22 noviembre 2024

Igual de adictivas que el alcohol o el tabaco

Las redes sociales y las plataformas digitales pueden ser adictivas, incluso más que las drogas o el juego.

Y el mayor riesgo está en la adolescencia y la infancia, que las utilizan a unas edades cada vez más tempranas. Los políticos debaten cómo regular su uso, un problema que ya es considerado una cuestión de salud pública.

¿Cuánto tiempo has pasado hoy delante de una pantalla? ¿Por trabajo? De acuerdo, pero piensa en esas horas consumiendo contenido online en el teléfono, el ordenador, el iPad, la tele. Probablemente, hayas chateado con más de una persona por WhatsApp a lo largo del día, ojeado los titulares de prensa, leído ese post de LinkedIn y X (Twitter) o reído con ese vídeo que se hace viral en TikTok. Incluso puede que estés pensando en esa serie que vas a ver después de cenar, para desconectar al final del día; y, muy seguramente, antes de dormir vuelvas a repasar tus redes sociales, por si te has perdido algo mientras tanto.

No te sorprendas. No eres la única persona. De hecho, los usuarios pasan más de 6 horas diarias navegando la marejada online, según el Estudio Digital 2023: Global Overview Report, de las cuales dos y media son en plataformas sociales, una tendencia en aumento en las sociedades digitales del siglo XXI. Pero que vaya in crescendo no quita que no debamos preocuparnos. Porque el grado de adicción es importante y empieza a considerarse un problema.

«Todo lo que genera placer tiene potencial adictivo», explica la psicóloga Rocío Lacasa, experta en temas de estrés y ansiedad que en los últimos años ha visto aumentar los casos de pacientes que reconocen padecer adicción a las plataformas digitales. Según explica, debemos diferenciar «entre el uso saludable y la dependencia», fijándonos «en la relación que establezcamos con ellas y la función que estén cumpliendo (distracción, anestesia emocional, búsqueda de validación, compensación de carencias)». Y recuerda: «Nuestro cerebro no está cableado para una exposición prolongada y continua de refuerzos intermitentes que alimentan un circuito de recompensas potencialmente adictivo».

El problema viene de serie, ya que las compañías tecnológicas que desarrollan estos productos y servicios lo hacen con un diseño adictivo por defecto. El scroll infinito característico de redes sociales como Instagram, X o Facebook es un ejemplo de ello: con un simple gesto del dedo gordo, la pantalla de nuestros teléfonos ofrece contenido inagotable, haciendo que podamos pasar horas enganchados a las pantallas, al margen de si nos interesa de verdad o no, perdiendo la noción del tiempo. Todo está diseñado para que las fotos, vídeos y mensajes (y los anuncios publicitarios) sean perpetuos. Saltamos de una cosa a otra, buscando siempre más, sin ser conscientes de la adicción que podemos llegar a desarrollar.

La reproducción automática por defecto y las notificaciones automáticas son técnicas adictivas perjudiciales

Este ha sido uno de los motivos principales que ha empujado a la Comisión de Mercado Interior y Protección de los Consumidores del Parlamento Europeo a aprobar un informe con recomendaciones para hacer que las plataformas digitales sean menos adictivas. Se trata de una iniciativa que, entre otras cosas, pide un «diseño más ético y justo por defecto por parte de las plataformas para que el consumidor esté protegido en el mundo digital», explica Susana Solís, diputada de Ciudadanos en la Unión Europea. Es decir, se busca que las empresas que desarrollan este tipo de productos y servicios «no utilicen prácticas engañosas, manipuladoras o adictivas a la hora de atraer o mantener la atención de los usuarios».

Como apunta esta eurodiputada, Europa ha sido pionera. «Vamos a ser los primeros en tener una ley sobre Inteligencia Artificial (Digital Services Act, DSA), pero también hemos visto que hay ciertas lagunas que no quedan cubiertas, lo cual tiene un efecto en la salud de las personas: hay un riesgo de adicción, especialmente en colectivos vulnerables». Según el documento de la Eurocámara, las redes sociales, los juegos en línea o los servicios de streaming (el flujo continuo de información) se aprovechan de las vulnerabilidades de las personas para captar su atención y monetizar sus datos. Además, señala, las prácticas comerciales desleales como la reproducción automática por defecto (presentes en plataformas como Netflix, YouTube o Spotify), así como las notificaciones automáticas constantes y las de recepción de lectura, son técnicas adictivas perjudiciales. Al final, añade Solís, «los modelos de negocio de estas plataformas se basan en consumir cuanto más contenido mejor y, por lo tanto, en que sus algoritmos sean adictivos».

