«28F: casi nada que celebrar» por Agustín Martínez
44 años después de aquella histórica jornada del 28 de febrero de 1980, en la que los andaluces salieron masivamente a la calle, para reivindicar una autonomía de primera, equiparable a la de las denominadas comunidades históricas, entre las que el Gobierno de UCD y la entonces AP, no querían incluir a Andalucía, ayer se celebraba la efemérides en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, con muchas emociones, muchas medallas, muchas banderas y muy poca autocrítica.
Como ayer decía el inimitable Javier Aroca, “al principio, el 28F era una fiesta reivindicativa y ahora, se ha festivalizado, como si fueran los premios Grammy. La fiesta de Andalucía coincide con las estadísticas que dicen que los andaluces lideramos las tasas de pobreza en el Estado, por encima de la media española, pero no pasa nada. En Andalucía, el fulgor de nuestro arte y belleza lo ciega todo, pero el autogobierno de Andalucía no era esto, los andaluces luchamos por otra cosa”.
Y es verdad, querido Javier, los andaluces luchamos por otra cosa, por no ser más que nadie, pero tampoco menos que nadie y lamentablemente, 44 años después de aquella ilusión colectiva, porque el 28F fue precisamente eso, tenemos muy poco que celebrar.
Los padres autonómicos tuvieron la obsesión de dotar a Andalucía, de las herramientas suficientes para vertebrar y cohesionar un territorio tan extenso y variado como el de nuestra comunidad y de esta forma fortalecer el sentimiento identitario andaluz, que en algunas provincias no estaba todo lo arraigado que era de desear. Cuatro décadas y media después podemos concluir que la gestión de los sucesivos gobiernos autonómicos, no solo no ha equilibrado territorialmente nuestra tierra, sino que ha aumentado las diferencias, generando un sentimiento de agravio comparativo, que vuelve a ser combustible para quienes nunca creyeron en una Andalucía, tal y como la conocemos.
Posiblemente otro gallo nos hubiera cantado, si hubieran triunfado las tesis defendidas desde Granada, Almería y Jaén, para que la capital andaluza se hubiera situado en Antequera, en lugar de en Sevilla, que con la capitalidad por bandera, ha ido acaparando influencia institucional, política y económica, que en buena medida se mira con recelo por el resto de Andalucía. Pero es que en los últimos años, desde la Junta se han promovido las condiciones para que, además de Sevilla, sea Málaga, la joya de la corona, mientras el resto de provincias figuran como meras comparsas, a mayor gloria de “miarmas” y “boquerones”.
No es buena cosa para el futuro de nuestra Comunidad, que en un territorio como el andaluz, seis provincias vean como aumenta el sentimiento de agravio. Estamos en un escenario, donde con independencia de encuestas sociológicas, se está produciendo una evidente desafección de la ciudadanía, respecto del sentimiento territorial andaluz, por la sencilla razón de que muchas y muchos consideran, que solo beneficia a Sevilla y Málaga.
Pero además de nuestras cuitas internas, a cuentas del desequilibrio territorial, cuatro décadas y media de autogobierno y miles de millones de euros después, no nos han acercado a España y mucho menos a Europa. Al margen de los discursos triunfalistas que, en ese sentido, hemos escuchado a los gobiernos de Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves, José Griñán, Susana Díaz y Juan Manuel Moreno, la realidad es muy tozuda y Andalucía no converge con los estándares económicos y de bienestar de nuestros vecinos.
Ni la Primera Modernización, ni la Segunda Modernización, ni la California de Europa, ni la Andalucía Imparable, se han traducido en otra cosa que eslogan vacíos, tras los cuales no hay absolutamente nada.
Es indudable el avance de Andalucía desde 1980 hasta la actualidad, pero también es indudable que nuestra tierra se ha convertido en un territorio de turismo masificado, agricultura intensiva, construcción y desindustrialización, como fruto de haber perdido peso político en el conjunto del Estado y el consiguiente peso reivindicativo en el marco español y europeo. Fruto también de la coincidencia del bipartidismo del PSOE y el PP en utilizar el voto andaluz para impulsar intereses ajenos a nuestra tierra. La carencia de fuerza soberana convierte a Andalucía en territorio extractivo de capital humano, capital ambiental y capital económico, lo que la lleva a tener los mayores índices de desigualdad, desempleo y pobreza de toda la UE.
La prueba del algodón de que la cosa no va bien la tenemos en los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, hechos públicos esta semana, según los cuales Andalucía es la comunidad con más población en riesgo de pobreza o exclusión social de España, con un 37,5 %, once puntos por encima del total nacional, cayendo ya por detrás de otras regiones como Canarias (33,8 %) y Extremadura (32,8 %). El riesgo de pobreza afecta en Andalucía al 30,5 % de la población, la carencia material y social severa al 12,6 % y la baja intensidad en el empleo al 12,1 %.
Los datos sobre dificultades económicas de los hogares correspondientes a 2023 arrojan que un 43,9 % de los andaluces no puede permitirse ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año, y que un 46,5 % no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos; además un 15,6 % está experimentando retrasos en los pagos relacionados con la vivienda principal, o en compras a plazos, y un 13,6 % de los andaluces tiene “mucha dificultad” para llegar a fin de mes.
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