Tocaron los clarines y hubimos de abocarnos todos a los avernos consumistas.

Hubo que comer pavo, queso, jamón, empanadas, canapés, rollos de carne, pescados, mariscos variados y hasta consomé de la abuela. Los restaurantes estaban con el Completo colgado y los bares con cita previa. Las superficies comerciales, algunas incluso de mayor tamaño que la catedral de San Pedro, bullían como jamás lo soñaron sus propietarios y las calles de sus aparcamientos subterráneos se asemejaban a los de la Puerta del Sol, repleta de turistas, porque entre las obligaciones pos pandémicas entró la de viajar por el mundo como si no existiese un mañana.

Y ahora aguardamos expectantes a las cabalgatas de los Magos, esos que de haber sido inmigrantes habrían llegado en pateras, sin camellos ni pajes, llenos de hambres y sedientos de vida, anhelantes por resolver con sus manos e inteligencias los problemas de este primer mundo, en el cual pronto ocuparán los escalafones más altos, porque nosotros ya no damos abasto.

Y ahí estamos, querida lectora, inaugurando un año que encima es bisiesto, para mayor gozo de Feijóo, quien tendrá un día más para hacer esa oposición tan chula que él hace soplando las trompetas del apocalipsis, porque Sánchez dispondrá de veinticuatro horas más para, según Feijóo, hacernos la puñeta, y según los demás para, junto a Yolanda, buscar más igualdad desde abajo hacia arriba.

Nunca se celebran las fiestas al gusto de todos, y estas navideñas incluso generan tristeza en algunos corazones, sobre todo cuando se recuerda a quienes debieron seguir y no están, o quienes siguen solos porque nadie los recuerda. Feliz año, querida lectora.

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