«EL TAM-TAM DE LAS NUBES» por Nicolás Palma

Eres un árbol, te respiro…

 Salam, mi dulce Salam, dador de paz, quinto nombre de Alá, hijo de la tierra, hermano de la luz y de la piedra, eres un árbol. Lo dicen los t’embzotes, la piedra de los sueños, las tórtolas blancas. Eres un árbol  y en las nubes, enfermas como tú de nuevas lunas, te lo escribo.

Hay mujeres que anidan en cuerpos de hombre y hombres que anidan en cuerpos de mujer; hay hombres que arraigan en cuerpos de árbol  y árboles que arraigan  en cuerpos de hombre. Tú, m’güey, eres un árbol: el baobab sangra-herido, si en tus ramas florecen los sueños perdidos; el baobab-wengue’edra, si tu palabra es la voz de la tierra; el baobab-raíz de sal, si arraigas como el líboro en el mar. Tú, Salam ibn Idrîs ibn al Abbâs, eres un árbol, te respiro, y con el tierno aroma de tus hojas me perfuma el viento. Vas, pero eres un árbol; no duermes sobre un solo pie, pero eres un árbol; un árbol que camina enfermo de nuevas lunas, de nuevos horizontes, de lejanía.

¡Frutal de luz!, nacido para cobijar, para dar tu cuerpo, tu paz, tus semillas de amor y tu esperanza; nunca te cansarás de mirar las nubes, m’güey, nunca te cansarás  de mirar el cielo. Los árboles no sois como la noche que se aburre de contar estrellas, los árboles sois sabios: habláis menos, veis más, escucháis al viento, abrazáis el aire, apaciguáis la  lluvia… A la mujer que duerma sobre tu pecho le hablará la tierra, como nos habla el baobab cuando apoyamos sobre su tronco la cabeza.

Salam ibn Idrîs ibn al Abbâs, tienes la forma de mis sueños, eres igual a tu padre, tu voz es murmullo de agua fresca en los labios sedientos de la tarde.

He visto hienas en cuerpos de mujer, he visto ladrar a los hombres, volar al caimán, hablar a los perros…  Alguna vez seremos viento, Salam, viento herido, viento de vuelta, viento tranquilo que busque anidar otro cuerpo, otro sueño, otro puerto. Seremos piedra, o  flor; seremos río, beso, caricia, u otros  hombres.  Por ello, no odies nunca, no odies al  hombre, el menor de sus sentimientos, ¡tesoros de la vida!, vale mil universos de universos más que la mayor de sus maldades.

Oasis de paz!, olvida el mal que recibas, no hagas daño a nadie, no hagas daño a nada, ni siquiera a la humilde hierba del camino con la que alguna vez te fundirá ese viento herido, de vuelta, tranquilo, que busque arribar a otro puerto. Tus hechos serán tus frutos, no hagas daño;  sabría leerlo en tus ramas, sabría leerlo, Salam. No hagas daño.

¡Aliento de la lluvia!, ya no hay árboles alrededor de la aldea, de repente Mar del Bosque se ha ido; Madre Selva ha volado, ha huido con su niebla, su aire, sus nidos… De las flechas del sol, bajo la piedra, muda se esconde la tierra; nos invade la langosta;  ni para ellas tienen grano las termitas… Con los ojos gritan los niños: << ¡Agua!>>…, agua,  su azúcar  con sabor a río, a lluvia, a agua que nace con sabor a vida. << ¡Agua!>>

¡Manantial de ternura!, enfermo como tú de nuevas lunas, de nuevos horizontes, de lejanía, un hijo me robó la mar. Lo sabe la noche, rumbo a las Grandes Aldeas perdimos a tu padre: sencillo como el aire, su reflejo era el cielo; su palabra… la verdad. Era igual a ti, Salam.

¡Hermosa mirada!, cuando camines por poblados que escupan al bosque, cieguen estrellas y tiren el pan, desconfía; escucha la voz del corazón y pon los oídos atrás.

 ¡Escudo de mi vida!, escucha la voz del hambre y comparte; regala tu calor, tu pan, tu paz y tu palabra.  Ama lo que sea de todos, ama lo que no ama nadie.

¡Deseo de lejanía!, ¡deseo más fuerte que la vida!, cuando enraíces en las Grandes Aldeas, tan pesadas que Madre Tierra con sus manos de barro no pueda sostenerlas, ¡ayuda! Ayuda a Madre Tierra, Salam.

¡Espejo de tu pueblo!, en la tormenta crece el corazón de los gorriones. No te rindas, resiste siempre; cuando no puedas más da un pequeño paso al frente. Y cuando no estés enfermo de lugares nuevos, vuelve;  te hablará la alondra del sabor solitario y azul del cielo, oirás al otoño deshojar el silencio del árbol viejo y en tus ramas desnudas desgarrarse el viento.

¡Sangre de mi sangre!, hunde tus raíces en la vida, bebe de ella  hasta saciarte y cuando te canses de medir el mundo con tu sombra, vuelve. Cuando compruebes que tierra sin dolor nunca pisó nadie, vuelve. Tu pueblo te quiere, te necesita, llevas su savia, eres su sangre. ¡Aliento de la lluvia, vuelve!

Tatuada hasta el cuello, con collares de piedra de la luna, brazaletes de caña blanca y uñas más pulidas que el marfil, con ámbar de baobab le escribió en las nubes, evocando su mirada dulce, el suave ser  de su alma, las frutas transparentes de sus ramas… diez lunas después de su partida, la mañana de su décimo octavo cumpleaños, durante la fiesta bororo  del Guerouel.

   En su despedida le dio ámbar de baobab, que al quemarlo desmenuza las alas de las nubes y en los copos  borda —cuando son sentidas— las palabras. Así, ella sabría de él. Y él, que nunca se cansa de mirar a las alturas, sabría de ella, de los suyos, de su aldea natal. En los pueblos de la otra cara del cielo, las nubes serían su tam-tam.

Esto te recuerdo Salam ibn Idrîs ibn al Abbâs, quinto nombre de Alá, dador de paz, hijo de la tierra, hermano de la luz y de la piedra,  mi oasis, mi aliento, mi fruto…  Esto te digo,  esto en las nubes te escribo.

Que la luz de tu alma te cuide, que la luz de tu alma te guíe. Ma’as- salama. Salam  malekum.

Rodeada de gallos t’embzotes, tórtolas blancas que abren los ojos del alba y cuervos-cuello de nieve  que  refieren augurios sin fin, Sadía, bajó de la montaña y volvió a su árbol. Como en el pecho del primer amor se recostó en su tronco hueco y agrietado. Con más fuerza que nunca abrazó su alma de viejo baobab y volvió a inventar palabras, a mascullar palabras nuevas en manojos de esperanza:

                    ..  Bedare…  bedarer… bedar… b’dair…

                              M’bongo…   m’bong… m’bon…m’bair…

                                       Mej’ide… mej’jid… mej’ji… mej’jair…

 El día que tropezó con el rayo, con el dedo azul de la tormenta, quedó hechizada, destinada a la magia, a la búsqueda del sortilegio, de la mágica palabra que traiga la lluvia, que ahogue a la muerte del mar, que proteja a su nieto Salam. A la búsqueda de la palabra que cambie el mundo al pronunciarla:

                    … Suai’lar… suai’la… Suail… sual’ocair…

                                      Sal’ocín…sal’ocí… sal’oc… sal’ocair…

                                             B’tangir… b’ tamg… b’tam… b’tair…

 Nicolás Palma

A %d blogueros les gusta esto: