Posmachismo: el furibundo movimiento que intenta destruir los logros feministas
En España se insulta cada vez más a víctimas de agresiones sexuales, casi tanto como a ministras. Se ha reabierto el debate del aborto. El impacto del MeToo ha despertado un nuevo furor machista en EE UU. ¿Ha llegado esa oleada también a nuestra sociedad?
Decía Baudelaire que “es imposible hojear un periódico de cualquier día, mes o año sin encontrar en él signos múltiples de la depravación humana más abyecta”. Qué no hubiese dicho de las redes sociales. En España, en las últimas semanas, cuatro acontecimientos que se prestan a ser leídos desde una perspectiva de género han suscitado comentarios de una crueldad y agresividad inusitadas en redes: las agresiones sexuales en la fiesta de los premios Feroz, la controversia en torno al aborto en Castilla León, la polémica suscitada por la ley de consentimiento sexual o el cambio físico de la actriz Berta Vázquez.
A las mujeres acosadas y agredidas en los Feroz se las califica de “brujas”, “inquisidoras”, “cínicas” y “lloricas”. A Berta Vázquez se la llama “oportunista sin talento que tenía una mina de oro, su belleza, y ahora la ha perdido por tragona”. La ministra de Igualdad, Irene Montero, ha recibido una cascada de insultos que ella atribuye “a una campaña de destrucción personal”. Y a las mujeres que reivindican que el derecho a abortar sea garantizado por la sanidad pública en todo el territorio nacional se las tilda de “energúmenas”, “frívolas”, “homicidas” y, por supuesto, “feminazis”.
La web estadounidense Vox alertaba hace poco de la “creciente e innegable reacción contra el MeToo”. Según la autora del texto, Constance Grady, la anulación el pasado mayo de la sentencia Roe contra Wade ha hecho que EE UU entre en una nueva fase de respuesta patriarcal cada vez más punzante y dañina. Ya no se trata solo de frenar en la medida de lo posible los avances de la agenda feminista, sino de “recuperar la iniciativa, monopolizar de nuevo el espacio público y reducir al silencio a discrepantes e insumisas”. Para Grady, “el aborto libre y seguro es historia y el feminismo está de capa caída”. Vuelven a ser mayoría (el 62% de republicanos y el 46% de demócratas) los hombres que opinan que el feminismo es más negativo que positivo para el conjunto de la sociedad. Hace apenas tres años, cerca de un 60% del total de los hombres consideraba que el progreso de la agenda feminista resultaba “esperanzador”. Ya no. El antifeminismo más estridente y partisano ha salido del armario. La llamada manosfera, los espacios virtuales donde proliferan los discursos misóginos (no exentos de mujeres), está en pleno auge, captando nuevos adeptos, ganando visibilidad y capacidad de irradiación.
España, a juzgar por síntomas como los descritos unas líneas más arriba, parece importar esta tendencia con muy pocos meses de retraso. En opinión de la periodista y escritora Cristina Fallarás, autora del ensayo Ahora contamos nosotras (Anagrama), “la manosfera ha aterrizado con contundencia en las redes sociales españolas”. Es más, “sus argumentarios, cada vez más agresivos, se están filtrando a otros ámbitos, como los medios de comunicación”.
Fallarás asegura estar viviendo en sus propias carnes la emergencia de estos renovados discursos de odio: “Participo en múltiples tertulias, y en la mayoría de ellas compruebo que muchos de mis interlocutores de derechas empiezan a hacerse eco de manera cada vez más nítida de esos argumentos que hace muy poco resultaban marginales”. Lo peor, en su opinión, son los “esfuerzos sistemáticos” para silenciar voces feministas: “En mi caso, tiene que ver sobre todo con las continuas querellas que presentan contra mí asociaciones ultraconservadoras o misóginas. Da igual que tengan o no fundamento. Se trata de llevarme al límite de mi resistencia psicológica y económica para obligarme a desistir, para cerrarme la boca”. La periodista cree que “el feminismo está sometido a un intenso proceso ya no de descrédito, sino de criminalización por parte de grupos y grupúsculos de muy variado pelaje que tienen en común la defensa de la masculinidad tradicional”.
Esa estructura de privilegio que ella denomina “poder macho” se ha sentido amenazada “por los evidentes progresos del discurso feministas por colonizar el espacio público”. Al principio, movimientos como MeToo “desconcertaron a la reacción patriarcal, que respondió de manera torpe y un tanto anárquica”. Sin embargo, “ahora los reaccionarios ya están organizados, han perdido la vergüenza al comprobar que su discurso tiene un amplio eco social y están recurriendo a la agresión verbal, el bulo, la calumnia o la persecución personal”.
