5 diciembre 2024

El catedrático de farmacología ‘cabreado’ que no se muerde la lengua: «Vivimos en una sociedad intoxicada»

Este pionero en la notificación de efectos adversos de medicamentos explica en primicia a El Confidencial la trastienda del altísimo consumo de fármacos en España, que relata en su libro ‘Crónica de una sociedad intoxicada’

Hay voces incómodas que dicen lo que la mayoría calla. Son declaraciones aplaudidas por unos y denostadas por otros. Se necesita tener mucha información o ser muy atrevido para decir, así, a bocajarro, frases como: «La mitad de los fármacos son recetados de manera innecesaria«; «Sufrimos una epidemia silenciosa de efectos adversos a los medicamentos que en España son causa de más de medio millón de ingresos hospitalarios y, como mínimo, 16.000 muertes al año«; «Los Estados miran hacia otro lado cuando se exageran o se inventan enfermedades para que millones de personas sanas sean convertidas en pacientes que toman medicamentos que no necesitan».

El doctor Joan-Ramon Laporte (Barcelona, 1948) tiene de las dos cosas: el conocimiento acumulado a lo largo de cuatro décadas de profesión (catedrático de Farmacología Clínica de la Universidad Autónoma de Barcelona, jefe en el Hospital Vall d’Hebron, pionero de la notificación de efectos adversos de los medicamentos en Cataluña -1982-, colaborador de la OMS para cuestiones de farmacovigilancia) y el atrevimiento suficiente «para denunciar las cosas que sé».

En febrero de 2022, su intervención en la comisión parlamentaria sobre la gestión de las vacunas del covid, en la que cuestionaba su eficacia a largo plazo y para evitar contagios, provocó airadas reacciones por parte de algunos médicos, y antes de esas fueron otras, con el denominador común de mostrar los intereses de la industria farmacéutica y la complacencia de los estados. Advierte de que «en los últimos 20 años, en los países ricos, el consumo de medicamentos se ha duplicado. La polimedicación es la norma. De cada dos personas mayores de 70 años, una toma cinco o más medicamentos de forma continuada», y que «curar no es negocio».

Este miércoles se pone a la venta Crónica de una sociedad intoxicada (Ediciones Península), una obra exhaustiva sobre la investigación, desarrollo, regulación y el consumo de fármacos de la sociedad actual, en la que revela los intereses y las prácticas de las compañías farmacéuticas, legisladores y reguladores.

PREGUNTA. Viendo este libro da la impresión de que está muy enfadado, muy harto de las prácticas de la industria farmacéutica.

RESPUESTA. La industria hace lo que tiene que hacer: vender medicamentos. Si estoy enfadado con alguien es más bien con los estados que no regulan a la industria o no la regulan de manera efectiva, y no protegen, por tanto, la salud de la población.

P. Entonces, usted no está enfadado.

R.No.

P. Me alegra mucho, porque no deja títere con cabeza. ¿Por qué este libro?

R. Durante la pandemia se dijeron muchas cosas. Hubo un ruido ensordecedor sobre cuestiones relacionadas con la salud, con el sistema sanitario y, sobre todo, con los medicamentos y vacunas (esto es de lo que yo me ocupo). Cuando se decía “la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) ha aprobado tal o cual fármaco, hay que darlo enseguida, o tal o cual vacuna”, yo pensaba: «Es que la gente no entiende nada». Se dicen muchas barbaridades cuando se habla de la Agencia Europea; quien aprueba un medicamento no nos está diciendo que lo tomemos, simplemente dice que lo ha aprobado.

Viendo toda aquella agresividad en las políticas vacunales, las mascarillas y, sobre todo, el pasaporte covid, y los comentarios fuera de órbita de personas que no sabían de lo que hablaban, me surgió la idea de escribir un libro y explicar que estamos en una sociedad que toma demasiados medicamentos -y esto hace que tengamos efectos indeseados-, que en el 80% de los casos no son necesarios.

«Más del 80% del presupuesto de la regulación europea de medicamentos es pagado por la industria, el regulador hace lo que le dice la industria»

P. ¿Qué quiere contar en su libro?

R. Lo he estructurado en tres grandes partes: la primera explica qué son los fármacos, de dónde salen y de qué manera se desarrollan, para hacer ver también al lector que muchos de los grandes avances de la medicina en el siglo XX se han producido por observaciones casuales (a las que hemos estado atentos).

