PERSONAJE DE ATARFE: Don Martín Vázquez de Arce: El Doncel de Sigüenza (2) por Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo

IV. Antes de hablar de su muerte heroica, avancemos un poco más en el conocimiento de su familia y de su nacimiento.

Sin duda alguna, mientras no se demuestre lo contrario, tanto él como su hermano Fernando son nacidos en Sigüenza. En Sigüenza figuraban como vecinos al hacer sus testamentos, y poseían la casa solariega, donde sus antecesores habían sido autoridades, y aquí vinieron a enterrarse todos ellos, y sus descendientes, durante siglos hasta extinguirse su estirpe. No podemos afirmar, como
Gala lo hizo con injustificada ligereza, que don Martín no fue seguntino. Aquí nació y aquí tal vez conoció sus primeras letras con los Jerónimos e incluso se ejercitase en la cetrería en los cazaderos de Alcuneza, Palazuelos y en la misma Sigüenza.

Y nació de una familia noble, puesto que su padre fue Comendador de Montijo; su hermano, tras de ser Prior de Osma, pasa a ser Obispo de Canarias y ello da un gran poderío económico a la familia, como señala el mismo testamento de los padres, que declaraban haber adquirido y adecentado la casa de Guadalajara con los beneficios de su hijo el Prior de Osma, y por ello, asimismo, pueden llegar a ser los patronos de la Capilla absidal de San Juan y Santa Catalina, que había sido posesión de la poderosa familia de los Infantes de La Cerda. Fueron sus abuelos por línea materna, según consta en las lápidas mortuorias de dicha capilla, don Martín Vázquez de Sosa, que falleció antes de 1465, del cual adquiere su primer apellido, y doña Sancha Vázquez, fallecida en Enero de 1465, a quienes conoció de niño, pues contaba diez años cuando fallecieron.

Sus padres fueron don Fernando de Arce, Comendador de Montijo, y doña Catalina Vázquez de Sosa, que le sobrevivieron muchos años para honrar su memoria y para cuidar amorosamente a su nieta, la hija legítima de don Martín, doña Ana de Arce y Sosa, a quién dotaron con la dignidad que su linaje exigía, y casaron con don Pedro de Mendoza, hijo de doña Elfa, viviendo en Coxcurrita, aldea de la villa de Almazán.

Fueron hermanos de don Martín, don Fernando de Arce, unos 16 años mayor que él, que de Prior de Osma y desempeñando mucho tiempo funciones de obispo pasó a ser el segundo obispo de Canarias y falleció en Sevilla entre 1513-1522; don Francisco, que se cita en una venta de la casa que adquirieron en Guadalajara, y doña Mencía Vázquez de Arce, que casó con don Diego Bravo de Lagunas, de cuyo matrimonio se citan cinco hijos: don Fernando de Arce, que falleció en 1517; don Juan de Ortego Bravo de Lagunas; don Diego Bravo de Sosas, que llegó a la dignidad de Maestre-Escuela de la iglesia seguntina y a obispo de Ciudad Rodrigo, de Calahorra y de Coria; don Luis Bravo de Sosa y doña Catalina de Arce y Bravo, que casó con don Pedro Díaz de Caravante, el cual falleció en noviembre de 1539.

De esta hija desciende don Sancho Bravo de Arce de Lagunas, caballero de la orden de Alcántara, señor del Molino de la Torre, capitán de Caballos del Rey Felipe II y suyas son las dos banderas que en la capilla se conservan, tomadas a los ingleses en Lisboa, cien años después de muerto nuestro Doncel, como memoria gloriosa de una estirpe de guerreros.

V. Dos palabras sobre la Capilla de San Juan y Santa Catalina, y el sepulcro de don Martín, así como cuanto simboliza.

Podemos afirmar que casi toda la historia de los Arce se encierra en la capilla de la familia. Antiguamente estaba bajo la advocación de Santo Tomás de Cantuariacense, como primitivo panteón de Obispos seguntinos, durante el siglo XIII, hasta que durante el XIV y gran parte del XV perteneció a la poderosa familia de La Cerda. Cuando pasa a propiedad de don Fernando y doña Catalina, según nos consta en las Capitulaciones hechas con el Cabildo catedral, la ponen bajo la advocación de San Juan y Santa Catalina y el patronazgo pertenece durante siglos a la familia de los Arce y de los Bravo hasta su extinción. Luego pasa a los Marqueses de Bédmar y extinguida su nobleza, pasa a los Marqueses de Escalona y Prado, cuyos enterramientos están consignados en amplia lápida sepulcral que está a los pies del sepulcro del Doncel.

De todas las tallas de los sepulcros existentes en la Capilla de los Arce, con ser varias y magníficas dentro de la estatuaria castellana de los siglos XV y XVI, destaca por su gran belleza y portentoso realismo la dedicada a don Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, la mejor muestra del gótico sepulcral de su época, que aunque no documentada debe atribuirse, a juicio del profesor Azcárate y Ristori al maestro Sebastián de Toledo. En la nacela del sepulcro puede leerse con clara letra gótica francesa: “D.Martín Vasques de Arse Comendador de Santiago, el cual fue muerto por los moros enemygos de nuestra sancta fe catholica peleando con ellos en la vega de Granada, miercoles (…) anno del nascimiento de nuestro salvador Jhesucristo, de Mil e CCCC e LXXX e VI annos. Fue muerto en edat (de) XXV annos.”

Y en su lauda sepulcral puede leerse: “Aquí yaze Martin Vazquez de Arce/Cauallero de la Orden de Sanctiago/que mataron los moros socor/riendo el Muy Ilustre Señor/ Duque del Infantadgo, su Señor, a/cierta gente de Jahen a la Acequia/Gorda en la Vega de Granada./Cobró en la hora su cuerpo/Fernando de Arze su padre/sepultolo en esta su Capilla/año MCCCCLXXXVI. Este año se/ tomaron la Ciudad de Loxa, las/villas de Illora, Moclín y Monte/frio por cercos en q. Padre y/hijo se allaron.”

Digamos antes de pasar a describir estas hazañas y su muerte heroica, que esta estatua única en su género, fue estudiada por mí hace más de diez años, en cuanto a su simbolismo, cuando me preguntaba como ustedes en estos momentos ¿qué quiso representarnos su padre y su hermano bajo las acostumbradas estipulaciones que se escribían con el escultor? ¿Qué nos sugiere su simple contemplación? Son muchísimos los críticos y pensadores que han discutido en todas sus variedades estos interrogantes.

Los símbolos mueven las fuerzas espirituales del mundo y la fuerza arrolladora del espíritu es inconmensurable, como nos afirmaba Marañón al decirnos “Creo cada día con mayor firmeza en el poder gigantesco del espíritu”, al hablarnos de la simple y modesta aspiración de vivir. Y así, nos afirma Jung, que la fuerza del mundo del subconsciente se nos revela por medio del lenguaje simbólico.

Una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. ¿Sería el Doncel, como he afirmado al comienzo de nuestra charla, un arquetipo al estilo jungiano, como una incitación continua al inconsciente? No hay duda que su contemplación sugiere a cada persona una idea de cuánto significa la efigie donceliana, una simbolización diversa, en la que participa sin duda la formación personal de cada uno de los sujetos que la contemplan.

Representa un sugerente mensaje, un permanente soplo de vida y esperanza cristiana en el más allá, con una vitalidad expresiva electrizante, impregnando de honda y sentida religiosidad la hora y el ambiente en que vivió, y como afirma nuestro polígrafo don Manuel Serrano Sanz, “Su genial autor supo, en horas de feliz inspiración, comunicarle intensa vida, juntando en ello la serenidad del arte griego con el más intenso espiritualismo cristiano”, y como yo mismo expresé en artículos anteriores “el joven Comendador santiaguista, es la misma tranquilidad del espíritu (ataraxia) hecha alabastro, en la más sublime espiritualidad cristiana”.

Y entre los elementos formas que se representan en su sepulcro, aparte de su vestimenta de guerrero santiaguista con toda su armadura, con daga y espada (de la cual falta la hoja que corría a lo largo de su costado izquierdo), así como sus pies cruzados, postura en la cual se enterraba a los “cruzados”, vemos a sus pies un león, que simboliza la resurrección y un pajecillo doliente que expresa el sentimiento de la dulce y serena melancolía por la partida del ser querido y bajo el codo derecho donde se recuesta, un gran haz de laureles, que hablan de su heroísmo. Un punto más lo constituye el libro abierto que sostiene entre sus manos y lee reposadamente, que sin duda alguna es el libro por excelencia, y el libro recién nacido a la luz por la novedad de la imprenta en nuestra patria: la Biblia.

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