La información cada vez tiene menos público y el periodismo, menos prestigio. Ni las niñas quieren ser ya princesas ni los chicos y las chicas, periodistas

En el bar donde tomo cada día el cafelito y el pulso de la barra antes de meterme en la burbuja del curro, han tomado una decisión que me tiene hablando sola: desintonizar de su tele de 85 pulgadas los programas de información y debate político mañaneros para poner a todo trapo Radiolé, españolísima emisora especializada en copla, pasodoble y ese flamenquito marrullero que te da entre subidón y vergüenza ajena en cuanto lo sacas del chiringuito de las playas de Cádiz. Así, estos días, al puntito de las nueve de la mañana, en vez de ver al candidato popular Alberto Núñez Feijóo y al diputado socialista Óscar Puente dándose cera en el debate de investidura, en el plasma del garito se oía a Andy y Lucas gorjear que tanto la querían, a Bisbal llorar las penas y a Rocío Jurado rogar al Señor que la ayude a caminar, entre la indiferencia general de la clientela y mi estupefacción ante el para mí insólito hecho de que nadie protestara. Se me dirá que de qué me quejo. Que, con cambiar de bar, todos contentos. Me temo que el asunto es más complejo.

La información, no solo la política, cada vez tiene menos público, y el periodismo, menos prestigio. Ni tantas niñas quieren ya ser princesas, salvo Leonor de Borbón Ortiz, a la que nadie le preguntó al respecto, ni tantos chicos y chicas, periodistas. Han bajado casi un 19% las matrículas. Quizá tenga que ver que la profesión esté para la UVI. Que sea perfectamente previsible lo que va a decir o escribir cada colega según la titularidad de su medio y las subvenciones que reciba. Que, más que titulares, lancemos cebos para que el lector pique y que, queriendo o sin querer, le colemos gato por liebre demasiadas veces. Las sobreactuaciones de los padres y madres de la patria, convertidos en troles unos de otros, dentro y fuera del Parlamento, tampoco ayudan a que la política interese a los ciudadanos. No tengo la solución a tan peligroso asunto. Lo que sí puedo decir es que del único Puente del que se habla este otoño en mi bareto es el del Pilar para quitarse de en medio unos días a tomar el sol a la costa o a una casa rural a coger setas. Dice el refrán que ojos que no ven, corazón que no siente. Otra versión añade: y hostia que te pegas, pero eso es demasiado ordinario para escribirlo en una columna. Así que lo diré de otra manera. Reza la máxima periodística que la ausencia de noticias es buena noticia. Discrepo: no news, bad news, que es más fino.

https://elpais.com/opinion/2023-09-28/ojos-que-no-ven.html

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