¡Soy finalista del Premio Nadal! – Por Fran López

Corría la noche del 6 de enero de 1948. Fácilmente podría ser una noche cualquiera con la peculiaridad de que se fallaba la cuarta edición del Premio Nadal. En la redacción del periódico El Norte de Castilla, donde trabajaba desde inicio de la década de los cuarenta, inquieto e impaciente, no dejaba de entrar y salir de la cabina de teletipos donde se recibían las últimas noticias.

Haciendo gala a la sobriedad, discreción y parquedad que le precedió a lo largo de su vida, no había compartido con ninguno de los compañeros que le acompañaban que había presentado su primera novela al mencionado premio literario y que, su inusual nerviosismo e inquietud residía en encontrar en primicia la noticia que anunciara el fallo del jurado.

Con la mano levantada y agitando la noticia a modo de banderola, salió de la cabina de teletipos, una vez más, en esta ocasión con agitación y al grito de: ¡Soy finalista del Premio Nadal! Automáticamente, las caras de sus compañeros tornaron en gesto de sorpresa y estupefacción que, tras los primeros segundos, se convirtieron en amplias sonrisas, seguidas de alegría e incredulidad.

Miguel Manuel Mariano Delibes Setién se lee en su partida de bautismo de la parroquia de San Idelfonso, en Valladolid. A sus veintiséis años y con su primera obra literaria, La sombra del ciprés es alargada, fue galardonado con el Premio Nadal, dando inicio así a su carrera como escritor, que compaginó a lo largo de su vida con sus clases como catedrático de Derecho Mercantil, su dedicación periodística en El Norte de Castilla -del que terminaría siendo su director-, su vida familiar y sus continuas salidas al campo donde aseguraba haber pasado la mitad de su vida y que, como único lamento, añoraba no haber pasado también la otra mitad restante.

Años antes, en la primavera de 1939, Miguel Delibes conoce a Ángeles de Castro, de quien se enamora. Por aquel entonces, sintiendo la necesidad de expresar su arte, dibujaba y caricaturizaba a personajes de actualidad, actores, futbolistas, etc. Le surgió la oportunidad de exponer sus trabajos en los cafés de su entorno. Fue de esta forma, prácticamente de casualidad, como consigue su primer trabajo. Caricaturista del recién estrenado periódico El Norte de Castilla, que comienza a publicar en sus ediciones una tira humorística con los monos de Miguel Delibes. Éste, en una muestra del amor profesado a su reciente noviazgo, firmaba sus trabajos como MAX. La M de Miguel, la A de Ángeles y la X que representaba la incógnita de su futuro juntos.

Ángeles, por aquellos entonces, prácticamente una niña, contaba con quince años. Bella, grácil, vivaz y luminosa, según los recuerdos de Miguel, llegó a afirmar que, con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir. Contaban que en sus primeros encuentros paseaban por el parque del Campo Grande hasta llegar al segundo banco de la derecha con dirección a la caseta de los guardas, donde se sentaban a mirarse de cerca a los ojos, con los nervios y la emoción de los primeros encuentros, amartelados. Hermosa actividad hoy incomprendida que diría el maestro Delibes.

«Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.» La llegada de Ángeles a la vida de Miguel, entre otras muchas cosas, trajo consigo el amor por los libros y la literatura, pues ella ávida lectora, instauró en él la pasión de la palabra escrita. Pese a las dificultades económicas que en sus primeros tiempos pasaron juntos, ambos comenzaron a formar su propia biblioteca. En los primeros libros adquiridos, Ángeles, en las páginas de cortesía, dejaba anotado: «Me lo regaló Miguel»; «Lo compré con el dinero de Miguel»; «Lo compramos ayer Miguel y yo».

Reconocía Miguel Delibes que nunca había sabido llevar un orden establecido en sus lecturas, sino que, más bien era lector a salto de mata e igual se encontraba leyendo un clásico universal, que una novela de caballerías. Lo importante es que, de la imposición de este frenesí lector, nace la necesidad de Delibes de expresarse de forma escrita a través de la literatura, convirtiéndose así en un hombre sencillo que escribe sencillamente, hasta el punto de convertirse en uno de los mejores escritores de su tiempo.

Con más de medio centenar de libros publicados a lo largo de su carrera, nunca abandonó su humildad y le gustaba decir, que más que un escritor al uso, él era un cazador que escribe. Con la caza como la mayor de sus aficiones, durante toda su vida fue fiel defensor de la ecología, la fauna y la flora. Visionario del deterioro que los humanos estamos provocando a la naturaleza y de lo que hoy llamamos cambio climático. Escribía con la ilusión de cambiar el mundo, de hacer la vida más honesta, de hacer prevalecer la justicia. Lo hacía con la suficiente mesura y contención para no exacerbar odios ni violencia alguna.

Miguel Delibes, murió el 12 de marzo de 2010 acuciado por un cáncer que lo amedrentó en los últimos años de su vida. Un hombre honrado a capa cabal, fiel a su ciudad, a su periódico, a su editorial, a su familia y a sus lectores. Más de quince mil personas pasaron por su capilla ardiente para dar el último adiós y al grito de ¡Maestro!, fue enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de Valladolid.

Catorce años después de tu muerte, éste aprendiz y admirador te honra y da las gracias, por haber puesto la palabra al servicio de la verdad y del bien. En mi memoria dejas tu recuerdo, en mi corazón, tus personajes.

GRACIAS MAESTRO

Todas las imágenes que a continuación se exponen han sido sacadas de la página web oficial de la Fundación Delibes.

https://fundacionmigueldelibes.es

 

 

 

 

 

 

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