La Navidad comercial hace meses que llegó. Pero esa Navidad no nos llena. Algunos la odian por el carácter utilitario, hedonista y consumista que poco a poco ha ido adquiriendo.

No es esa la Navidad cristiana, que llega con la Nochebuena, y consiste en la celebración de un acontecimiento único: que hace ya más de dos milenios nació en Belén de Judá un Niño que anunciaría al mundo un Reino de paz y amor. Los cristianos tenemos que estar exultantes por ello.

Algunos de los principios por los que se rige este Reino son:

Poner amor allí donde hay odio, responder a un mal con un bien o combatir cualquier tipo de injusticia. No dejarte seducir por la corrupción sino luchar contra ella. Estar con el pobre y no contra él, con el oprimido y no con el opresor. Acoger con los brazos abiertos al forastero, al inmigrante, al exiliado, al represaliado o al refugiado. Oponerse a cualquier tipo de atentado, luchar por la vida en la cultura de la muerte o por la paz en la de la guerra. Buscar la unión y no la desunión. Impregnar tus actos de bondad y generosidad, dando lo mejor de ti mismo sin esperar nada a cambio. Saber pedir perdón, saber perdonar y reconciliarte con tus hermanos, aun cuando sufras o tengas que tragarte tu orgullo. Cuidar y amar a tus padres como ellos antes lo han hecho contigo. Ayudar a los que lo necesitan, consolar a los tristes y desconsolados, acompañar en su soledad a los que se sienten solos o a los enfermos en su dolor. Servir y no ser servido.

Cristo nos enseñó que la felicidad está en dar y amar. Y la Navidad cristiana se resume en esos dos verbos. Por tanto, miremos en nuestro interior y reencontrémonos con Él. Escuchemos su voz y dejemos que penetre en nuestras almas. ¡Convenzámonos!, la Navidad está dentro de nosotros. Es el nacimiento de Cristo en nuestro corazón. El despertar a su luz como hombres nuevos, dispuestos a luchar pacíficamente por el triunfo de su Reino. Por hacerlo realidad en nuestro mundo.

 

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