Cinco mandamientos que (mal)educan a las mujeres ir al contenido ( PARTE 1) NO PROTESTARÁS

No protestarás. No gozarás. No existirás. No decidirás. No desagradarás. En lugares remotos y en la puerta de nuestra casa, las protagonistas de este relato se rebelan y rompen con los caminos marcados

Aquí hay cinco, pero en realidad son muchos más. Cinco mandamientos sociales, políticos y religiosos con los que se somete a las mujeres y contra los que se rebelan multitud de ellas en el mundo. Han desobedecido y desaprendido lo que les enseñaron sus familias y las sociedades en las que les tocó nacer y han sido capaces de cuestionar lo que se esperaba de ellas.

Una mujer migrante violada a la que no creyeron, pero no paró de protestar hasta que la escucharon. Una joven que dirige una escuela para niñas en la clandestinidad bajo el yugo talibán. Una activista africana empeñada en hablar alto y claro sobre sexo y sobre todo del disfrute. Una chica que huyó de su padrastro en Bombay para no acabar casada a la fuerza y no verse obligada a dejar de estudiar. Una comercial chilena a la que su jefe le recomendó ponerse ropa ajustada y declaró la guerra a la violencia estética. Son voces de mujeres de países lejanos, pero su lucha es mucho más universal de lo que parece. ¿Quién no se siente interpelada?

No protestarás

Si hablas de esto, pensarán que eres una puta’, me dijo mi agresor”, Ana, Guatemala.

POR PATRICIA R. BLANCO

No había sido tan vulnerable ni había estado tan indefensa como en aquellos días, y él lo sabía”. Ana, que prefiere no revelar si este es su nombre verdadero, se dibujó como una muñeca en el cómic en el que narra con imágenes lo que no podía expresar con palabras: las violaciones a las que asegura que la sometió su antiguo profesor S. M. desde que se vio obligada a huir a Madrid. Había sido testigo en Ciudad de Guatemala de “un asesinato de alto impacto”, el del artista activista Víctor Leiva, un crimen que removió todos los cimientos de una vida que transcurría entre la Facultad de Arquitectura, la escuela de danza y la lectura de libros con los que “quería cambiar el mundo”.

Aquel asesinato desencadenó todas las violencias que ha sufrido Ana desde entonces: la de quienes quisieron matarla y la obligaron a abandonar su país, la de quien la acogió en España y la violó repetidamente, la de las instituciones que no creyeron en su testimonio y la del feminismo hegemónico que le robó su relato. Pero ni el crimen ni todas las violencias que vinieron después lograron callar a Ana: es la primera mujer en España que puso sobre la mesa el concepto de la credibilidad de la víctima en una violación, con la campaña #YoTeCreo, en 2016, dos años antes de la primera sentencia que condenó a los miembros de La Manada por la violación de los Sanfermines.

“Era el 2 de febrero de 2011. Iba a un centro de arte urbano, Trasciende, y había conocido a este chico, que estaba siendo perseguido, pero yo no lo sabía”, cuenta Ana, en la primera entrevista que concede a un medio de comunicación. La organización a la que pertenecía Leiva, Caja Lúdica, trabajaba con chicos que habían salido de las maras y, por eso, “estaba en la mira de los escuadrones de la muerte en Guatemala”, explica Adilia de las Mercedes, jurista e investigadora del feminicidio y violencia sexual y directora de la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG), que ha acompañado a Ana desde que decidió no callarse ante el hombre “que había decidido romperla emocional y físicamente”.

Ana conocía bien a su agresor porque había sido su profesor de teatro en la universidad. Era, además, la persona en quien más confiaba cuando llegó a España, apenas un mes después, precisamente un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. “Nunca supimos por qué nadie, ni en Guatemala ni en España, lo investigó, pero él apareció en la escena del crimen, matan a Víctor y aparece él”, apunta Adilia de las Mercedes. S. M., con nacionalidad guatemalteca y española, llegó a España antes que Ana, —“dijo que por si le relacionaba con el crimen”—, y la recibió en el aeropuerto. Ella tenía entonces 23 años.

“Dije que no. Siempre dije que no: lo expresé con palabras, con forcejeos, con llantos. Pero él no paró. Así que, en algún momento, simplemente, mi ánimo se quebró y mi voz se ahogó. Para él fue una victoria y ya no hubo límites”, narra Ana en un relato que escribió años después de su violación y primera “experiencia sexual”. “Me obligó a llamarle ‘amo’ y a repetir que yo era ‘su puta’. No cumplir sus órdenes conllevaba un castigo. Me hizo ver porno para aprender a practicarle felaciones. Ató un cinturón alrededor de mi cuello, me hizo andar a cuatro patas, desnuda, y mirarme al espejo para reconocerme como ‘su perra”.

