Recientemente he pasado por un preocupante estado de salud y he pensado en la fugacidad de la vida.

Como diría Quevedo en un precioso poema, somos un ayer que se fue, un  hoy que se esta yendo y un mañana que no ha llegado todavía. Es la fugacidad de nuestra existencia encaminada siempre ineludiblemente al momento en que dejemos de ser. Somos polvo y en polvo nos hemos de convertir.

Existe una verdad única y trivial que no tiene incertidumbre y que siempre hemos de tener presente: el desenlace de todas las vidas es el mismo. A pesar de ello, parece que lo ignoramos. La sociedad actual se caracteriza por el culto enfermizo a la vida.

Aspiramos a la juventud eterna. Operaciones y más operaciones de estética para que el paso del tiempo no se nos note. Todo en vano, pues todos tenemos el mismo destino. ¿No estaremos desaprovechando nuestra vida? Porque tenemos el deber de dejarle una existencia mejor a los que nos siguen y creo que no lo estamos consiguiendo. El enorme progreso tecnológico habido en la humanidad no se ha traducido en progreso humanista.

El hombre sigue siendo el lobo para el hombre. Hambre, guerras, muerte… siguen enseñoreándose con nosotros. Nos queda la esperanza y el consuelo de los seres humanos que, a pesar de todo, consideran que hacer el bien a los demás está por encima de todo. Y actúan en consecuencia.

Algún día todos seremos olvido, pero estos seres dejan el mejor legado que se puede dejar a las generaciones futuras: haber dedicado su vida a conseguir un mundo mejor, mediante la bondad e inteligencia de sus acciones.

JOSÉ VAQUERO

foto: Fugacidad II | Por Raquel Olvera

 

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