La segunda detalla cómo usamos los medicamentos, la cantidad enorme de fármacos que consumimos en España y en todo el mundo rico, y los efectos indeseados que esto tiene.

La tercera pretende buscar las causas de todo eso, los mecanismos, cómo los reguladores están en manos de la industria farmacéutica. Más del 80% del presupuesto de la regulación europea de medicamentos es pagado por la propia industria, y esto ocurre en todo el mundo. De modo que el regulador hace lo que le dice la industria, no solo por este motivo del dinero, sino también cómo han sido elaborados los criterios de evaluación.

P. Entonces, el regulador no es independiente y está cautivo de los ingresos.

R. Es un secuestro del regulador por la industria. Después, los sistemas sanitarios son incapaces, o al menos en España, de seleccionar los medicamentos que más les convienen. Todos los países de la Unión Europea siguen los dictámenes de la EMA, que es un organismo regulatorio supranacional; pero no todos, aunque aprueben un fármaco, siempre aprueban su financiación y su uso en su sistema sanitario. Es decir, sigue existiendo una capacidad de decisión que en España no se aplica.

'Crónica de una sociedad intoxicada', de Joan-Ramon Laporte. (Península)
               ‘Crónica de una sociedad intoxicada’, de Joan-Ramon Laporte. (Península)

P. En el libro habla de los lobistas, que intervienen en las agencias reguladoras y también en los políticos, lógicamente.

R. Gracias por la pregunta, pero esto también es justo. Los lobistas tienen una influencia enorme sobre la gente que decide cómo se van a usar los medicamentos; por ejemplo, el colesterol ha sido una prioridad en Cataluña durante 15 o 20 años. Hay que mirarle el colesterol a toda la población sin tener datos que indiquen que haya que medirlo y se ha hecho una prioridad de salud de la población.

Del colesterol a la vitamina D

P. En Cataluña y en todas partes. Se han ido rebajando las cifras de colesterol recomendadas y si alguien tiene dos o más factores de riesgo cardiovascular, sale de la consulta del médico con una estatina prescrita.

R. Así es. Y también pasa con la vitamina D, que es un fenómeno que está creciendo en Francia. Y, sin embargo, otros países europeos dicen que en ellos no hay ningún problema. Es un problema más específicamente español y francés.

P. Es paradójico, porque somos de los países con más exposición solar, por lo que no deberíamos tener esos déficits tan acusados.

R. Con la vitamina D se ha hecho como con el colesterol, se han subido los niveles que se consideran bajos y, claro, de esta manera se multiplica el mercado. Es muy fácil para el que vende medicamentos: se amplían los límites de la enfermedad y disminuyen los de la normalidad, entonces tiene muchos más clientes potenciales.

Una cosa que a mí me impresionó mucho hace más de 13 años es que salió en una revista de prestigio, el New England Journal of Medicine, un artículo de revisión sobre la vitamina D que, con muchas citas bibliográficas, concluía que la vitamina D es una maravilla: alarga la supervivencia, disminuye el riesgo de infarto, de ictus, de enfermedad, de alzhéimer, de cáncer; de todas esas cosas que hay que temer en la sociedad actual. Después se ha demostrado que no es cierto y se ha dicho que, por lo menos, sirve para reforzar los huesos, para prevenir las fracturas. Pero ahora se han hecho ensayos clínicos sobre vitamina D y prevención de fracturas, y tampoco sirve. Sin embargo, su consumo está muy extendido.

«Una de las cuestiones más preocupantes desde el punto de vista sanitario es que los fármacos susceptibles de venderse más no son los que aportan más a la salud de la comunidad»

P. Dice que realmente lo que hacen los medicamentos es aliviar una enfermedad y que la mayoría no curan. Además, expone que la industria introduce pequeños cambios en algunos fármacos y los presenta como nuevos. ¿Estas explicaciones sugieren que los fármacos realmente no valen tanto?.

R. Esas cosas pasan, pero valen, y mucho. En más de una sección o párrafo del libro dejo bien claro que ha habido avances enormes gracias a los fármacos; por ejemplo, para un dolor de muelas por un flemón, tomamos amoxicilina durante unos días y nos olvidamos de que podríamos perder un diente por esa infección; o que ahora las intervenciones quirúrgicas pueden ser mucho más prolongadas porque han mejorado mucho los anestésicos; los inmunosupresores para las personas trasplantadas o los medicamentos para la hepatitis C.