Colectivos vulnerables

Dicho esto, desde la Unión Europea reconocen las bondades que algunas plataformas digitales puedan tener en las sociedades del siglo XXI (como la accesibilidad, la conectividad o el aumento de la eficiencia), pero alertan de que su diseño adictivo puede causar importantes daños físicos, psicológicos y materiales en los usuarios: la limitación de la actividad física y el aumento del sedentarismo, el agotamiento, la pérdida de concentración y capacidad cognitiva, la apatía o el estrés son solo algunos. «Nuestro reto es equilibrar las ventajas de estar conectado con la libertad de usarlas como una herramienta táctica a nuestro servicio», explica la psicóloga Lacasa. Para eso, «no hay que obviar ni minimizar el riesgo de potencial adicción, que en muchos casos es silenciosa, ya que su uso y abuso está socialmente normalizado e incorporado en nuestra vida cotidiana».

En el sigilo de la cotidianeidad de nuestras rutinas, estas tecnologías se están convirtiendo en un problema de salud pública. «Hay un riesgo claro de adicción, más en colectivos vulnerables, y, por tanto, hay que poner la salud mental de los ciudadanos por delante de los modelos de negocio de estas plataformas», apunta la eurodiputada Solís. Parece que no queda más remedio que demandarles mediante regulación que tengan esa responsabilidad. «Con la DSA les estamos pidiendo que no haya publicidad dirigida a los menores y ahora tenemos que exigirles transparencia en los algoritmos, para que garanticen que no son adictivos, y en la forma en la que utilizan los datos», añade.

Susana Solís: «Hay que poner la salud mental de los ciudadanos por delante de los modelos de negocio de estas plataformas»

Los niños y los jóvenes son los colectivos más susceptibles de engancharse a estas plataformas. De hecho, según Fundación Anar, que ayuda a niños y adolescentes en riesgo, es la primera vez que los problemas de salud mental superan los de violencia, representando el 45,1% de las consultas realizadas por menores. Dentro de los trastornos mentales, la conducta suicida se ha multiplicado por 34,8; seguida de las autolesiones, la ansiedad, la tristeza, la depresión y los trastornos de alimentación. Y en todos estos fenómenos está implicado el uso de la tecnología y el acceso a redes sociales, que los atraviesa y potencia de forma transversal, se desprende del documento.

Lo peliagudo es que esta situación se agrava a una velocidad vertiginosa, ocurriendo a edades cada vez más tempranas. El Informe Anual «De Alpha a Zeta, educando a las generaciones digitales», elaborado por Qustodio (organización que cada año radiografía el uso que los menores hacen de la red), pone de manifiesto que los menores pasan una media de 4 horas al día conectados a sus pantallas, especialmente a redes sociales como WhatsApp o Tik Tok. Estas circunstancias son las que han empujado a la Fiscalía de Menores y la Agencia Española de Protección de Datos, junto a 131 entidades, a elaborar un documento con 15 medidas concretas –que van desde la limitación de los móviles en los colegios hasta mecanismos de verificación de edad– para «proteger a la infancia y la adolescencia en el mundo digital». El objetivo: alcanzar un pacto de Estado en un asunto de salud pública.

Junto a las distintas normas y leyes, las campañas de sensibilización y estrategias de autocontrol juegan un papel fundamental. Pero para que la ciudadanía tome conciencia de los riesgos del excesivo uso de las redes sociales y plataformas digitales, la educación es clave. «Esto tiene que empezar en los colegios. Nos movemos en un mundo cada vez más digital y para que [este] sea sano es necesario tener una educación sobre cómo hacer un uso responsable de las redes y de Internet», afirma Solís. Recalca que nadie va en contra de las tecnologías, solo «tenemos que regular aplicaciones concretas de esa tecnología». Así que no es solo responsabilidad de los ciudadanos, padres y profesores, sino «también de las empresas y de nosotros como legisladores para abordar el tema con datos», añade.

En esta línea, se han propuesto métodos de autocontrol, como un «derecho a no ser molestado» digital o la creación de una lista de buenas prácticas de diseño con principios, como «piensa antes de compartir»; además de la posibilidad de configurar bloqueos automáticos después de un tiempo de uso preestablecido o la desactivación de notificaciones por defecto. Y aunque todas estas iniciativas son loables, no está demás ser honesto: «ninguna autodisciplina puede vencer el diseño adictivo al que todos estamos sujetos», reconoce Kim van Sparrentak, europarlamentario de Los Verdes y líder de esta iniciativa. «Este es uno de los desafíos de nuestros tiempos. Contamos con estrictas normas de salud y seguridad para los alimentos, el alcohol y el tabaco. Ahora la Unión Europea debe abordar el diseño adictivo», concluye.

Carmen Gómez-Cotta

Igual de adictivas que el alcohol o el tabaco