Al deleite no siempre hay que encontrarle un sentido. Alcanza con dejarse llevar y disfrutar. Eso tan obvio, y a menudo tan difícil

El placer está mal visto a ciertas horas, a diferencia de lo que le ocurre al sufrimiento, para el que siempre hay tiempo. Hace semanas que se habla de una sociedad cansada y en este mismo periódico se han publicado varios artículos sobre algo de lo que aún se debate poco porque carece de lo que hoy necesita cualquier fenómeno que quiera ser tomado en serio: la capacidad de ser medido. No eres nada si no te pueden traducir en números, si no se sabe los seguidores o las reproducciones que tienes. Este mundo valora más un excel que un word.

Se oye hablar de la sociedad cansada, pero hace falta una estadística que nos demuestre la importancia que tiene la cosa. Lo que se sabe, de momento, es que cada vez más pacientes acuden a la consulta de sus médicos de cabecera a decirles que notan que están agotados por muy bien que les salgan los análisis de sangre. Hay una fatiga que se extiende y de la que se derivan efectos sociales y puede que hasta políticos. Al cabo, el cansancio malhumora.

Se dice que ese cansancio que refiere cada vez más gente se debe a la ansiedad y al estrés, pero eso no son causas de nada. Eso, en todo caso, serán las consecuencias. Quizá la ansiedad y el estrés se deban a la forma en que nos hemos organizado la vida y a una impresión utilitarista del mundo por la que nos tomamos a nosotros mismos por máquinas o por productos de los que se esperan resultados. Medibles, claro. De ahí que a muchos nos pase que nos sintamos mal en los ratos en los que no hacemos nada, como si no hacer nada fuera sencillo.

En estos días cayó en mis manos un ejemplar del primer libro de Augusto Monterroso, al que por supuesto tituló Obras completas y otros cuentos. Son textos breves, entre los que está el más breve y más famoso del dinosaurio. Bastó con empezar a leer la primera historia, la del negocio de las cabezas cortadas, para que mi cabeza se fuera a otra parte sin ruidos ni prisas. No hacía falta verle segundas lecturas ni buscarle la vuelta a cada renglón, porque al placer no siempre hay que encontrarle un sentido. Alcanzaba con dejarse llevar y disfrutar del relato. Eso tan obvio, y a menudo tan difícil.

En las primeras líneas, con todo el trabajo pendiente sobre mi mesa, incluso me dio por pensar si en vez de estar leyendo no habría de ocuparme de esas tareas tan medibles y tan urgentes que me aguardaban, pero sofoqué al momento esa estupidez. Seguí leyendo y paré el tiempo. Me resultó extraño volver luego al móvil y a las tareas, algunas de las cuales parecían más de ficción que los propios cuentos. Igual en ese rato de bienestar estaba lo que se debe esta sociedad cansada: una revolución que resuelva que el placer no puede estar mal visto, ni siquiera a ciertas horas.

José Luis Sastre

FOTO:Un hombre leyendo sentado en una terraza de Salamanca.Xurxo Lobato (Getty Images)

https://elpais.com/opinion/2024-03-27/la-revolucion-del-placer.html

 
 
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