Hay una cantidad enorme de medicamentos que tienen un valor extraordinario, pero muchos otros no y, de hecho, estos últimos son los que triunfan. Y esto es una de las cuestiones más preocupantes desde el punto de vista sanitario, que los fármacos susceptibles de venderse más no son los que aportan más a la salud de la comunidad.

Los cinco estrellas

P. ¿Cuáles son esos? Habla del omeprazol, somníferos, ansiolíticos, antidepresivos y contra el colesterol.

R. El omeprazol y otros de grandes ventas son los medicamentos susceptibles de ser dados a personas sanas haciéndoles creer que están enfermas. Cuando el médico le dice a alguien: «Lo único que le he encontrado es que tiene un colesterol alto, vamos a tratarlo». A partir de ahí, está tratando a esta persona sana como si fuera enferma. Y si, además, su estilo de vida no es del todo saludable, tiene muchas más posibilidades de acabar como un enfermo.

El caso del omeprazol, además de actuar sobre el estómago, lo hace sobre muchos otros órganos y puede producir efectos indeseados. Es útil si se toma durante una o dos semanas, o cuatro como máximo si hay que tratar una úlcera duodenal. Pero si cuando se prescribe como un protector para unos días, se deja ya puesto en la receta para siempre, pierde sus beneficios.

En cuanto a los psicofármacos, con las nuevas definiciones de enfermedades mentales es muy fácil convencer a la gente de que tiene una (depresión, ansiedad generalizada, etc). Pero, muy a menudo, todos estos nuevos criterios diagnósticos en psiquiatría, que hacen que una parte muy importante de la población necesite psicofármacos, han sido alentados por las compañías farmacéuticas, porque saben que ampliando los criterios diagnósticos se amplía su clientela, se amplía su mercado y se amplía su volumen de negocio.

Es decir, los medicamentos de los que más me quejo son de los que se están dando mayoritariamente a personas que no necesitan ningún fármaco.

Joan-Ramon Laporte. (Umami Brands)
Joan-Ramon Laporte. (Umami Brands)

P. ¿Qué opina del tratamiento farmacológico de los problemas de salud mental en los menores?

R. Lomás preocupante ahora es el aumento del consumo de neurolépticos, lo que la industria llama antipsicóticos, y también de antidepresivos en niños y adolescentes. Los mal llamados antidepresivos -porque estos fármacos no son antidepresivos, son ISRS e ISRNA- son especialmente peligrosos en los adolescentes porque acarrean un riesgo de suicidio. Ya ha habido dramas enormes de suicidios de adolescentes que no tenían depresión y, por algún motivo, alguien se los recetó.

P. Aquí hay dos partes: los médicos que, como usted explica en el libro, se dejan llevar por las recomendaciones de la industria y de las sociedades científicas, y la propia presión del paciente que quiere una pastilla. Hay responsabilidades compartidas.

R. Sí, es cierto que, en muchos casos, el usuario del sistema ha presionado al médico, pero eso también tiene mucho de mito. Hay facultativos que justifican la prescripción porque no pueden resistir la presión de lo que les piden los pacientes; no pueden decir que prescriben demasiado porque no tienen tiempo de consulta para darles otras explicaciones.

P. Exactamente, el poco tiempo de consulta es otra derivada del problema…

R. Sí pero no, porque hay médicos que no tienen tiempo para el paciente, pero sí para recibir al visitador médico del laboratorio. Es decir, que todo esto es muy relativo. En mi opinión, hay que dar más tiempo al médico para que se meta en el paciente.

«Antes, el médico trataba a personas para intentar restablecer su salud o aliviar su enfermedad, ahora mayoritariamente el sistema sanitario trata a personas sanas haciéndoles creer que están enfermas»

Lo que se hace en este sistema de salud es con prisas y confiando todo casi exclusivamente en la tecnología. La tecnología en cuanto a medicamentos ha mejorado mucho en los últimos 80 años, pero la manera de ejercer la medicina ha empeorado. Antes, el médico trataba a personas para intentar restablecer su salud o aliviar su enfermedad, ahora, mayoritariamente, el sistema sanitario trata a personas sanas haciéndoles creer que están enfermas y esto tiene un coste enorme, no solo el económico de los medicamentos que se les dan innecesariamente, también, muy importante, el coste del personal y el de las horas no remuneradas de los cuidadores de las personas solas.

