23 noviembre 2024

Así matan los combustibles fósiles: un estudio advierte del impacto de la crisis climática en la salud global

El informe alerta de que el calentamiento empeora dolencias cardiovasculares y respiratorias y aumenta las muertes relacionadas con el calor, los problemas mentales y la inseguridad alimentaria.

La crisis climática vinculada directamente a la quema de combustibles fósiles es ya un gran problema de salud global. A medida que el calentamiento hace más frecuentes e intensos los fenómenos meteorológicos extremos —como las olas de calor, las inundaciones y las grandes sequías— crecen los daños sobre la salud del ser humano. Desde 2016, un grupo de investigadores internacionales analiza a través de cuatro decenas de indicadores esos impactos en el estudio The Lancet Countdown, y la conclusión principal de esta séptima edición es rotunda: “Muestra los peores hallazgos hasta el momento”. Porque “el cambio climático está socavando cada vez más todos los pilares de la buena salud y agravando los impactos de la actual pandemia de la covid-19 y los conflictos geopolíticos”, como la guerra en Ucrania y los precios energéticos. “La crisis climática nos está matando”, ha resumido António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, tras la publicación de este estudio.

En esta edición, los investigadores se esfuerzan por resaltar la vinculación del cambio climático a los combustibles fósiles: el petróleo, el gas natural y el carbón. Estos son responsables de alrededor del 80% de los gases de efecto invernadero que expulsa el ser humano y que acaban en la atmósfera sobrecalentando el planeta. “La persistente sobredependencia de los combustibles fósiles está empeorando el cambio climático, lo que repercute peligrosamente en la salud de las personas de todo el mundo. Los datos indican que ningún país está a salvo”, avisan. Además, los investigadores recuerdan en su estudio que esa dependencia también ha “empujado al mundo a una crisis energética y del coste de la vida”.

El calentamiento ha alcanzado ya los 1,1 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales y la previsión es que siga aumentando en las próximas décadas debido a los gases ya emitidos. Lo que se intenta es reducirlos de tal manera que el incremento de la temperatura media global se quede dentro de unos límites de seguridad: que no se supere la barrera de los 2 grados y, en la medida de lo posible, los 1,5.

Daños

Los daños a la salud por la exposición al calor extremo “están aumentando” y “afectando la salud mental, socavando la capacidad de trabajar y hacer ejercicio”, advierte el estudio, en el que han participado 99 expertos de 51 instituciones. Porque esa exposición “exacerba enfermedades subyacentes como las cardiovasculares y las respiratorias, y provoca golpes de calor, desenlaces negativos del embarazo, patrones de sueño alterados, problemas de salud mental y aumento de las muertes”.

Aunque esta crisis afecta a todos, no golpea con la misma intensidad a todo el mundo. Los grupos de población más vulnerables son los que más sufren. Así ocurre, por ejemplo, con las personas mayores: el informe resalta que las muertes relacionadas con el calor en los mayores de 65 años aumentaron un 68% en el periodo comprendido entre 2017 y 2021 en comparación con el 2000-2004.

Un agricultor conduce su tractor sobre tierras de cultivo secas, el pasado agosto en Brandemburgo (Alemania).
Un agricultor conduce su tractor sobre tierras de cultivo secas, el pasado agosto en Brandemburgo (Alemania).Patrick Pleul (Getty Images)

Esa misma asimetría respecto a los daños entre los grupos de población también se da entre países. Un buen reflejo son los impactos en la seguridad alimentaria, que se está viendo afectada profundamente: “El aumento de las temperaturas y los fenómenos meteorológicos extremos amenazan directamente el rendimiento de las cosechas, acortando la temporada de crecimiento de los cultivos en 9,3 días para el maíz, 1,7 días para el arroz y 6 días para el trigo de invierno y primavera”. Esto ha llevado a su vez a un incremento del número de personas en situación de inseguridad alimentaria. A ello contribuyen también las sequías: un 29% más de la superficie terrestre mundial se vio afectada por alguna sequía extrema anual en el periodo comprendido entre 2012 y 2021, en comparación con el período de 1951-1960.

