¡Nos fumigan!
Por supuesto que los aviones vierten sustancias químicas a la atmósfera. Esta es la realidad que muchos conspiranoicos no quieren ver
Que en el año 2023 haya personas que miran al cielo y se asustan de las nubes es algo que me produce una mezcla de fascinación y ternura. En estos individuos parece despertarse un miedo atávico, una inquietud que se remonta a los tiempos en que las señales en la cúpula celeste podían anticipar la desgracia. Como en aquella escena que describía el arzobispo de Uppsala en 1555, en la que los arqueros de algunas regiones de Europa salían de las murallas de sus ciudades y disparaban flechas contra las nubes para ahuyentar las tormentas.
Las personas a las que me refiero no temen a las nubes que traen el granizo, sino a esas líneas de tiza que diseccionan el cielo en los días en que se dan las condiciones adecuadas. Salen a la calle, levantan la vista y se acongojan ante la visión de los Cirrus homogenitus, que es el término científico con que se recogen en el Atlas Internacional de Nubes desde hace unos años. “Cirrus” porque son cristalitos de hielo como los que forman los cirros que vemos cuando hay frío en altura, y “homogenitus” porque son fruto de la actividad humana, como los cúmulos que se producen con las emisiones de algunas grandes fábricas.
El principio por el que se forman las llamadas “estelas de condensación” en la parte trasera de los motores a reacción de los aviones es tan sencillo como fascinante. El vapor de agua, dióxido de carbono y las partículas de carbonilla que expulsan los motores quedan en la cola de la aeronave y, al producirse las condiciones adecuadas de temperatura y humedad relativa, forman gotitas que se congelan y se convierten súbitamente en diminutos cristales de hielo que relumbran como diamantes a la luz del sol. Es por eso que si el avión cambia de altura puede dejar de emitir la estela o en determinados días las vemos en abundancia y en otros, no. Y lo sabemos porque en los últimos doscientos años, generaciones de científicos se han devanado los sesos para entender el complejo proceso de condensación.
Como estas estelas permanecen durante más de diez minutos en el cielo, la Organización Meteorológica Mundial decidió otorgarles la condición de nubes en 2017 y en inglés se las denomina con la palabra “contrails” (un neologismo a partir de los términos ‘condensación’ y ‘rastro’ en inglés). Pero las personas que se asustan de estas líneas escritas sobre el azul celeste no creen que se trate de nubes, sino de un vertido planificado y masivo de sustancias químicas que los aviones comerciales arrojan sobre nuestras cabezas en una trama internacional que pretende envenenar nuestros cerebros, controlar el clima o ambas cosas a la vez. Por eso se refieren a estas estelas de condensación con el nombre de “chemtrails”, que añade el prefijo “chem”, por la palabra ‘químico’ (chemical) en inglés.
Algunas de estas personas son especialmente activas en redes sociales, donde a menudo acompañan fotografías del cielo lleno de estelas con expresiones como “¡Nos fumigan!”, en referencia a esa supuesta lluvia de productos químicos que los aviones vierten sobre nuestras cabezas. También es habitual que denuncien que se trata de un “sembrado” de nubes para “robarnos” el agua y provocar la sequía, cuando las inyecciones de yoduro de plata y otras sustancias –ideadas por Irving Langmuir y su equipo en la década de 1940– se crearon precisamente para provocar la precipitación.
Al margen de estos errores de concepto, una de las contradicciones más interesantes de este colectivo es lo que sucede si se admite que tienen parte de razón y es verdad que los aviones “nos fumigan”, pero no como ellos creen. Si se argumenta que los aviones están rociando el cielo con millones de metros cúbicos de invisible CO2 que contribuye al calentamiento de la atmósfera, muchas de estas personas ya no serán partidarias de admitir este otro tipo de ‘fumigación’. Cuando se les pone delante del hecho de que las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la aviación constituyen entre un 3 y un 5% del total y son las que más rápido han crecido desde 1990, o que las propias estelas, debido a su ubicuidad, contribuyen aún más al aumento de la temperatura global, es posible que nos acusen de formar parte de otra gran conspiración global y hasta que nos insulten y amenacen, como hacen cada día con los meteorólogos de AEMET.
Es precisamente por esto, porque es verdad que nos “fumigan” con CO2 y que las estelas tienen un papel negativo, que las compañías aéreas, empresas fabricantes de aviones y los gobiernos están tomando medidas. Desde hace tiempo se está valorando cambiar la altura de los vuelos comerciales y se trabaja intensamente en el desarrollo de motores y combustibles de nueva generación que, además de emitir menos dióxido de carbono, no produzcan tantas estelas y dejen de pintar el cielo una y otra vez. De modo que, de un día para otro y en un futuro no tan lejano, quizá nos encontremos con un cielo limpio y virginal en el que los aviones cruzarán sobre nuestras cabezas dejando un vacío visual. Pero no sufran ustedes por los partidarios de las explicaciones retorcidas: esta repentina ausencia será un material de primera para una nueva conspiración.
FOTO: Estelas de condensación, cielo y nubes.
https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/fumigan_129_10161452.html