Papel del Estado

P. Que además están polimedicadas y son más frágiles.

R. Como cuento en el capítulo de la sociedad intoxicada, esto tiene una enorme repercusión sobre la salud pública, y tomar muchos fármacos se ha convertido en una de las principales causas de muerte. Esto no es una broma. A mí me parece injusto echarle la culpa al médico porque lo ha prescrito. Hay un poco de todo. El sistema público no hace nada de formación continuada de los profesionales y le da a la industria la labor de formarles. Es como pedir a las tabacaleras que hagan campañas sobre tabaco y salud, o a las bodegas que eduquen a la sociedad sobre el consumo de alcohol. ¡Es de locos, vaya!.

Y es lo que está haciendo el Estado. Por tanto, sí, estoy enfadado, pero estoy enfadado con el Estado, que no ejerce su responsabilidad de defender la salud de los ciudadanos. La industria hace lo que tiene que hacer, que es vender, pero el Estado no responde adecuadamente a esta industria que, por cierto, ha sido cada vez más agresiva.

P. ¿Cómo debería actuar el Estado?

R. La política de medicamentos de los sistemas sanitarios debería abordar, como mínimo, cinco ejes: en primer lugar, la política de compras. Nuestro sistema sanitario es un comprador ciego de humo en el mercado global de las tecnologías. Es decir, lo que ahora cuenta más en el comercio mundial son las tecnologías y, sobre todo, los nuevos productos protegidos por patentes; hay un mercado mundial donde unos compran y otros venden, y el sistema sanitario español compra mucho (corremos a comprar lo último, lo que está de moda), sin preocuparse de ver si lo último es mejor que lo que ya teníamos.

Foto: iStock.
                                                                                                                Foto: iStock.

Luego hay muchos medicamentos repetidos, bajo diversas marcas y fabricantes, por ello el sistema sanitario debería multiplicar los controles de calidad. Existe la llamada cadena del medicamento, que comienza con la investigación, desarrollo y fabricación; prosigue con la regulación y los ensayos clínicos, hasta llegar al ciudadano, que es lo que realmente nos importa. Pero es evidente que si todo lo anterior funciona mal, el consumo funcionará mal. Si permitimos que haya muchos medicamentos, la cadena se complica, y más cuando estos medicamentos no son más que repeticiones uno del otro.

«No puede ser que nos creamos a pies juntillas y sin hacer ninguna pregunta lo que nos cuenta el fabricante»

Además, los sistemas sanitarios deberían tener sistemas de información de medicamentos hechos por ellos mismos. No puede ser que nos creamos a pies juntillas, y sin hacer ninguna pregunta, lo que nos cuenta el fabricante. El fabricante es un mercader, alguien que, aunque en sus eslóganes publicitarios diga que lo primero para él es el paciente, no es verdad. Lo primero para él es la cotización de las acciones y la rendición de cuentas a la asamblea anual de accionistas. Nada más.

Otro punto es la formación continuada del médico, que deberia darla el sistema de salud y no la industria; pero también un sistema de salud más democrático, que fomente el diálogo con los profesionales.

Por último está el asunto de la transparencia -que también incumbe a los periodistas-, para que se informe si los emisores de opiniones tienen conflictos de interés.

P. Podríamos seguir hablando durante horas, no le faltarían argumentos sobre qué nos ha llevado a esta sociedad intoxicada. ¿Habría escrito este libro tan reivindicativo estando en activo?

R. No sé si habría salido igual, pero los conceptos e ideas que hay en el libro sí; pero entonces no tenía tiempo.

P. ¿No tenía tiempo o tenía las manos atadas?

R. No, no crea. Nosotros hicimos muchas denuncias en el Butletí groc (del Instituto Catalán de Farmacología). Yo tuve problemas con la industria farmacéutica: MSD me llevó a juicio por alertar de los efectos del antiinflamatorio rofecoxib. Ganamos el juicio y, además, al cabo de unos meses retiraron el medicamento de todo el mundo por lo que nosotros dijimos. Yo no me mordí la lengua y por eso era conocido durante mi actividad profesional.

P. Por cierto, ¿cuántos fármacos toma usted?

R. Ninguno. Por suerte, hasta ahora, las enfermedades me han respetado.

Por Ángeles Gómez 

FOTO: Joan-Ramon Laporte es uno de los mayores conocedores de las consecuencias del consumo excesivo de fármacos. (Umami Brands)