender el origen divino del cosmos y distinguir que no proviene del caos o el azar». Mientras Charles Darwin está enterrado en la abadía de Westminster junto a Isaac Newton, la Conferencia Episcopal española introduce el creacionismo en las escuelas.
Pero no es casual que los contenidos de la asignatura tengan el sesgo exagerado que reproduce el BOE porque el Ministro Wert ya se había entregado con anterioridad a los obispos al permitir que la materia de religión fuera evaluable; contara para hacer nota media y por tanto para acceder a las becas; y tuviera una asignatura espejo (valores cívicos) que pone al mismo nivel dos enseñanzas que tienen raíz y naturaleza muy diferentes y cuyos contenidos se fijan, en un caso por el sistema público, y en otro, por una organización que no puede situarse en esa posición por imperativo constitucional. Este último aspecto, por cierto, es la base argumental de uno de los motivos del recurso de inconstitucionalidad que el PSOE presentó contra la LOMCE.
Es posible que exista un error de partida cuando se escucha afirmar a destacados representantes de la Conferencia Episcopal que el art. 27 de la Constitución implicaría necesariamente el acceso de todos a una formación religiosa. No es así. El Tribunal Supremo se ha pronunciado contundentemente en el sentido de que el texto constitucional asigna a la finalidad de la educación «un contenido que bien merece la calificación de moral, entendida esta noción en un sentido cívico y aconfesional… fijado en los apartados 1 y 2. Más allá, el apartado 3 (el que garantiza a los padres que sus hijos reciban una formación religiosa y moral) se mueve ya en el terreno de la relevancia de las convicciones de cada cual… para que puedan elegir para sus hijos una formación religiosa y moral».
También es posible que a la dejación del Ministerio se añada una actitud de la Conferencia Episcopal incompatible con los dictados democráticos. La referencia de su Secretario General a los dos mil años de existencia de la Iglesia para avalar el currículo de la asignatura de religión hace pensar que lo que para algunos de nosotros es extravagante en el sentido de extraño o fuera de lo común, para los obispos españoles tiene que ver con la perpetuación de un poder trasnochado.