Últimamente y por parte de pseudohistoriadores, hay circulando narrativas que cargan las tintas en una teórica situación insostenible en Chile de la que responsabilizan al gobierno de Allende y que subliminalmente justifican el golpe de Estado del general Augusto Pinochet

El 11 de septiembre es una fecha fatídica no solo por el atentado en 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Es fatídica también, porque se cumplen 50 años del golpe de Estado cruento en Chile que el 11 de septiembre de 1973 derrocó al gobierno democráticamente elegido de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende y acabó con la vida de éste. Al golpe de Estado le siguió una ola de desapariciones, secuestros, torturas y ejecuciones que lógicamente permanecen indelebles en la memoria colectiva de los chilenos y que fueron constitutivos de crímenes de lesa humanidad.

Últimamente y por parte de pseudohistoriadores, hay circulando narrativas que cargan las tintas en una teórica situación insostenible en Chile de la que responsabilizan al gobierno de Allende y que subliminalmente justifican el golpe de Estado del general Augusto Pinochet. Pasa también en España, no historiadores nos cuentan que la naturaleza violenta de la II República llevaba en sí misma el germen de una rebelión militar contra ella. Ambas narrativas, intoxicadoras y falsas,  se encuadran dentro de lo que se ha dado en llamar posverdad, es decir, una distorsión de los hechos que apela a las emociones, pero no al conocimiento científicamente contrastado que hacen los historiadores profesionales.

Lo cierto es que latifundistas, fuerzas de ultraderecha, una parte del ejército chileno y la injerencia de los EE UU en el país se aplicaron desde el principio en que Allende no llegara a ser investido presidente. No lo consiguieron pero sí que dieron una especie de ‘aviso’ en 1970 poco antes de que Allende formara gobierno un grupo de ultraderecha acabó con la vida del jefe del Ejército René Schneider que ante las incitaciones a una sublevación del ejército, había declarado que «los militares no son opción política»

Las reformas que se impulsaron, dentro de la legalidad, fueron desde establecer que la leche diaria para cada niño era algo inexcusable, a comenzar las obras para la primera línea de metro en Santiago. La reforma estrella desde luego fue la reforma agraria que supuso el primer intento para que muchos labriegos que estaban aún bajo un régimen de servidumbre, tuvieran una vida mínimamente digna. Antes de eso era frecuente que no les pagaran un jornal en dinero, las agotadoras jornadas se las pagaban con una comida que apenas pasaba de tortillas de maíz. En 1965, por escandaloso que parezca, aún se practicaba el derecho de pernada en el Chile rural. Salvador Allende intentó y en gran medida consiguió, acabar con esas infamias.

Se recuperó mediante nacionalización la propiedad de las minas de cobre, en aquella época propiedad de consorcios estadounidenses que obtenían beneficios estratosféricos de su explotación. «El cobre ya tiene dueño: Chile». Hoy ya se sabe más allá de cualquier duda razonable, que antes de esa nacionalización de la industria del cobre, primera fuente de riqueza del país, los EE UU de Nixon y Kissinger se aplicaron a derribar a Allende por considerarlo contrario a sus intereses.

Aquel 11 de septiembre, las fuerzas armadas al mando del general Augusto Pinochet sitiaron el Palacio de la Moneda y Allende se atrincheró en el interior aun a sabiendas de que no había ninguna opción de mantener el orden constitucional. El discurso de derrota desde Radio Magallanes de un Allende consciente de estar viviendo momentos históricos y los últimos de su propia vida es de lo que conmueve. «Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre, para construir una sociedad mejor». Trae a la memoria la reflexión de Antonio Machado que cuando tras escuchar un mitin de Pablo Iglesias dijo: «Este hombre tiene el timbre inconfundible e indefinible de la verdad humana».

El golpe de Estado de Pinochet triunfó y Allende murió en el Palacio de la Moneda. Y como los regímenes que se mantienen por la represión y la violencia generan, por una ley casi física, violencia reactiva en su contra, el general Pinochet sufrió un atentado del que salió ileso pero que constituyó a partir de entonces una obsesión para él. «Será un honor para nosotros eliminar al tirano», declararon los autores del atentado, en lo que era una manera de advertirle de que lo iban a seguir intentando.

Pinochet fue detenido en Londres en 1998, por una orden de captura que contra él dictó el juez español Baltasar Garzón, basándose en el principio de Jurisdiccional Universal contra genocidas y autores de crímenes contra la humanidad. Fueron 94 las denuncias de tortura de ciudadanos españoles y se le imputaba también el asesinato del diplomático español Carmelo Soria.

La justicia española no consiguió que lo extraditaran a España para ser juzgado, pero estuvo en Londres bajo arresto domiciliario 503 días exactamente. Finalmente Pinochet regresó a Santiago en el año 2000 y murió en 2006 dejando tras de sí, impunes, más de 300 cargos criminales en su contra. A eso se añade la considerable fortuna que amasó ilegalmente, tanto de bienes inmuebles como de depósitos bancarios que se estima que ascienden a 20 millones de dólares.

Felizmente, otros hombres superaron efectivamente aquellos momentos grises y amargos en los que se impuso la traición y Chile transitó a un régimen de bienestar material, libertades y democracia que lo sitúan hoy en una posición privilegiada en el entorno geopolítico en el que está.

Federico Zurita Martínez

Dpto. Genética e Instituto de la Paz y los Conflictos. Universidad de Granada

 

 
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