21 noviembre 2024

Por qué no es necesarío que tu hijo aprenda a leer o escribir antes de los 6 años

Prácticamente todos asociamos la escolarización con el aprendizaje de la lectura y la escritura. ¿Tú no? Pues vaya por delante mi enhorabuena.

Es verdad, cuando un niño empieza el segundo ciclo de Educación Infantil, lo más común es que para todos los de su alrededor (padres, otros familiares, amigos, e incluso maestros) empiece una cuenta atrás hasta que el niño sabe leer. Una cuenta atrás que, como cualquier cuenta atrás que se precie, esperan sea corta, por supuesto. Probablemente tenga que ver con que vivimos acelerados y se acaba imponiendo la cultura de la velocidad: hoy todo es instantáneo, evitamos a toda costa las esperas, en cuanto un ordenador empieza a ir lento lo cambiamos y antes de que el semáforo se ponga en verde ya estamos acelerando. Pero no nos planteamos siquiera si realmente tenemos prisa.

¿La tenemos?

¿A qué edad debe aprender a leer o escribir un niño? ¿lo antes posible? La respuesta es bien sencilla: un “NO” rotundo y enorme con luces parpadeantes.

Es evidente que funcionalmente no lo necesitan. Leer libros se los podemos (y debemos) leer (o contar, que no es lo mismo) los padres y maestros, y para jugar y aprender no les hace ninguna falta. ¿Qué más tiene que hacer un niño de infantil? No necesitan saber leer ni escribir para comer, dormir ni divertirse. Entonces, ¿para qué tanta prisa? A lo mejor es que tienen ventaja sobre aquellos que empiezan a leer más tarde… pues no existe ninguna investigación que demuestre que los niños que leen a los cinco años tengan mejores resultados a largo plazo que aquellos que aprendieron a los seis o siete, y seguro que no es por falta de estudios.

Cada niño tiene su ritmo de desarrollo, y efectivamente, habrán algunos que tengan mucha curiosidad y facilidad desde muy temprano, pero no nos engañemos, no es lo habitual. Estamos tratando de acelerar un proceso que necesita su tiempo. Hay cosas que, simplemente, han de cocerse a fuego lento para que el resultado sea el esperado, el mejor de los posibles. Estamos tratando de realizar la mejor tarta del mundo en el microondas, porque sube antes. Sí, sube antes, pero ¿a costa de qué? Enseñarles a leer mientras no lo necesitan, no les interesa y no es su momento, significa presionarles. Y la presión, evidentemente, desmotiva, y lo que no motiva es muy difícil que se aprenda significativamente.

Con demasiada frecuencia, el tiempo no respeta el ritmo natural de la infancia y la adolescencia, y fuerza una educación precoz y una adultez prematura de efectos nocivos y perversos. Demasiados estímulos, presiones y prisas.

Jaume Carbonell (pedagogo, periodista y sociólogo, director de la revista “Cuadernos de pedagogía” y profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Vic) en su libro”Una educación para mañana”.

Y es que, de hecho, no sólo estamos presionando para acelerar un proceso, sino que además estamos utilizando un tiempo precioso (y en abundancia, porque se consumen muchas horas en esta labor de la lectoescritura) para enseñar destrezas para las que todavía no están maduros, cuando existen otros muchos aprendizajes para los que sí lo están y que sin embargo se ven relegados a un segundo o incluso tercer plano como son valores, autonomía, autoconocimiento o el razonamiento lógico.

A la hora de plantearnos a qué edad debe aprender a leer o escribir un niño tengamos claro que está comprobado que en los niños que escriben desde temprano, la lectoescritura ha dejado de lado la creatividad y la curiosidad. Y no nos damos cuenta de la envergadura del problema: nada menos que la creatividad y la curiosidad. No sé vosotros, pero yo prefiero que mis alumnos sean creativos y curiosos que tener alumnos que saben descodificar un mensaje con un código totalmente aleatorio, sobre todo porque tratar de acelerar el proceso genera etiquetas tempranas (de “lento”, “vago”… y estas son las mejores que encontraremos) que arrastrarán más tiempo del que somos conscientes, y además probablemente de manera totalmente injusta, porque si vamos a etiquetar (que no deberíamos), al menos que sea en el momento evolutivo correcto. ¿Por qué me tienen que llamar vago si yo tengo muchas ganas de trabajar, pero precisamente esa actividad no me interesa porque todavía no la necesito? Y no creáis que eso se quedará en la cabeza de quien trata de enseñarme a leer, sino que, de alguna forma, llegará al conocimiento de mi familia, de la siguiente profe… perpetuándose hasta quién sabe cuándo.