La aisló. “Custodiaba su dinero y controlaba” con quién se relacionaba. Y quiso obligarla a callar: “Si hablas de esto, de mí ya saben que soy un libertino, pero de ti todo el mundo pensará que eres eso, una puta”, le dijo. Y durante tres años sintió “tanta vergüenza” de sí misma que calló. Hasta que su silencio fue incontenible. “Lo que no fui capaz de expresar con palabras, lo dibujé”, cuenta Ana.

La Asociación de Mujeres de Guatemala había estado colaborando desde la diáspora en un caso de esclavitud sexual cometido durante la guerra civil guatemalteca (1960-1996), el de las violaciones contra mujeres mayas en un destacamento militar de Sepur Zarco, entre 1982 y 1983. “Trabajamos en un peritaje sobre estándares internacionales de credibilidad de las víctimas de violencia”, explica Adilia de las Mercedes. Coincidió con el momento en el que Ana se decidió a denunciar a su agresor, con el apoyo de AMG, en 2016, tres años después de que terminaran las violaciones. Su credibilidad era crucial para ganar su caso, pero las forenses interpretaron la gestualidad de Ana, que a veces no puede ocultar una risa nerviosa, como una prueba de falta de credibilidad.

“No tienen en cuenta a las víctimas de otros orígenes nacionales y las forenses quisieron encajarla en el marco de un desarrollo psicosocial en España”, protesta la abogada, que critica que se enfocaran únicamente en la violencia sexual sin entender que su primera condición era de refugiada, lo que la colocaba en una situación de “extrema vulnerabilidad”. “Ana no coincidió con el estereotipo conocidísimo de la víctima ideal, una mujer devastada, llorando de la mañana a la noche”, ni con el de mujer sin estudios y menor de edad. “Lo primero que hay que entender de las víctimas de violencia sexual es que la memoria se fragmenta para que puedan seguir viviendo”, algo que los estándares internacionales consideran como un signo de credibilidad, explica la jurista en alusión a la forma que encontró Ana de representar su agresión, mediante escenas inconexas dibujadas en cuadernos.

El caso fue archivado y Ana no tuvo “fuerzas” para recurrir. “Nuestra intención fue muy humilde al inicio, la de reafirmar que nosotras la creemos y la arropamos”, cuenta Adilia de las Mercedes, que ideó junto con sus compañeras de la asociación la exitosa campaña #YoTeCreo, con un portal web en el que publicaron el cómic de Ana y desde donde pidieron a los ciudadanos que mandaran fotos con el hashtag. La campaña tuvo un gran impacto en la prensa española y, cuando el 26 de abril de 2018 se conoció la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra sobre los violadores de La Manada, “todo estaba ya sembrado” en los círculos feministas: en las pancartas de las primeras manifestaciones comenzó a aparecer el lema de la campaña de Ana, #YoTeCreo, que mutó en “hermana, yo te creo”.

“El feminismo blanco es una pesada losa que borró completamente la historia y el legado de Ana”, protesta la abogada, que lamenta “que Ana no ha sido nunca hermana porque hermana para las españolas es la víctima española”, olvidando cómo las mujeres migrantes contribuyen a construir el país. Ni las instituciones, ni los medios ni la opinión pública recuerdan a Ana.

Sin embargo, aunque no la recuerden, sin su caso no se hubiera producido la revolución que ha situado el consentimiento en el centro del debate de la libertad sexual. Ana ya no se dibuja como “una muñeca”. Es otra persona. La mujer que quería cambiar el mundo ha cambiado y también “lo cambió todo”.

POR PATRICIA R. BLANCO

 Ilustración: CINTA ARRIBAS
 
https://elpais.com/planeta-futuro/2023-03-07/cinco-mandamientos-que-maleducan-a-las-mujeres.html?prm=ep-app-articulo

Créditos

Textos: Patricia R. Blanco, Beatriz Lecumberri, Alejandra Agudo, Lucía Foraster Garriga y Paula Herrera.
Coordinación: Ana Carbajosa y Patricia R. Blanco.
Ilustraciones Cinta Arribas
Diseño: Ana Fernández
Dirección de arte: Fernando Hernández
Desarrollo: Alejandro Gallardo
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