23 noviembre 2024

No, las hormigas no pueden predecir el final de la sequía

Un método de supuesta predicción del tiempo ancestral que no tiene nada de científico se ha extendido en los últimos años.

Se trata de las cabañuelas, que usaban los pastores cuando no existían ni la física atmosférica ni los satélites. Consiste en observar ciertos parámetros del tiempo ―como la temperatura, la forma de las nubes y la dirección del viento― y algunos comportamientos animales ―como el vuelo de las aves, la presencia de hormigas aladas y el orejeo de las mulas― durante los primeros 12 días de agosto en España ―enero en Latinoamérica―, que se consideran de ida, y los 12 siguientes, de vuelta. Sus resultados se proyectan a los 12 meses del año y son muy abstractos y locales. 

Este método ha alcanzado una gran visibilidad gracias al espacio que conceden muchos medios de comunicación a Jorge Rey, un joven de 16 años al que presentan como meteorólogo sin, obviamente, serlo. Rey es un aficionado que aprendió las cabañuelas de un pastor de su pueblo, Monasterio de Rodilla (Burgos), y que las combina con los pronósticos de los modelos meteorológicos. Se le atribuye, falsamente, el hito de haber predicho Filomena, y todos los años insiste en que habrá una nueva Filomena, aunque nunca llega. A pesar de ello, es entrevistado habitualmente en radios, televisiones y periódicos. 

El chico tiene 65.400 seguidores en Instagram; Aemet (Agencia Estatal de Meteorología), 22.300. Los verdaderos expertos subrayan una y otra vez que este sistema es una mentira. “Es una tradición folclórica que no tiene rigor ni validez, el horóscopo de la meteorología”, dice Beatriz Hervella, de Aemet. “Es como predecir el final de la guerra de Ucrania con los posos del té”, ejemplifica el portavoz, Rubén del Campo, mientras que el experto en supercomputación aplicada a la meteorología Daniel Santos Muñoz lo compara “con la marmota Phil de Pensilvania, el pulpo Paul de la Eurocopa, la homeopatía o el tarot”.

VICTORIA TORRES

FOTO:Flamencos, en el entorno de Doñana. JOSÉ MANUEL VIDAL (EFE)
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