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Y podría sacar el “argumento Finlandia”, pero no lo haré porque sería medir con herramientas tan poco adecuadas e injustas como PISA. Pero es que no hace falta, porque en otros países como Alemania también esperan hasta los 7 para empezar con la lectoescritura, y lo mismo pasa con algunas pedagogías alternativas minoritarias, ésas que a todos entusiasman pero que, a la hora de la verdad, que mi hijo vaya empezando a leer y escribir, que si no quedará muy feo en su CV…

Tengamos presente un dato objetivo que suele darse erróneamente por supuesto y es que la legislación no nos obliga a que los niños salgan leyendo de la etapa de Educación Infantil. La LOE (porque la LOMCE no ha modificado la etapa que nos ocupa) habla, tanto en su artículo 13 sobre objetivos como en su artículo 14 sobre ordenación y principios pedagógicos, de una aproximación a la lectoescritura en Educación Infantil. “Aproximación” no puede querer decir haber alcanzado la destreza por completo, como les exigimos a los niños con 5 años. Para mí, aproximar significa mostrarla de la manera más atractiva posible y, como hacen en las campañas de marketing, crear una necesidad para que sobre la motivación y se vaya cocinando poco a poco, al ritmo de cada uno y sin ningún tipo de exigencia o etiquetaje temprano. Así que está claro que no soy tan rebelde, porque ¡tengo a la legislación vigente de mi parte!

Esto no quiere decir que no podamos llevar las letras a las clases de Educación Infantil, ¡todo lo contrario! Las letras y los números tienen que estar presentes en nuestras aulas, lo que tenemos que cuidar es el modo. Como digo, hemos de procurar mostrar la lectura y la escritura de la manera más atractiva posible: tener muchos libros (atractivos y en un lugar adecuado, como os cuento aquí), leerlos a menudo, realizar cuentacuentos, actividades divertidas y manipulativas con las letras (como las que os sugiero aquí y aquí) y un largo etcétera; pero también crear la necesidad de leer y escribir, mediante la correspondencia, los mensajes misteriosos, carteles por todas partes… pero desde luego, lo que no hace que la lectura y la escritura sea más atractiva a los niños es copiar palabras que carecen de sentido para ellos. La mayoría de los pequeños hace muchas fichas en el colegio donde podemos comprobar que saben escribir palabras completas. Pura fachada: la mayoría de veces son palabras copiadas de la pizarra, que, insisto, porque es lo más importante, carecen de sentido para ellos, más allá de ser varios simbolitos que les obligan a escribir juntos, y que no pueden hacer de otra forma porque estará mal, aunque no entiendan por qué. Así se aprende a leer y escribir a los 4 años. ¿Dónde queda el respeto por la escritura espontánea que se enseña en la universidad? ¿Y el aprendizaje significativo? ¿Y las experiencias o descubrimientos? Yo no los encuentro.

Entonces, ¿por qué se hace así?

Pues he tenido conversaciones serias sobre a qué edad debe aprender a leer o escribir un niño con personas pertenecientes a diferentes ámbitos, y lo que detecto es que nos echamos la culpa los unos a los otros. Probablemente porque, en mayor o menor medida, y aunque nos cueste reconocerlo, todos somos algo responsables de esta situación.

Por una parte, los propios maestros de Educación Infantil le damos mucha importancia a la lectoescritura y a la numeración, muy por encima de otras destrezas básicas que siempre reivindicamos pero que luego no solemos poner en práctica. Nos podemos escudar en lo que queramos, pero la última palabra la tenemos nosotros, y deberíamos utilizarla en beneficio de los niños.

En segundo lugar, tenemos a las editoriales, que también le dan muchísima importancia a que los niños sepan leer y escribir al acabar la etapa, y para los maestros es mucho más cómodo utilizar una editorial que trabajar según su propio criterio, que da mucho más trabajo. Pero quizás también podríamos presionar un poco en este sentido.

Además, los maestros de primaria, consideran que no es su trabajo enseñar a leer y a escribir, quieren que les lleguen lectores, algo que, por cierto, no cuadra con el hecho de que la Educación Infantil, hasta ahora, no tiene carácter obligatorio. Pero, ¿es mejor que les lleguen malos lectores o que creen buenos lectores?

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También es verdad que la propia etapa de primaria está diseñada para lectores desde su mismo inicio. Los libros son para lectores, las destrezas que se espera que los niños adquieran requieren que los niños sepan leer desde el inicio… todo esto es la misma cultura de la velocidad, que ha llegado a la administración y a la escuela, y sigue sin casar con que la etapa de Infantil no sea obligatoria.

Y por último, las familias, en general, también presionáis en este sentido. Tendéis a comparar colegios según si sus alumnos aprenden o no a leer y escribir, y establecéis como positivo el hecho de aprenderlo, y además cuanto antes mejor. De hecho los maestros muchas veces nos escudamos en que las familias “lo pedís”. Y que conste que lo entiendo, yo también lo veía desde ese punto de vista hasta que empecé a interesarme realmente por el tema, y ahora tengo una visión totalmente distinta.

Así que es evidente que todos los ámbitos que participan de la educación de los niños tienen, como decía, algo de responsabilidad en la forma en la que se enseña a leer y a escribir en la mayoría de las escuelas españolas, y por tanto en la prisa que les metemos a los niños para que adquieran rapidito la habilidad de la lectoescritura. Pero de nada sirve culparnos. Si todos tenemos algo de responsabilidad, es que todos tenemos que formar también parte de la solución. Así que hagamos un ejercicio de autoevaluación, y tratemos de discernir si nuestros actos, nuestras decisiones y nuestras críticas al trabajo de los demás son, no sólo adecuadas, sino las más beneficiosas para los que deben ser los protagonistas en cuestiones de educación: los niños.

Para seguir dándole vueltas al tema te recomiendo 3 artículos (aunque 2 de ellos están en inglés):