Contra esta escalada bélica, “el feminismo se encuentra en inferioridad por su lógica no violenta: cuando nos gritan, nos callamos, cuando nos agreden, nos retiramos”. Fallarás entiende esta resistencia cultural “a dejarse arrastrar al fango, a jugar con las sucias armas del enemigo”. Pero recuerda, no sin amargura, “que la historia demuestra que ningún cambio social ha podido realizarse sin algún tipo de violencia contra las estructuras de poder”. Aunque la esperanza tal vez pase porque “cada vez más hombres, recurriendo al análisis marxista, se conviertan en desclasados y apátridas y se cambien de bando, se unan al movimiento emancipador”.
Para Carolina Meloni, profesora de Pensamiento Político en la Universidad Europea de Madrid, también resulta evidente que “hay una reacción activa y agresiva contra las luchas feministas”. La achaca a que “sujetos tradicionalmente excluidos han tomado la palabra y han obtenido una visibilidad sin precedentes en el espacio público”, y eso ha levantado ampollas. “En el seno de los movimientos emancipatorios se reproducen con frecuencia jerarquías de poder”, añade. Es lo que está ocurriendo, en su opinión, “en el feminismo llamado hegemónico”. La filósofa detecta “una resistencia brutal a aceptar que el feminismo está compuesto de múltiples feminismos, de diversas formas de vida, y que está atravesado por numerosas luchas”.
Para Laura Triviño, profesora de Ciencias Sociales de la Universidad de Málaga, “estamos viviendo un tsunami feminista como resultado de las sucesivas olas que han ido consiguiendo derechos para las mujeres”. Pero “las teóricas feministas nos preguntábamos hasta qué punto resultaría imparable: al estar ligado a la cultura de masas iba a verse afectado tarde o temprano por la transición de tendencia a demodé”. Un síntoma de que ese punto de inflexión estaba cerca para ella fue que “las multinacionales empezasen a vender camisetas con lemas feministas”.
Triviño cree que, con la agenda feminista, “las mujeres han salido de la cueva patriarcal de la mano”. Movimientos como MeToo o #TimesUp han acabado suscitando “discursos de odio contra las mujeres como los que circulan en las redes sociales, que cada vez son más llamativos”. Contra ellos, Triviño insiste en la necesidad de “contestar con discursos de alianzas feministas que pasen de ser polifónicos a presentarse al unísono, como el lema ‘Hermana, yo sí te creo”. Es decir, como antídoto contra el impulso reaccionario, la “sororidad”. Lo más importante, en su opinión, “es que ya no se permanece en silencio, hay acciones y reacciones”.
El enemigo, pese a todo, es formidable. Triviño asume que “las resistencias a la pérdida de privilegios” no desaparecerán de la noche al día: “Remover los cimientos de la cultura patriarcal que se ha expandido a lo largo de toda la historia de la humanidad y el globo terráqueo exigirá mucho tiempo”. La resistencia, además, es versátil y mutante: “[El profesor de la Universidad de Granada especializado en violencia de género] Miguel Lorente se refiere a la emergencia del posmachismo. Se trata de una versión mediática del machismo que se disfraza de víctima del feminismo y se dedica a difundir noticias falsas sobre las reivindicaciones de las mujeres”.
Meloni considera que “no deberíamos ser extremadamente optimistas, por no decir ingenuas, ante esta beligerancia conservadora”. Después de todo, forma parte, desde su punto de vista, de un marco global, “el del retorno a nivel planetario de lo conservador-fascista”. Asume que las redes, el espacio que el feminismo se propuso colonizar y convertir en palanca de su agenda, “se ha convertido en un lugar extremadamente hostil”. En él se viven “situaciones de violencia, de beligerancia y de polarización extrema bajo la falacia de la transparencia absoluta de puntos de vista”.
Fallarás recuerda lo ocurrido hace cinco años con el lanzamiento de #Cuéntalo, un espacio de denuncia contra las agresiones machistas que ella contribuyó a crear tras la polémica sentencia de La Manada: “Tres millones de mujeres participaron en él en pocos días. Hoy, lanzar algo así sería imposible. En cuestión de horas, se produciría una reacción orquestada. Los trolls patriarcales entrarían en tromba para mentir, intoxicar, intimidar y, en definitiva, desactivar la plataforma”. Las bestias heridas, añade, “muerden y arañan, y son capaces de hacer mucho daño”.
FOTO: Parece que muchos quieren dar la vuelta a la revolucion feminista lanzando bulos, noticias falsas y amedrentando a las activistas. En la imagen, el famoso cartel de J. Howard Miller creado en 1943 que se convirtió en emblema de la lucha igualitaria, dado la vuelta.