«26 de julio, día de la Abuelita» por Pedro Monasterio
Mujeres embarazadas y mujeres estériles, de diversas clases sociales y procedentes de todos los distritos de Roma, se reunirán en conmovedor acto religioso o de súplica, hoy día 26, en una pequeña iglesia comprendida en el recinto de la Ciudad del Vaticano, como ocurre todos los años en la festividad de Santa Ana.
Las que se hallan en estado de buena esperanza, acuden a dicho templo -portadoras de velas y sudorosas por el fuerte calor romano, más sensible para ellas por su propia gravidez-, para pedir a Santa Ana, madre de María, que no sea largo ni dificultoso, sino breve y feliz, el trance que aguardan. Y a estas futuras madres se unen, en tal ocasión y lugar, bastantes mujeres estériles (como lo fue durante mucho tiempo Santa Ana, hasta que concibió a María, cuando ya desesperaba de tener descendencia), para implorar, silenciosa, pero apasionadamente, la fertilidad de su seno, la capacidad de generación.
Las respectivas velas que en dicha fecha tienen encendidas durante el ofertorio de la misa, las conservan piadosamente esas madres expectantes romanas para que ardan de nuevo en honor de Santa Ana al llegar el parto, en la confianza de que así no durará éste más de lo que tarde en consumirse la correspondiente vela. Las infecundas, claro está, no piden todavía esa gracia de la brevedad a Santa Ana; lo único importante para ellas, de momento, es lograr algún día la dicha inefable de sentirse madres, aunque el alumbramiento sea penoso y largo.
El mencionado templo vaticano de Santa Ana, de planta elíptica y con tres altares, es la parroquia de los pocos habitantes con que cuenta el Estado pontificio. Trazó su proyecto el gran arquitecto Vignole en 1565, y dispone de una cripta que es el cementerio de los escasos súbditos de la ciudad vaticana. Pero ya no radica en esa iglesia la antigua Cofradía de los palafreneros y lacayos al servicio del Papa, de los cardenales, de los nobles romanos y de los embajadores acreditados ante la Santa Sede.
La pintoresca procesión anual de esa cofradía -todos los cofrades luciendo sus sombreros tricornios o bicornios, pelucas rizadas y casacas o libreas bordadas escuchaba como saludo, cuando pasaba sobre el puente de Sant’Angelo, unos disparos de artillería del famoso castillo papal. Desapareció la cofradía de esos vistosos subalternos, pero su recuerdo pervive aún en la denominación popular del templo, al que las gentes romanas siguen llamando Sant’Anna del Palafrenieri.
El simultáneo patronazgo de Santa Ana sobre encintas y estériles se encuentra extendido por varios países. Dentro de España donde también es patrona del gremio de peleteros, guanteros y marroquineros- es probablemente Cataluña la región donde las mujeres casadas más veneran a dicha santa. En Villafranca de Oria (Guipúzcoa) invocan por igual a Santa Ana el marido y la mujer, para conseguir prole saludable. Es tradicional allí el simpático aurresku de Santaneros, que cada 26 de julio bailan ante la iglesia, en honor de la repetida santa, las parejas de esa villa vascongada que contrajeron matrimonio durante los doce meses precedentes, es decir, desde el día de Santa Ana del año anterior. En el puerto asturiano de Cudillero (el Rodillero de la novela José, de Palacio Valdés) son los cojos quienes se hallan bajo la especial protección de Santa Ana, que asimismo concede allí buenos maridos a las mozas. Y los pescadores del propio Cudillero se acuerdan asimismo de Santa Ana cuando llega la hora de rezar con mucha fe porque la mar se puso mala. En la espadaña de la ermita de Santa Ana de Montarés, en una elevación próxima a dicho pueblo asturiano, cumple ahora función litúrgica la campana (fundida en Liverpool, en 1862) del barco Amalia, que naufragó en enero de 1882 y a cuya tripulación salvó totalmente, al parecer de manera prodigiosa, la esposa de San Joaquín y madre de la Virgen.
Otro patronato de Santa Ana es el que tiene sobre las abuelas, puesto que ella lo fue nada menos que del Niño de una vez en sus brazos, y por eso hay bellas canciones de cuna, en Andalucía, en Italia y en Hispanoamérica, en las que se pide ayuda a la santa abuela para adormecer a los rorros insomnes o demasiado llorones. A imitación del día de la Madre (8 de diciembre) y del día del Padre (19 de marzo), en Barcelona se celebra desde hace pocos años, en cada 26 de julio, el día de la Abuelita; así, con diminutivo cariñoso. Los nietos ofrendan a sus abuelas variedad de regalos, pero principalmente pasteles de la abuelita, especialidad reposteril creada con su buen sentido comercial, para tal fecha, por los expertos confiteros barceloneses.
La condición de abuela del Niño Jesús, que tenía Santa Ana, aparece especialmente patentizada en esculturas de los siglos XIII al XVI, en las que se muestra sentada a dicha santa y teniendo sobre sus rodillas a la Virgen María, que a su vez soporta en las suyas al Divino Infante. Como ejemplos magníficos de esas antiguas imágenes triples, recordamos ahora las que se veneran en la Catedral de Palencia, en la Colegiata de Tudela (Navarra) y en la iglesia salmantina Sancti Spiritus, que fue de Comendadoras de Santiago y hoy es parroquia.
En nuestros días, el escultor Monegal ha realizado para la parroquia barcelonesa de Santa Ana una excelente versión de ese sagrado grupo familiar formado por la Abuela, la Madre y el Niño.
Cuando los caballeros medievales de Salamanca marchaban a la guerra, sus esposas se recluían en dicho templo de Sancti Spíritus, donde constituían en torno a la citada imagen una comunidad que se llamaba Beatas de Santa Ana y cuya finalidad era pedir, a esta bienaventurada, protección para los maridos combatientes. Las damas que por azares de la guerra quedaban viudas, ya nunca más se salían de esa casa religiosa, pues trocaban su toca de beata por el hábito de comendadora santiaguesa.
La imagen de Santa Ana, estupenda talla, que se venera en la Colegiata de Tudela, representa en principio sólo a dicha bienaventurada con la Virgen María en su regazo. Posteriormente, con clavos, fue adherido el Niño Jesús. Pero todo el conjunto de las tres figuras se muestra cubierto con una vestidura cónica por la que únicamente asoman, en la cúspide, la cara de Santa Ana, y más abajo, como extraños brotes en la ladera de la Virgen y del Niño. Es lástima que no pueda admirarse, desprovista de tal ropaje, la, bellísima escultura de lapatrona de Tudela.
Cuando se teme el desbordamiento del Ebro o se prevé una tormenta dañina para las feraces huertas tudelanas -y éste es otro patronazgo que añadir a los ya mencionados-,la imagen de la Abuela es trasladada en rogativa desde su altar hasta un pórtico del templo. Los tudelanos llaman a esa Santa confianzudamente, por sobra de afecto y no por falta de respeto, la Abuela y la Morena; esto último, por la tonalidad oscura de su tez, que estuvo a punto de ser aclarada a mediados del siglo XIX, de no producirse una algarada popular contra la restauración de que iba a ser objeto la imagen durante la noche y en forma secreta, y que casualmente fue descubierta y sabida por todos los de Tudela, antes de iniciarse el repinte.
Reproducción del artículo publicado por IDEAL el 26-7-62
Artículo editado por Corporación de Medios de Andalucía y el Ayuntamiento de Atarfe, coordinado por José Enrique Granados y tiene por nombre «Atarfe en el papel»