O Pepe o Juan o Javier. Da igual. Dice Lola que este país está lleno de gentes que desfogan en cualquier sitio en el que se sientan protegidos por el anonimato o la multitud.

Lo de Vinicius hace unos días en Valencia no es más que la proyección intelectual de unos imbéciles que están más próximos al mono que al humano. Y les sale en cuanto se creen inmunes. Igual les puede pasar en sus casas, con puertas y ventanas cerradas y fuera del alcance de ojos y oídos ajenos.

Gentes que precisarían varios pases por escuela y familias que los educasen. Seres que nos avergüenzan a una inmensa mayoría cuando los vemos con esas gestualidades entre un público que debería ser policía de unas normas mínimas, básicas. No deberían ser precisos guardias de seguridad ni agentes del orden para poner en su sitio a estos individuos.

Ya que la educación no ha hecho efecto en ellos, es la tribu quien debe actuar. Y la tribu somos todos. ¿Se imagina a alguien defecando en medio de una acera a cualquier hora del día, entre las piernas de los viandantes pasando? Pues algo así define a estos impresentables en un estadio de fútbol, en el que piensan que pueden hacer lo que quieran o decir lo que les dé la gana: insultar a los árbitros, a jugadores, vociferar como descerebrados, arrojar objetos.

Seres ineducados, asociables, deformados de cuello para arriba. Y todo por pagar una entrada y estar rodeados de otros que se ponen de perfil. En Granada un espectador lúcido se volvió y le dijo de forma regia: ¿Por qué no te callas, imbécil? Las cámaras también lo recogieron.

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