«ROBO Y ASESINATO en 1848 CERCA DE LOS BAÑOS DE SIERRA ELVIRA» por José Enrique Granados

Noticia publicada en EL GRANADINO, diario de fomento, de fomento y de anuncios el 30 de agosto de 1848.

A continuación insertamos una carta importante que acabamos de recibir de Santafé, donde se dan amplios detalles sobre el robo y asesinato acaecido en las cercanías de los baños de Sierra Elvira, camino de Pinos.
 
Santafé 28 de agosto.
 
«Hasta ahora no he podido darle a usted completas y exactas noticias del famoso robo perpetrado por una cuadrilla de hombres montados y armados, en el término del partido judicial de esta ciudad, en la noche del 25 de este mes, pues no quería exponerme a participarle nuevas inexactas. Como a las once de la noche del día 23 el comisario de seguridad pública de Granada don Francisco de Paula Monasterio, dio parle alcalde constitucional de Atarfe de que en el paraje llamado Punta de la Sierra de Elvira, habla sido alevosamente muerto de un escopetazo un pasajero en las inmediaciones de la casilla, que en aquel punto tiene el guarda del camino; cometió este delito una partida de hombres a caballo y a pie, cuyo número ascendía a cinco , los que se habían llevado al guarda y a dos pasajeros que con él estaban. El juez de primera instancia don Manuel Maza y el promotor don Miguel Moreno Cano, luego que supieron este desgraciado incidente, con escolta de la guardia civil, acompañados de un escribano y los facultativos titulares, marcharon inmediatamente al sitio de la ocurrencia, donde estaba el alcalde de Atarfe previniendo el sumario. Según he podido informarme, a las nueve de la noche del 23 se presentó en aquel punto esta partida de hombres armados a pie y a caballo en número de nueve, a quienes el guarda del camino les pidió una limosna, que le dieron, y a seguida uno de los montados intimó al guarda le entregase las armas que tenía, dándole al mismo tiempo algunos golpes, aunque sin causarle lesiones.
En el momento mismo momento los forajidos hicieron que el guarda marchase hacia la sierra adentro, en compañía de dos arrieros que accidentalmente se encontraban en su casilla. A estos tres, de los cuales uno era sobrino del otro desgraciado arriero que sucumbió, se contentaron con robarles las fajas y porción escasa de metálico, en su totalidad ascendería a unos 90 reales. El otro trajinero que era hombre de avanzada edad, casi ciego y enteramente sordo, fue la única víctima sacrificada por el furor de estos vándalos. Se infiere que este hombre, falto del oído, seria requerido por los ladrones, ya para que entregase el dinero, o ya para que siguiese la dirección que a los demás les habían hecho tomar y que no hubieran obedecido tan pronto como hubieran deseado, le causaron la muerte de un tiro, disparado a quema ropa, que le atravesó los pulmones y el corazón. Los malhechores, cubiertos de gloria con tan atroz atentado, dieron a huir por la sierra, dejando en pos de si el luto y el exterminio.
El juzgado que presumió que esta horda de bandidos fuese la emanación de alguna gavilla latro-facciosa que hubiera sufrido tenaz persecución en algún punto de la Península, o más bien una porción de gente vaga que tratara de componer y organizar una nueva facción, favorecidos de la escabrosidad del terreno y de los cercanos montes de Íllora, desde el mismo punto dónde se cometió el asesinato de que se ha hecho mención, dio parte de lo ocurrido al gobierno de S. M. y a todas las autoridades superiores de Granada. Sin perjuicio de esta prudente determinación por parte del activo juez de primera instancia y del entendido y no menos activo promotor fiscal, de consuno acordaron despachar expresos a todos los pueblos que circundan la Sierra de Elvira, para que en somaten saliesen por todas direcciones a explorar el terreno, vinieran a reunirse con el juzgado en el punto más culminante de la sierra, por si se podía hallar algún vestigio do los criminales. Las autoridades que fueron invitadas cumplieron con la mayor actividad y celo su cometido, y antes de una hora de haber emanado la orden del juzgado ya se hallaba la sierra coronada en todas direcciones de gente armada qué con el mayor gusto se prestaba a perseguir a los crimínales, ya fuesen como enemigos dé su reina, ya tuviesen otro cualquier carácter.
Ni el ardor del sol, ni lo fragoso del terreno arredró al juzgado para la persecución que proyectaba. Sin embargo, a pesar de sus buenos deseos y de la manera decidida y animosa con que alentaba a los vecinos honrados que la seguían, no fue posible encontrar el paraje donde los criminales se habían ocultado.
En la misma tarde, visto que la pesquisa hecha en la sierra no había dado los resultados que se apeticían se dispuso dar una batida en las alamedas del rio Genil y en los bosques del Soto de Roma. Así se verificó y el señor juez de primera instancia, asociado de unos 30 hombres armados y del promotor fiscal, verificaron este acto con toda escrupulosidad, aunque sin resultado, viniendo a caer como a las nueve y media de la noche en las inmediaciones de Belicena, que se halla en dirección opuesta al paraje de la punta de la Sierra de Elvira. Al regresar el juzgado a Santafé, encontró allí una partida de treinta soldados, a las órdenes de un oficial de estado mayor, cuya fuerza ponía el Excmo. Señor, segundo cabo a disposición del juzgado. Se dice que este ha manifestado al caballero oficial comandante de la tropa, que según se decía los forajidos habían tomado su rumbo hacia Montefrío o Loja, y que por consiguiente su presencia en Santafé era innecesaria. Hasta aquí todo lo ocurrido: se asegura de público que los ladrones son gente vaga y perdida de los barrios de Granada que concurrieron en la noche mencionada a aquel punto que regaron con la sangre de un anciano, solo con designio de robar a unos vecinos de Pinos Puente que habían cobrado en Granada aquel mismo día 40,000 reales, y a unos arrieros valencianos que habían de pasar en la misma noche por aquel punto con unas recuas de mulos, y que iban a Montilla a cargarlos de aceite.
Si en lo sucesivo averiguase alguna cosa digna de ponerla en conocimiento de usted, lo haré oportunamente. Pero antes de concluir debo decirle, que ha sido extraordinario l celo, actividad y hasta entusiasmo que el sr. juez de primera instancia y del sr. promotor fiscal que se mostraron incansables en la instrucción de las primeras diligencias, y sobre todo en la persecución de los criminales, sin miedo como ya he dicho, al calor horrible que hacía a aquellas horas, ni el peligro que pudiera acaecer. Los vecinos de los pueblos se prestaron también gustosos y bien merecían las gracias del gobierno de S.M.»
 
Silueta de la vega y sierra Elvira, pintura de D. José Osuna.
 
Gacetilla y curiosidades elvirenses.
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