Porque en la zona Norte, aparte de indeseables como en todas partes, residen personas normales, trabajadores decentes, niños con esperanza, ancianos con pensiones de cuarenta años cotizados; familias que pagan cada mes sus recibos con el sudor de su frente a la compañía eléctrica.

El otoño llega a Granada con sus manos amarillas cargadas de azufaizas, acerolas, los exquisitos higos isabeles o los primeros membrillos olorosos. Entonces el aire se convierte en un espacio mágico donde revolotean los recuerdos azules de la infancia con el calor pobre de un sol desvaído que apresura el tiempo y acorta los días. Si el verano induce al sosiego de tardes largas, el otoño nos devuelve a la realidad de los problemas eternizados. Por eso, ahora que se acercan los primeros fríos con las nieves inaugurando el blancor de la sierra, conviene recordar que en esta ciudad nuestra tenemos un barrio que mira todas las estaciones con el desaliento que provoca el desamparo, ese maltrato sistemático que supone vivir como en el tercer mundo en un país que se dice del primero. Son los vecinos de la zona Norte, esos a los que todos los mandamases visitan para hacerse las fotos en periodo electoral pero a los que nadie les soluciona un problema que los asfixia: los permanentes cortes de luz desde hace una década larga. Manuel Martín, que es nuestro Defensor del Ciudadano y un hombre machadianamente bueno, ha llevado la frustración de estas personas al Parlamento Europeo para contarles que la hija de Rosario se preparó las pruebas de acceso a la universidad estudiando debajo de una farola; que la mujer de Antonio reza para que cada corte -de los muchos que sufren al día- no dure más de tres minutos porque su marido depende de una máquina para respirar y ése es su límite. Que los ancianos que viven en una octava planta llevan meses sin pisar la calle por miedo a no poder volver a subir luego a su casa; que los colegios pueden estar sin luz una semana o que los centros de salud se alumbran con el movil para suturar heridas. Son cientos los ejemplos, todos igualmente vergonzantes. Porque en la zona Norte, aparte de indeseables como en todas partes, residen personas normales, trabajadores decentes, niños con esperanza, ancianos con pensiones de cuarenta años cotizados; familias que pagan cada mes sus recibos con el sudor de su frente a la compañía eléctrica. Y que no reciben el servicio porque, a los señores de la empresa, no les da la gana invertir para mejorar unas infraestructuras obsoletas que son el origen del desastre. Prefieren, claro, que sus beneficios anuales hayan superado los 2000 millones de euros. Por eso no sirve el ridículo argumento de que el problema está en los enganches ilegales o los cultivos de marihuana, que son una lacra más; esto no justifica técnicamente los cortes perennes, como ya advirtió la Subdelegada del Gobierno. Son exclusivamente una forma de escaquearse. Y, mientras, pasan los años y la gente honesta va abandonando el barrio, temerosos de que se convierta en un gueto. Así acabará si no se actúa pronto. Manuel lo ha explicado brillantemente, pero la exigencia de Bruselas al gobierno español para inspeccionar lo que ya debió haberse investigado tardará; por eso se necesita rotundidad y firmeza inmediata. Quienes quieran nuestros votos en mayo están obligados a hacerle entender a la compañía eléctrica que tiene que invertir lo que en justicia se le pide. Si no son capaces, que no se quejen cuando Granada toda se levante, excluyendo a los políticos, para exigir únicamente una cosa: dignidad.

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