Pero el informe no solo habla de lo que está ocurriendo ya, sino que es un aviso de lo que puede venir. Así lo explica la profesora Elizabeth Robinson, directora del Instituto de Investigación Grantham de la London School of Economics y una de las autoras del informe: “El cambio climático ya está teniendo un impacto negativo en la seguridad alimentaria, con implicaciones preocupantes para la malnutrición y la desnutrición. Un mayor aumento de la temperatura, de la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos y de las concentraciones de dióxido de carbono, ejercerá aún más presión sobre la disponibilidad y el acceso a alimentos nutritivos, especialmente para los sectores más vulnerables”.

Campo petrolífero en el condado de Kern, California.
Campo petrolífero en el condado de Kern, California. Citizens of the Planet (Getty Images)

La crisis climática contribuye además a la propagación de enfermedades infecciosas. Por ejemplo, la duración del periodo para la transmisión de la malaria aumentó un 32,1% en las zonas altas de América, y un 14,9% en África entre 2012 y 2021 (respecto al periodo 1951-1960). Junto con la pandemia de covid, “el aumento de las enfermedades infecciosas debido al cambio climático ha provocado errores de diagnóstico, presión sobre los sistemas sanitarios y dificultades para gestionar los brotes simultáneos de enfermedades”, añade el estudio.

Los autores también hacen un análisis del sector de los combustibles fósiles y del apoyo público que recibe. Denuncian que “los gobiernos y las empresas siguen dando prioridad a la extracción y quema de combustibles fósiles, a pesar de los intensos y agravados daños que el cambio climático ocasiona a la salud”. Se lamentan de que la intensidad del dióxido de carbono del sistema energético mundial se ha reducido en menos de un 1% con respecto a los niveles de 1992, cuando se adoptó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En ese tratado, los países del mundo ya se comprometieron a luchar contra el cambio climático, pero las emisiones han crecido casi ininterrumpidamente desde entonces.

Ritmo lento

Es cierto que ha empezado una transición incipiente con la implantación de renovables y la movilidad eléctrica, que no emiten dióxido de carbono, pero en el informe se advierte de que “al ritmo actual de cambio, la descarbonización total del sistema energético llevaría 150 años”, lo que supone incumplir el objetivo de los 1,5 grados. Para conseguir esa meta se necesita la descarbonización casi total a partir de la segunda mitad del siglo. Pero “los gobiernos siguen fomentando la producción y el consumo de combustibles fósiles” y “subvencionan” el petróleo, el gas y el carbón, apostilla el estudio.

Una pareja cruza un antiguo puente expuesto por los bajos niveles de agua en el embalse de Baitings, en Yorkshire, el 12 de agosto.
Una pareja cruza un antiguo puente expuesto por los bajos niveles de agua en el embalse de Baitings, en Yorkshire, el 12 de agosto.Jon Super (AP)

El secretario general de las Naciones Unidas ha abogado este miércoles por poner en marcha “inversiones masivas” en energía renovable y en medidas de adaptación para que la población se proteja frente a los impactos negativos del calentamiento para garantizar así “una vida más saludable y segura para las personas en todos los países”. Los beneficios, destaca el informe, serán muchos, además de limitar al aumento de la temperatura. “Las mejoras en la calidad del aire ayudarían a evitar las muertes relacionadas con la exposición a la contaminación atmosférica por material particulado derivadas de los combustibles fósiles, que solo en 2020 fueron 1,3 millones” (117.000 de ellas en Europa). Además, “acelerar la transición hacia dietas más equilibradas y basadas en vegetales no solo reduciría un 55% de las emisiones del sector agrícola procedentes de la producción de carne roja y leche, sino que también evitaría hasta 11,5 millones de muertes anuales relacionadas con los hábitos alimenticios y reduciría el riesgo de enfermedades zoonóticas (que pueden transmitirse entre animales y seres humanos)”, añade el estudio.

Manuel Planelles

Calles inundadas este verano en la provincia de Sindh, en Pakistán.Abid Zia (Getty)
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