Happycracia: Hipocondría emocional, la enfermedad de querer ser feliz a toda costa

Los oradores motivacionales, el “coaching” y los libros de autoayuda crean tal presión para que seamos felices que ya hay hipocondriacos emocionales: gente que convierte esa búsqueda en una obsesión. Un libro indaga sobre las razones y el negocio millonario que hay detrás de la ‘happycracia’.

Descubre tu puntuación de felicidad y mejórala en dos meses». Esta es la fantástica promesa de Happify, una aplicación «basada en la ciencia que mejora la salud emocional». Después de registrarse, los usuarios pueden conocer su estado emocional en tiempo real y mejorarlo con motivación y gestión del estrés y de los pensamientos positivos.

Happify y otras aplicaciones similares son la ‘autoayuda’ del siglo XXI. Pero, en realidad, no han inventado nada nuevo. Se basan en la psicología positiva, una disciplina que nació a finales de los años noventa de la mano del psicólogo norteamericano Martin Seligman y que, según su definición, es «el estudio científico de lo que hace que la vida merezca la pena».

Impulsada por instituciones académicas públicas y privadas, la psicología positiva ha conseguido introducirse en nuestra vida, pero también en la agenda de los gobiernos, la cultura de las empresas y en los centros educativos hasta convertirse en un fenómeno global con millones de defensores y adeptos. Pero también con un puñado de detractores acérrimos.

«Los algoritmos para analizar las emociones se ponen al servicio de los intereses económicos y políticos», advierte el sociólogo Davies

«Hace 20 años, la psicología positiva prometió ofrecer las claves de la felicidad y aún estamos esperando. Después de 64.000 estudios, lo único obvio es que sus resultados son contradictorios y ambiguos. Y, en el mejor de los casos, puro sentido común», explica Edgar Cabanas, autor junto con Eva Illouz de Happycracia, un ensayo sobre «cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas».

alternative textFelices en Davos. Es un negocio en alza. Incluso al Foro de Davos se ha invitado a Matthieu Ricard (arriba), monje budista conocido como el ‘hombre más feliz del mundo’ o a la profesora que ha creado un curso de felicidad en la Universidad de Yale.

Cabanas, doctor en Psicología e investigador de la Universidad Camilo José Cela, denuncia los problemas que los expertos en la disciplina tienen para definir el mismo concepto de felicidad y sobre todo para medirla. «¿Qué quiere decir que tú y yo tengamos un 7 de felicidad? Imagínate cuando se ponen a comparar países… ¿Qué tiene que ver la felicidad de un chino con la de un español?»

¿Sirven los algoritmos para medir emociones?

Y, pese a lo controvertido de la psicología positiva, la felicidad se ha transformado en un sector económico omnipresente. En 2015, el sociólogo británico William Davies popularizó el concepto de ‘industria de la felicidad’ en un libro del mismo título en el que alertaba sobre el lado más oscuro del fenómeno. «Las tecnologías para medir nuestro ánimo, los algoritmos para analizar las emociones, se ponen al servicio de los intereses económicos y políticos», escribía. Nuestro estado emocional es una mercancía más, comercializada con distintos envoltorios: desde aplicaciones basadas en sofisticados algoritmos hasta la literatura de autoayuda, pero también los coaches de desarrollo personal, los entrenadores de mindfulness o los oradores motivacionales

«La felicidad se ha convertido en una especie de religión, donde se sustituye la fe en la salvación por la fe en la autorrealización», explica Edgar Cabanas

Según la revista Forbes, el 40 por ciento de las 500 empresas norteamericanas más grandes ya utilizan el coaching de manera habitual. El fenómeno está acompañado de otro negocio paralelo: el de la formación de esos coaches. Pero tampoco se detiene ahí. A veces, la felicidad se transforma en merchandising puro y duro: el que se imprime, abusando de aforismos, en tazas, cuadernos o felpudos. Así se explica, por ejemplo, el éxito de Mr. Wonderful, autodefinida como «la tienda on-line de productos felices para alegrar al personal» y creada por dos españoles. Con más de 150 empleados en nómina, en 2017 facturó 28 millones de euros.

«La felicidad se ha convertido en una especie de religión, donde se sustituye la fe en la salvación por la fe en la autorrealización personal –explica Cabanas–. Pero esto puede crear hipocondriacos emocionales, gente que está en constante autoexamen. La industria de la felicidad se nutre de ese estado obsesivo porque la felicidad es insaciable, no tiene fin».

Uno de los dogmas de la psicología positiva consiste en defender que la felicidad se puede aprender y es algo meramente individual, que nada tiene que ver con las circunstancias. Y esa no es una idea inocua. «Implica que el sufrimiento es una elección. Ese es un planteamiento muy peligroso. Acaba generando una idea de ciudadano individualista que no le debe nada a nadie y que depende exclusivamente de sí mismo. Tiende a desdibujar el hecho de que las causas de los problemas no son solo personales, sino también sociales y estructurales».

Hasta la ONU elabora un ‘ranking’ de felicidad

Por eso, no parece una casualidad que la felicidad se haya convertido en un asunto central en espacios neoliberales como el Foro Económico de Davos. Además de las sesiones de mindfulness para ejecutivos, en los últimos años la conferencia ha atraído a personajes como el monje budista Mathieu Ricard, conocido por ser la persona más feliz del mundo’ después de haberse sometido a un estudio de la Universidad de Wisconsin que midió su actividad cerebral.

Y, este año, el foro contó con la participación de Laurie Santos, profesora de Psicología de Yale y creadora del curso Psicología y la Buena Vida, que se ha convertido en la asignatura más exitosa de la historia de la universidad norteamericana. De hecho, la felicidad es ya un asunto central en la agenda política. Mientras cada año la ONU elabora un ranking de los países más felices del mundo y la OCDE tiene una herramienta similar (el Better Life Index), hay estados como Bután que han creado su propio índice (Felicidad Nacional Bruta) para sustituir al PIB. Incluso Venezuela tiene un Viceministerio de la Suprema Felicidad Social del Pueblo.

¿Una forma de aumentar la productividad?

Que la búsqueda de la felicidad haya calado tan hondo no es casual. Por ejemplo, según Cabanas, «de no haber existido la ciencia de la felicidad, las empresas se habrían encargado de inventarla. Les ha venido genial para encontrar formas más eficientes y sibilinas de controlar a sus trabajadores. Una de las ideas que se pretenden imponer es que el trabajo es un ámbito para la realización personal. La otra es que los intereses de las empresas y los trabajadores son los mismos. Pero esa es una gran ingenuidad», explica Cabanas.

Para las empresas, la motivación consiste en aumentar el rendimiento de sus trabajadores. De hecho, en 2017 una investigación del Iopener Institute de Oxford afirmó que la productividad puede aumentar hasta un 65 por ciento cuando los empleados están contentos. Claro que otros estudios han rebatido esta teoría demostrando, por ejemplo, que las tiendas con los trabajadores más insatisfechos de una cadena de supermercados británica eran, en realidad, las más rentables para la empresa. Pero las ventajas (en forma de menos absentismo y menos bajas laborales) son demasiadas como para renunciar a la idea. Por eso, cada vez son más las empresas que se afanan por medir los sentimientos de sus empleados a través de encuestas internas y que crean puestos específicos para garantizarla. De hecho, el ‘director de felicidad’ se ha convertido en una figura en alza en muchas de las empresas.

 
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