10 octubre 2024

Cuando el otro día observaba las imágenes de un colegio mayor de Madrid, repetidas hasta la saciedad, incido en este aspecto porque inicialmente uno piensa que debe de tratarse de un montaje o una broma tendente a provocar la hilaridad colectiva. Pero no, aquello sucedía en serio, era real.

Un grupo de energúmenos, de gañanes de taberna, groseros y zafios, berreando como ciervos en  época de celo llamando a las hembras en este caso a la capea. No hay que ser un lince ni un mal pensado para imaginar en qué consiste dicha capea que no es precisamente acompañar al santo de turno en procesión devota y silenciosa.

Según ellos esta actitud entraba dentro del programa de novatadas que anualmente tienen a bien celebrar y en vez de recurrir al ingenio, a tirar de imaginación, a la diversión sana, se recurre al mal gusto y a la falta de sensibilidad. Lo peor de esta actitud, absolutamente inadmisible y lamentable es que haya chicas, mujeres que venga a bien con estas actitudes y después se sumen a las manifestaciones en pro de la igualdad. Y que conste, bajo ningún concepto pretendo generalizar.

Afortunadamente, hay mucha gente que aún tiene educación y sensibilidad y que rechaza frontalmente estas actitudes. Pertenezo a esa generación que sin ser llamados a santos a canonizar, también existían cafres y malas bestias, respetábamos a las mujeres pero también he de decir que ellas se hacían respetar. Pero cuando uno no se respeta a sí mismo difícilmente es capaz de respetar a los demás.

Cuando se emiten estas imágenes, el comentario generalizado es que bueno tampoco hay que sacar las cosas de contexto. ¿Cómo?, este hecho es un eslabón de una cadena preocupante que está encadenando hecho lamentables de actitudes violentas tanto verbales como físicas por parte de una gran mayoría de jóvenes que cada fin de semana pierden el control de sus actos por el consumo excesivo de alcohol y sustancias tóxicas. Cabe preguntarse, ¿qué está ocurriendo?

Por una parte y en el ámbito familiar, se confude la tolerancia con la permisividad. Todo vale y a cualquier precio. No se fijan unos referentes en cuanto a una educación basada en potenciar los valores humanos y la cultura del esfuerzo. No se educa a los hijos en los principios básicos de su desarrollo, disciplina-orden-respeto. A veces cuando uno observa las actitudes de algunos padres, está uno tentado a decirles que si no son capaces de sacrificar su tiempo y su esfuerzo en educar a un hijo que no sean irresponsables en tenerlo/s. Un hijo no es un animal de compañía.

A veces en mis paseos observo sentados en la terraza de una cafetería a parejas con su hijo de corta edad, cada uno mirando la pantalla de un móvil. En vez de aprovechar ese momento para hacer familia, para dialogar, se convierte ese momento en compartir soledades. Desde pequeño, ¿qué se le está enseñando a ese hijo? A vivir aislado en su mundo, en una especie de autismo social. Un hijo, como cualquier persona necesita sentirse querido y escuchado, pero con darle comida y ropa el expediente está cubierto. Se confunde el control o interés que un padre debe tener por sus hijos menores con el atosigamiento o intromisión en su espacio vital, se confude una colleja bien dada y a su momento con el maltrato físico. Llegaron los sicólogos con sus disparatadas teorías y pusieron la plaza boca abajo, diciendo que a los hijos no hay que ponerles obstáculo, que no hay que reprimirlos, que se han de criar a monte, libres y salvajes, ya que en caso contrario se les puede ocasionar a futuro unos traumas irreparables. Esas opiniones como dogma de fe y previo pago de la consulta pertinente. La madre que los parió. Yo pertenezo a otra generación que no tuvimos aprendices de brujos en forma de sicólogos y doy fe que como yo y hay muchos, no estamos ni traumatizados ni tarados.

¿Dónde están esos momentos de juegos con vecinos y conocidos? Uno tiene esa sensación de infancia robada, de vivir conectado a un mundo virtual frío e irreal cuando vivir es sentir y recordar las vivencias, la magia de ser niño y joven, la ilusión y los sueños. Si a la vida le quitas el romanticismo, ¿qué queda?

Es triste, muy triste, que hoy en día apenas han abandonado la infancia se metan de lleno en el mundo descontrolado del botellón, casos de niños con comas etílicos y no es exagerar, algo muy grave está ocurriendo en el seno familiar con tanta irresponsabilidad y desidia en la educación y el cuidado de los hijos. Y si trasladamos esa pésima educación familiar al mundo escolar, no es raro que la autoridad moral que deben tener los docentes brille por su ausencia si no son apoyados por los padres. Este caos, este descontrol lo perciben los hijos, niños y adolescentes y el comportamiento salta a la vista, falta de respeto a padres, profesores y compañeros, violencia física y verbal. Este caos es la consecuencia de una educación sin disciplina y sin normas. ¿Y estas generaciones han de gestionar la política y la economía de un país a medio y largo plazo? Si es así que el último apague la luz.

Por otra parte, la política social que se ha venido implantando en los últimos años por las clases políticas de uno u otro signo no han contribuido precisamente a aportar más luz, más bien al contrario y han sembrado la ceremonia de la confusión. Una política populista basada en la demagogia y la libertad entendida como libertinaje, una política  de pan y circo, de contaminación ideológica y de adoctrinamiento y aborregamiento de la masa. La actitudes corruptas de los políticos, su enriquecimiento ilícito no es el mejor caldo de cultivo, el mejor ejemplo para fomentar la cultura del esfuerzo y los valores éticos y morales. No resulta extraño pues que en la reciente ley de educación se eliminen las calificaciones que en el fondo son un reconocimiento y un plus de motivación para aquellos estudiantes que se esfuerzan en lograr unos objetivos, más bien al contrario se penalizan esas notas por cuestiones discriminatorias y el que no se esfuerza y no se interesa en saber no tenga razones para sentirse humillado. Así como pasar de un curso a otro sin haber superado el anterior. Y qué decir de la eliminación de asignaturas encuadradas en Humanidades, tales como Filosofía, Ética, Historia, ¡qué aberración, qué despropósito!

Tampoco ha de extrañar esto teniendo en cuenta que para aspirar a entrar en política basta con ser mayor de edad y saber leer y escribir. O sea, ni una mínima formación cultural ni moral. Cuando si usted aspira a entrar en una empresa privada, de entrada se le exige un curriculum y una experiencia demostrable y en función de su valía se le asigna un cargo de relevancia y responsabilidad, En cambio en política mezclamos churras con merinas y así está el panorama. En un país con una juventud sin orden, sin disciplina, sin cultura, sin valores, sin sensibilidad, cabe preguntarse, ¿hacia dónde va?

Francisco L, Rajoy Varela

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