23 noviembre 2024

«Los peligros de la marea» por Luis García Montero

Leo en este periódico que el cómico Dani Rovira se arrepiente de haber presentado la gala de los Goya. Me llama la atención que en esta sociedad alguien se arrepienta de algo. Parece que la lógica de la espuma permite cambiar de lugar y de opinión de un día para otro sin que nadie se arrepienta de nada. El liquidador de un partido aparece como el salvador de un partido, quien pone líneas rojas exige negociar sin líneas rojas, parece normal traicionar a la propia organización, se ponen y se quitan demandas, pero nadie se arrepiente de nada.

Después de reconocerle a Dani Rovira sus confesiones públicas, confieso yo la inquietud que me produce lo que está pasando. Las redes sociales son un territorio de linchamiento. Las calumnias, los insultos y los datos falsos se mueven hoy con mucha más facilidad. Las nuevas posibilidades de comunicación se han llenado de basura. Los totalitarismos se esforzaron en el siglo XX por reescribir el pasado, algo que hoy sólo se molestan en hacer los nacionalistas en ejercicio. Ahora se trata de reescribir la actualidad gracias a la tecnología, de sustituir los hechos por la inmediatez de un relato virtual. De ahí que sea tan fácil el linchamiento como forma de expresión y la histeria como ámbito de vida. Todo el mundo parece atrapado en la espuma sucia del griterío.

El vértigo de la indignación, que en un principio se creyó patrimonio de las víctimas de la crisis, se ha convertido en un modo eficaz de reacción en manos de sus causantes. Las campañas mediáticas contra el Ayuntamiento de Madrid son el mejor ejemplo. Con verdadera histeria se acusa a alcaldesa y a los concejales de ser cómplices de ETA, de ofender a las víctimas de terrorismo, de insultar a Dalí o a Mihura, de corromper con títeres la inocencia infantil, de faltarle el respeto a la religión… ¡Ay!

Es la respuesta indignada de una gente que se ha creído dueña natural de España. Y eso no es sólo una propiedad espiritual, sino una predisposición mercantil para especular con las ciudades, privatizar bienes públicos y tejer negocios oscuros con la administración. Como estos españoles de pro, sin más patria que su dinero, suelen invertir en medios de comunicación, la algarabía está servida en forma de linchamiento contra toda actitud que suponga un obstáculo para sus corrupciones o sus avariciosos privilegios legalizados.

Pero la espuma lo atrapa todo, incluso la política alternativa y las rebeldías que surgieron de la espuma. Da rabia asistir a la soberbia posesiva de las élites, pero provoca verdadera tristeza ver cómo también tiembla en la marea del populismo y las audiencias la gente que debería defender con firmeza unos valores sociales.

El linchamiento mediático ha lanzado estos días sus mentiras contra dos titiriteros y una cátedra de memoria histórica. En un momento en el que los juzgados están llenos de sindicalistas acusados por la policía con pruebas falsas, los titiriteros ofrecieron un guiñol para representar la detención de una bruja después de un montaje policial. El pretendido mal gusto y la violencia de la obra no es más que la tradición literaria de un género que han practicado delante de niños algunos de nuestros mejores dramaturgos.

Por otra parte, la profesora Mirta Núñez lleva años desempeñando en la universidad un trabajo riguroso de conocimiento de nuestra historia, tan falsificada y llena de olvidos. A través de una lista mentirosa de calles, la histeria derechista ha ridiculizado su trabajo y ha empañado el deseo noble de borrar del callejero madrileño el nombre de unos cuantos militares golpistas y asesinos. Porque eso fue Franco y eso fueron muchos de los antepasados ideológicos del Partido Popular, gente golpista y cruel, incapaz de aceptar que España no es su coto privado de caza.

Da rabia que dos titiriteros hayan sido juzgados por exaltación del terrorismo. Da rabia que el PP siga manipulando la sagrada experiencia del dolor y convierta a las víctimas de ETA en monedas falsas de un mercadeo electoral. Da rabia que una historiadora rigurosa y necesaria se convierta en el objetivo de la indignación neofranquista. Pero, sobre todo, sobre todo, sobre todo, da tristeza ver cómo la alcaldesa, la concejala de cultura del Ayuntamiento de Madrid y los portavoces de otros partidos políticos entran en la marea del populismo, en las tácticas de las audiencias, y desamparan a la historiadora y a los titiriteros, dejando que el miedo desemboque en disculpas raras, pasos dudosos y demandas.

Una cosa debería estar clara. Si los titiriteros son perseguidos por la histeria mediática, si la historiadora es atacada con desmesura por los gacetilleros de la indignación elitista, es porque colaboran con un ayuntamiento gobernado por Ahora Madrid. Por eso es triste que los responsables del ayuntamiento se despreocupen de ellos y reaccionen pensando en no perder audiencia, flotar en la marea y salvarse del linchamiento.

También fue triste el silencio que se produjo en la gala de los premios Goya cuando Juan Diego Botto llamó titiriteros a los actores. El malestar cortó el ambiente con el frío de los que quieren quitarse un problema de encima. Pero la libertad de expresión y de ficción es un fundamento indispensable para nuestros oficios. ¿Qué está pasando? Pues que hay una censura mediática y mercantil que sentencia hoy al linchamiento social con más eficacia que la vieja censura del franquismo.

Creo en los acuerdos políticos. Nunca me han gustado las mareas, ni las unidades populares, ni las corrientes populistas, porque están controladas siempre por quienes son propietarios de los púlpitos y de los medios de comunicación. No me gusta tampoco el ahora estoy aquí y mañana estaré allí, porque eso no es evolución ideológica sino sometimiento de la política a las leyes del consumo inmediato. Como mi enemigo a la hora de escribir y de pensar el mundo es la cultura neoliberal, sigo creyendo en la necesidad de las organizaciones colectivas y en la defensa firme de unos valores que no se deben poner en juego como si fuesen mercancías. Creo en la libertad de expresión. Creo en la verdad, la justicia y la reparación como caminos justos para entender la historia.

Una última aclaración: no creo que nadie deba dimitir a causa de las crisis recientes del ayuntamiento. El verdadero problema sigue estando en la histeria derechista provocada por el miedo a quedarse sin negocio. Pero sí creo que la izquierda debe empezar a tomarse muy en serio los peligros de las mareas. Es mejor que el futuro nos encuentre organizados.